La ola de calor se ceba con los mejillones del delta del Ebro
La alta temperatura del mar provoca la pérdida de 150.000 moluscos y un millón de crías de la próxima cosecha
Juan Ramón Morelló, presidente de los productores de la Bahía de El Fangar, en el Delta del Ebro, estira de una batea la cuerda de no más de cuatro metros, ahora pelada, solo con cáscaras vacías: “¿Veis? No queda casi nada. Está todo muerto”. En condiciones normales, habría estado llena de las pequeñas crías de mejillones autóctonos para la próxima temporada. El calor extremo de este verano ha elevado la temperatura del mar hasta los 31 grados y ha desencadenado un impacto letal en las bateas: los cultivadores del Delta han perdido este año unos 150.000 kilos de mejillones —de los entre 3 o 3,5 millones que producen al año— y, lo que es peor, un millón de semillas o de crías de la próxima temporada. Es lo que muestra Morelló. No habrá más remedio que importar de Italia o Grecia.
A la regresión del Delta del Ebro, denunciada desde hace años por el sector, los ecologistas y el movimiento de defensa ciudadano, se le ha sumado ahora el azote de esta despiadada ola de calor que ha subido la temperatura del mar a límites inauditos y sostenidos en el tiempo. Este verano ya ha superado los 31 grados cuando los 28 marcan la frontera del riesgo de la mortalidad del molusco. “El problema es que no ha sido solo unos días: es que llevamos mes y medio así. Eso es lo raro”, corrobora Gerard Bonet, gerente de la Federación de Productores de Moluscos, afirmando que otras veces habían sufrido el calor no tan continuado y generando, por tanto, un daño mucho menor. El impacto económico no lo han calculado porque dependerá del precio por kilo de semilla que fijen los productores de los países vecinos. Pero se prevé que se pierdan entre un millón y millón y medio de euros.
Morelló maneja el motor de la plataforma y agradece el viento que sopla con cierta fuerza, provocando una ligera marejada en El Fangar. Casi es noticia: no lo han visto este mes y medio y, si hubiera soplado, dice, les podría haber salvado una semana de la temporada. El aire, cuenta, oxigena el mar, que es lo que necesita este molusco que se distingue por ser pequeño y de excelente calidad. Pero no ha pasado hasta hoy. “Yo empecé a pensar lo que iba a ocurrir a final de junio”, dice mirando los datos del Instituto de Investigación y Tecnología que le informan sobre la temperatura, el oxígeno, la salinidad, y el pH de mar. El calor les obligó a retirar los mejillones de las bateas antes de tiempo a contra reloj y trasladarlos a las depuradoras de agua salada. No hay soluciones mágicas: tienen un tiempo de vida limitado y no siempre salida a un mercado saturado.
La producción de mejillones del Delta, que da 400 empleos directos y 800 indirectos, se divide en las dos bahías: la de Els Alfacs, la más grande, cuenta con 90 bateas y genera unos 2,5 millones de mejillones. En este caso, la recogida, que empieza en abril, se había vendido ya en el mercado. La de El Fangar cuenta con 74 bateas y produce entre 700.000 y 800.000 mejillones. Han perdido en este caso esos 150.000, un 20% del total. Pero, seguramente, la pérdida es mayor. Marc Castells, de la factoría Marisc Mediterrani, tuvo que tirar 20.000 kilos porque ya no pudo venderlos. “Es un producto que se vende vivo y con fecha de caducidad. La campaña nos duraba dos meses y se ha quedado en 20 días”, dice. Hoy los importa de Galicia, dice, mostrando los grandes contenedores, o de Italia.
Todos coinciden en que el cambio climático condiciona y condicionará el futuro de la producción del mejillón y por eso piden desde hace tiempo al Departamento de Agricultura y de Acción Climática que drene con agua dulce la bahía de El Fangar y que abra un canal para que el agua circule y se oxigene. La cosecha de moluscos, avisa Morelló, ha caído a la mitad. “Tenemos un tesoro, pero parece que no se dan cuenta”, afirma. El pasado mes de septiembre, unas 500 personas, convocadas por el Moviment de Lluita pel Delta de l’Ebre, formaron una cadena humana de un kilómetro, tocando de pies en la arena, desde la punta de la bahía hasta la playa de El Goleró para pedir a la Administración que actúen porque la bahía se cierra.
Con el cambio climático encima, el sector sopesa potenciar la producción de ostras, ahora limitada a medio millón de kilos, y reivindicar su calidad frente a, por ejemplo, la procedente de Francia. “Resisten mejor el calor que los mejillones”, dice Bonet. La cuestión es que, a diferencia de los mejillones, no existe el hábito en Cataluña de consumir ostras y esa es una tendencia que el sector querría cambiar con el apoyo de la Administración. Además de esperar ayudas públicas, ahora los productores están parados esperando negociar con los suministradores italianos o griegos y confiando en que las altas temperaturas —el año pasado ocurrió en Grecia— no maten sus crías para realizar el traslado —lo hacen en frigoríficos— y empezar a sembrar en octubre. Queda la duda de cómo afectará al agroturismo: ayer solo un gato paseaba por una batea espantando a las gaviotas. La venta de mejillones, aunque no sean del Delta, no cesa. “No tienen nada que ver con los nuestros. Pero tenemos una comida y la gente los quiere”, dice una vecina tras comprar un saquito de cuatro kilos en Deltebre.
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