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C. Tangana impresiona en el Sant Jordi con un deslumbrante espectáculo

El artista madrileño triunfa en Barcelona con su soberbia apuesta latina

C. Tangana Sant Jordi
C. Tangana, durante un momento del concierto que ha ofrecido en el Palau Sant Jordi de Barcelona el 23 de abril.Kike Rincon (EL PAÍS)

Traje años 50, solapas anchas, cruzado. Foulard. Gafas de sol. Collar de cuentas, anillo de mafioso que quiere brillar y camiseta imperio. Sí, como un amo, como el puto amo que diría Guardiola. C Tangana confirmando este sábado por la noche en un Sant Jordi lleno lo que mostró con su disco y los clips que lo acompañaron: El madrileño es una obra que piensa en el mercado internacional, que nace del orgullo de reconocer como propia la música que se creía desdeñada por pertenecer a los abuelos y que fundamenta en la colaboración con otros artistas una ampliación del margen de juego que borra sus límites.

Todo esto puesto en escena de una manera formidable, convirtiendo el escenario en un Tropicana –parte delantera- y en una bodeguilla flamenca con gran mesa para juerga –parte posterior- Un espectáculo soberbio y familiar que obedece a la concreción de un criterio, de un concepto, de una idea que habla de los horizontes que la música latina está ampliando en todo el mundo.

El escenario lleno de músicos. Pareció que alguien se había inspirado en el “que no falte de ná”, idea socorrida cuando lo único que hay es dinero. Pero no, no sobró de ná porque todo tuvo un sentido. Sección de metal con tuba tipo suosafón que acompañó a Tangana en la punta del provocador (lengua de escenario que entra en platea) a las primeras de cambio; cuerda, coros, percusiones, banda convencional y una ristra de invitados que no fueron tratados como apariciones puntuales a las que abrazar, sino como partícipes, a menudo sin presentación, caso de Rita Payés, que formaban parte de la juerga. Entre ellos, y con papel destacado, El Niño de Elche apuntalando el quejío que nacía del mismo tiesto que los boleros, bachatas, rumbas, música cofrade, son o bossa que sonaron a lo largo de una noche para mayor gloria de la música latina.

De igual manera que las ramas de las enredaderas se cruzan y enmarañan, un público que puede escuchar reggaetón, hip-hop y pop fugaz, se empapaba feliz y bullanguero con Estopa, qué explosión de júbilo cuando los vieron; aplaudía a Jorge Drexler, se enternecía con Kiko Veneno y enloquecía con Yelo, una de las muestras del Tangana más trapero. La diversidad conseguía hermanarse, los diferentes estilos que pasaron por escena eran caras de la misma moneda: el reconocimiento de unas raíces, de un pasado no fenecido. Todos podían cantar todo porque de todos era todo.

El concierto tuvo cuatro partes. Una primera con acento latino en convivencia con el sonido urbano. En las mesas de cabaret constante movimiento, camarero arriba y abajo y una iluminación excelente en su cincelado de luz atenuada y constante. Notoria la realización que servía imágenes a las tres pantallas sobre el escenario, basada en una steadycam (cámara móvil estabilizada) que tenía un papel distinto en cada pieza.

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La segunda parte fue la destinada a la juerga flamenca, con una disposición como la mostrada en Tiny Desk (formato musical de la televisión pública de Estados Unidos) y la tercera y cuarta un remate con piezas exitosas como Antes de morirme o Tú me dejaste de querer. El final fue rematado con títulos de crédito de película de época, una forma más de decir que en el pasado está buena parte del presente y del futuro. Un mensaje más de un concierto que puso de manifiesto que quien se olvida de dónde viene puede acabar yendo donde no sabe qué hacer.

Y como en toda celebración, pues el concierto fue eso, una fiesta, hubo también momentos valle, como en el propio disco. El madrileño tiene sus puntos ciegos y sus canciones olvidables. No faltaron instantes de barahúnda, con un sonido muy confuso al combinarse sonidos digitales y analógicos, pero lo que contó en el Sant Jordi fue una continuidad al servicio de una idea que se salta géneros, abre ventanas y amplía públicos. Y Tangana, Pucho, Puchito, en las distancias cortas, ofició de sacerdote razonablemente endiosado, henchido por la muestra de poderío mostrada en un concierto que lo encumbra como uno de los grandes renovadores de la escena urbana, a la que ha sacado de sus casillas digitales. Ya puede hacer lo que quiera, es él mismo quien dicta las normas de juego.

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