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Muere el músico Pau Riba, espíritu libre y despeinado inventor de palabras

El artista, escritor y en cierta forma hombre renacentista fallece víctima de un cáncer a los 73 años

Pau Riba, en los exteriores de su casa de Tiana, el pasado mes de diciembre.Foto: Joan Sánchez | Vídeo: EPV

Con el silencio de su andar en sandalias Pau Riba se ha marchado. Toreó mentalmente y casi negó al tumor de páncreas que se lo ha llevado. Lo hizo estando activo, con conciertos navideños y apurando la vida con las correcciones de La història de la música, el que será su libro póstumo, además de trabajar en un postrer disco con la Orquesta Fireluche. Pero este domingo ha muerto a los 73 años en su casa de Tiana (Barcelona). Sus últimas semanas fueron un esprint irrefrenable. Tenía la cabeza llena de planes, su desaliño en buena forma y su último libro con apenas un año de vida, esa Història de l’univers mitad ensayo, mitad narrativa en el que muestra su eclecticismo, capacidad analítica, sentido poético y ternura. Ha sido la penúltima muestra de sus múltiples facetas, justamente un libro en el que se habla de nuestra pequeñez en medio de los cuerpos celestes.

Músico, escritor que deseaba ser recordado gracias a su amplia obra escrita, guionista, presentador y también como él se sentía, etimólogo, no en vano reconocía a este diario que le encantaba “buscar siempre las palabras exactas, algo que me viene de mi abuelo” (el poeta y humanista Carles Riba), será recordado por una forma de vida guiada por un talento innato volcado en la contracultura, la libertad personal y la conculcación de la urbanidad burguesa. Hombre a su manera renacentista, creó un personaje tan fenomenal que ocultó parcialmente un ingenio que quizás no explotó por completo, probablemente lastrado por una tendencia a la pereza que reivindicó. “Si una cosa puedes hacerla en la mitad de tiempo, hacemos el idiota empleando más”, decía reconociéndose “mandroso”.

Viejo ‘hippie’

Y lo más reconfortante es que Pau Riba se ha marchado sintiéndose reconocido luego de la travesía de los ochenta y noventa, cuando el rock juvenil en catalán lo alejó de la primera fila. Pasó de ser un visionario bañado en LSD que no soportó la formalidad de la Nova Cançó y su formulación tradicional de la contestación vía chanson francesa, a un viejo hippie olvidado y hasta trasnochado. “Con lo bueno que soy y ¡cómo me arrinconan!”, recordaba hace poco rememorando sus sensaciones de entonces. Pero nunca perdió la admiración sincera y la reivindicación de su obra por parte de artistas como Sisa, siempre fascinado por su talento como letrista, Quimi Portet o Pascal Comelade, otra rara avis con la que colaboró en discos como Mosques de colors (2013), penúltima obra de una discografía que se cerró junto con la Orquesta Fireluche en 2019 con Ataràxia.

Pau Riba durante su actuación en Firarock en 2022.Foto: Herminia Sirvet | Vídeo: EPV

E igual que ese talento innato, a Pau Riba muchas cosas le vinieron de cuna, como por ejemplo crecer en una familia artística, burguesa y acomodada de sólidos valores tradicionales que le facilitó sobremanera ser una oveja negra, algo que él reivindicaba con tesón. En realidad Riba siempre quiso vivir fuera del rebaño, de forma que paradójicamente casó un individualismo que le hacía detestar las colas, con un sentido comunitario que lo condujo a vivir como los hippies, en una Formentera donde nacieron dos de sus hijos (Pau y Caïm, ambos artistas) y en la que se sintió en su cielo.

Por cierto, nunca reivindicó el hipismo, odiaba los ismos, sino la utopía hippie, que él creía aún vigente defendiéndola con ahínco. “Los hippies supusieron la revolución de los jóvenes, que hasta entonces eran propiedad de sus padres. Aquello fue una revolución y hoy en día la juventud está al frente de todo”, argumentaba. También recordaba que la ecología, la liberación de la mujer y la libertad sexual vienen de entonces, de aquellos primeros años setenta. Fue cuando deslumbró con Dioptría I y II, editados separadamente y reeditados como doble disco después. En el primero, de sonoridad rockera, grabado junto al grupo de jazz-rock OM, en el que militaban Toti Soler y Jordi Sabatés, rechazó el mundo de sus mayores, para reivindicar el ideal campestre en el segundo, más folk y menos producido en el que le acompañaron Albert Batiste y Sisa bajo la inspiración del primer viaje de Riba en LSD.

Música que en conjunto mezclaba rock ácido, psicodelia, canción popular y folk que ha quedado como uno de los hitos de la música nacional y cuyo estilo en nada cuadraba con la Nova Cançó, de la que Riba había partido para formar parte del Grup de Folk. Discos como Jo, La Dona i El Gripau (1971), un canto alucinado a la belleza natural en clave de folk psicodélico producido por un Mario Pacheco que luego fundaría el sello Nuevos Medios; o Licors (1977), que le vinculó a Daevid Allen, exmiembro de Soft Machine y alma libre, como Pau, o Astarot Universdherba (1999), edición del concierto que hizo junto a Perucho’s en Canet 77 y muestra de su lado experimental. Estos son algunos de los discos que han marcado pauta entre sus muchos admiradores, evidenciando que el estilo de Pau Riba era él mismo. Él y la imprevisibilidad iconoclasta expresada en libros y discos. Hoy más que nunca resuena la letra de Ja S’ha Mort La Besàvia de Dioptría: “Ahir es va morir la besàvia / L’àvia també s’ha de morir / La mort de la mare es prepara / i tu more’t pels teus fills!” (Ayer se murió la bisabuela / La abuela también ha de morir / La muerte de la madre se prepara / Y tú muérete por tus hijos).

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