La jaula de hierro
Comparando Canet de Mar con la Alemania nazi y los años de plomo del País Vasco, la derecha española y sus tentáculos mediáticos han rebasado cualquier límite moral
El Gobierno más progresista de la historia tenía un plan: administrar muchas vacunas y repartir muchos millones. Fabricadas unas e impresas otros al margen de nada que pudiera hacerse o decidirse en España. Con la llegada del ómicron, la guerra geopolítica por la energía y la inflación, se ha creado un viento invernal que se ha llevado el cartón piedra: no había ningún proyecto de país en la coalición PSOE-Podemos, que han cerrado el melón de la reforma constitucional, aguado la reforma laboral, y no han presentado ni una sola propuesta audaz como, por ejemplo, una ofensiva pública contra las eléctricas. El calado de la transformación izquierdista terminaba cuando lo hicieran las tecnologías y el dinero de Europa.
Que en Cataluña había las mismas pocas ganas de hacer política se ha visto perfectamente con la ley del audiovisual. Un Govern fruto de una mayoría independentista en las urnas que en años anteriores habría legitimado vete a saber qué, ha regalado la estabilidad al PSOE del cambio de tamañas migas que dan vergüenza de nombrar. Los cinco millones de euros anuales que se dedicarán a series catalanas es lo que gastan en la serie Succession para servilletas. ¿Por qué digo Sucession si la ley ni siquiera afectará a HBO, Netflix o Disney+? La única idea de Esquerra i Junts era surfear la bonanza de la recuperación y rezar para que los socialistas se dispararan a los pies.
Evidentemente, esa inercia perdedora debería dejar el Gobierno en manos de PP y Vox. ¡Pero resulta que no tendrá absolutamente nada que ver con ninguno de los caballos de batalla políticos de la derecha! Ni siquiera habrá que recurrir al proyecto mediático de encumbramiento de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en el que todas las cadenas de televisión nacional se han involucrado: bastarán con dos personajes sin carisma alguno como Casado y Abascal. Tras convertir cada sesión parlamentaria en un lodazal, ahora deben estar pensando que para qué, si hubieran podido esperar sentados a que la geopolítica, la pandemia y la incomparecencia de la izquierda les llevaran en brazos hasta La Moncloa.
El último ejemplo de esta paradoja lo hemos tenido con el conflicto lingüístico en Cataluña. Comparando Canet de Mar con la Alemania nazi y los años de plomo del País Vasco, la derecha española, y sus tentáculos mediáticos, han rebasado cualquier límite moral. ¿Y a todo esto cuánta gente había en la manifestación de Som Escola? 35.000 personas, un número irrisorio comparado con lo que el independentismo había llegado a sacar a la calle cuando se creía que la política iba de verdad. No es que los catalanes no sepan que la lengua está en un peligro existencial perfectamente objetivable: simplemente, la derecha española ha perdido su credibilidad, vaciado todas las palabras hasta la caricatura. Los catalanohablantes ya no creen que el futuro del catalán dependa en ningún sentido la política española, ni del Parlament autonómico para salvarla, ni del Congreso para rematarlo.
El procés ha hecho con todos los bandos implicados lo del cuento del rey desnudo. Ha demostrado que los independentistas no estaban dispuestos a pagar el precio de la confrontación. Nos ha enseñado que la izquierdista española ha abandonado el proyecto plurinacional. Pero se habla mucho menos de cómo se ha visto que la derecha ha quedado reducida a un ladrido guerracivilista que, a la hora de la verdad, no está dispuesta a tomar ninguna medida radical. La represión del 1 de octubre fue antidemocrática, pero no se cruzó la raya militar. El 155 pasó por encima de las instituciones y es tan cierto que los independentistas no ofrecieron ningún tipo de resistencia como que, nada más acabar el paréntesis, los mismos volvieron a ganar y ocupar las sillas y los sueldos. No se han abolido las autonomías ni se ha cerrado TV-3 y, el PP y Vox contemporizarán para no cruzar estos límites y crear un efecto bumerán.
La sustitución de la política creativa y transformadora por una jaula de hierro burocrática es total y ahora mismo los partidos son simples herramientas para el populismo de establishment, títeres del statu quo se llenan la boca con palabras cada vez más grandes para reformas cada vez menores. Los ciudadanos, refugiados en la abstención y el voto del mal menor, sin energía ni ideas para impulsar alternativas, somos los grandes damnificados, los principales responsables y los únicos con poder para cambiarlo.
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