Podemos y las etapas de la democracia española
Después de más de media legislatura en la que socialistas y podemitas han convivido razonablemente, ¿hay una vía que permita a los dos socios seguir juntos y acumular ventaja?
Íñigo Errejón, en Con todo. De los años veloces al futuro, ha construido un relato intenso y denso de una aventura insólita: el proceso acelerado que llevó, en 10 años, a los líderes del 15-M de la calle al Gobierno del Estado. Es lo que podríamos llamar la tercera etapa del régimen del 78. La primera (de 1977 a 1982) fue la de la incertidumbre, que culminó con la abrumadora mayoría absoluta del PSOE, momento en que el nuevo régimen pasó de potencia a acto. La segunda etapa (de 1982 a 2011) fue el dominio del elefante bipartidista (PSOE-PP) que debía ser la señal de identidad de la democracia en su versión estabilizada. Errejón nos narra la tercera, del 2011 a la actualidad, cuando la calle se agita (el 15-M y la fundación de la Assemblea Nacional Catalana aparecen con un mes de diferencia) en la onda expansiva de la crisis nihilista del neoliberalismo de 2008. En este período, 2014 es un año cargado de simbología: la abdicación del Rey Juan Carlos, la irrupción de Podemos en las elecciones europeas, la victoria de Pedro Sánchez sobre los barones del PSOE que le habían echado por resistirse al gesto de lealtad bipartidista de favorecer la elección de Rajoy, y la famosa confesión de Jordi Pujol, dieron la medida del grado de agotamiento del régimen del 78 que PSOE y PP se habían negado a reformar. Esta tercera etapa —que devolvió cierto protagonismo a la calle con el 15-M y con el proceso independentista catalán— parece llegar a su fin, con Pablo Iglesias, símbolo de la vertiginosa carrera, bajándose del poder y con la interminable resaca del 1 de octubre catalán que ha situado al independentismo en fase nebulosa por la dificultad de adecuar los discursos y la realidad. ¿Qué viene ahora? Dice Errejón que los espacios en política no existen quietos, se crean. ¿Será capaz la izquierda?
La izquierda podemita llegó a su punto más alto en las elecciones 2016. Más tarde vendría un error de bulto que marcó un punto de inflexión hacía abajo, al forzar Pablo Iglesias la repetición de elecciones de abril de 2018. Y Podemos llegó al poder pero ya en peores condiciones. Y afloró una cierta tendencia a la melancolía que a menudo habita a la izquierda y que ha llevado a la retirada de su líder ¿El desencanto de Iglesias arrastrará a los demás o sabrán hacer de la necesidad virtud: reagrupar fuerzas y seguir en primer plano?
En términos más prosaicos, después de más de media legislatura en la que socialistas y podemitas han convivido razonablemente, gobernando con prudencia y tiento, ante el espectáculo de una derecha enfurecida que ha perdido el centro, descalabrado por la inanidad de Ciudadanos, ¿hay una vía que permita a los dos socios seguir juntos y acumular ventaja? El escenario es nuevo: liquidado Ciudadanos no hay un actor de centro al que vigilar de reojo, la derecha se reagrupa por su lado radical. La querencia del ciudadano centrista siempre está a la derecha, pero hay votantes que andan sueltos. ¿Hay margen de aquí a las elecciones para que PSOE y Podemos se consoliden sin que una o las dos partes salga perjudicada? Podemos necesita mostrarse fuerte para que no perder la condición de voto útil que beneficiaría a los socialistas. Y los socialistas tienen que valorar hasta qué punto pueden mirar al centro sin que se les escapen votos hacia Podemos. A su vez, mientras Sánchez tenderá probablemente a exhibir moderación y confianza para no perder el voto moderado, Podemos necesita trofeos para que no le abandonen los que todavía ven el poder como una traición.
Por un momento, pareció imponerse el esquema fácil: con algunos de los más visibles líderes de Podemos agotados por la gran aceleración, se podía producir el regreso al viejo orden: al espacio estable pero prescindible de la vieja Izquierda Unida (IU), que abría a los socialistas opciones a los dos bandos. Pero Yolanda Díaz ha entendido que esta vía era una claudicación. ¿Cómo ensanchar el espacio, cómo dejar de ser Podemos (y generar una dinámica de crecimiento) sin pasar a ser IU? Esta es la tarea. Y llevarla a cabo desde el Gobierno puede ser positivo, pero tiene sus servidumbres. Por ejemplo, hay que tener trofeos que exhibir, empezando por dos promesas estrella hasta ahora incumplidas: la liquidación de la ley mordaza y de la reforma laboral del PP. Podemos lo necesita, ¿le interesa al PSOE? Ahí se juega la cuarta etapa de la democracia española.
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