La Feria del Libro de Ocasión, Antiguo y Moderno de Barcelona espera ya a un público más joven
La 70ª edición arranca en el paseo de Gràcia con malestar por la ausencia de la alcaldesa Ada Colau
La gracia está en el libro viejo, pero la apuesta y la esperanza de futuro se deposita en el público más joven. Con esa aparente contradicción alcanza ya su 70ª edición la Feria del Libro de Ocasión Antiguo y Moderno de Barcelona, la más antigua de Europa que se celebra en la calle, en este caso un paseo de Gràcia (de plaza de Catalunya a Consell de Cent) que, durante 18 días, hasta el 3 de octubre, acogerá 31 casetas, y en la que los organizadores esperan que se refleje ya un cambio generacional en su clásica y veterana clientela.
“Los notarios aún aguantan, pero los médicos, ya menos, quizá porque cada vez hay menores diferencias salariales entre los profesionales liberales; estamos justo en un impasse de cambios de consumos y de gustos, pero el motor más potente sigue siendo el componente de nostalgia, tener aquello que no se había comprado o leído, y eso nos abre a nuevas tipologías de clientes”, apunta al dibujar un retrato-robot del comprador de la feria Marçal Font, presidente del Gremio de Libreros de Viejo de Cataluña, por segundo año al frente de la cita, ambas en pandemia.
En ese nuevo público, pues, confía el sector: “Antes, nuestro cliente perseguía ediciones del Patufet; luego fueron de Tintín y ahora es de Bola de Drac, del mismo modo que antaño se pedía más historia local medieval y hoy son títulos del XIX y del XX y ya empiezan a buscarse novelas gráficas y cómics de quienes ya son clásicos modernos como Milo Manara y Rubén Pellejero”, prosigue Font el esbozo del comprador, del que sólo se atreve a añadir que “quizá antes era más masculino y ahora vemos más mujeres”.
La esperanza renovadora y la voluntad de resiliencia y batalla del gremio de libreros de viejo (golpeado desde la crisis de 2008 y especialmente castigado con la pandemia: son 35 librerías asociadas) no sólo se reflejan ya en alguna caseta, dedicada exclusivamente al cómic y la novela gráfica, como en el discurso oficial del propio Font, que no tiene reparos en afear la actitud del Ayuntamiento para con la feria: “Ni cumpliendo 70 años, ni teniendo una exposición como Llibres Lliures? sobre la censura de libros, ni con un pregonero como Biel Mesquida logramos que la alcaldesa Ada Colau presida nuestra cita; harían bien en ser más conscientes de la joya que tienen”. Al enfado de los libreros no era ajeno el inicio hace poco de unas obras municipales justo ante la escultura Monument al llibre, de Joan Brossa (passeig de Gràcia con Granvía), al pie del cual el autor homenajeado de la feria estampa tradicionalmente su firma en una placa.
La pasión y entusiasmo contagiosos del escritor mallorquín han tamizado, sin embargo, las sombras del malestar. “El libro nuevo y el viejo me quieren”, empezó su parlamento Mesquida, recordando el premio Trajectòria que la Setmana del Llibre en Català le había entregado apenas 48 horas antes. En un contexto de vocación personal, recordó su infancia, etapa de “molta llegidora”: del Capitán Trueno al Zorro, “pero también de Sisí emperatriz a Corín Tellado”, y de unos libros prohibidos que su madre, maestra, voraz lectora y aspirante a escritora, tenía bajo llave, pero que él siempre acababa consiguiendo. Serían, con títulos como El amante de Lady Chatterley, “grandes fuentes de orgasmos”, y también del descubrimiento, en uno de ellos, de la expresión Països Catalans. Luego llegarían, ya en la Barcelona de sus 17 años como estudiante, paseos por un sinfín de tiendas hoy desaparecidas. “No debería pasar nunca; las librerías de viejo son Europa”, dijo parafraseando a George Steiner con los cafés. “Los de segunda mano han sido mi segunda vista: me han hecho lector apasionado y escritor forzado”, dijo, defendiendo, como Joan Perucho, que “el destino de los libros es pasar de mano a mano, porque son saba, saber y sabor”. Y hasta se atrevió con una profecía: “Las librerías de viejo no desaparecerán nunca porque son el humus de la edición, la capa de la vida en transformación continua, ríos de saber, sal de la tierra”.
Mesquida ha sido también cicerone de lujo del ministro de Cultura, Miquel Iceta, que por la tarde ha acudido a la feria, lo que ha provocado una aparición relámpago del teniente de alcaldía de Cultura y Educación, y de Presidencia, Jordi Martí. Al no hacer con él la ronda, Martí no ha podido comprobar las adquisiciones del ministro, un asiduo a las librerías de viejo, según se deduce de los comentarios y saludos de los feriantes: Atlas occidental, de Daniele del Giudice (novela que le recomendó Mesquida); Mano invisible, los recuerdos epifánicos de Adam Zagajewski, y Tres biografíes: Maragall, Pijoan, Pujols, de Josep Pla. Tanta compra ha sido recompensada con un obsequio de un grabado sobre Walter Benjamin.
Los volúmenes rojos de la obra completa de Pla (a 10 euros, mayormente) son casi un clásico ineludible de una feria que abarca desde libros de saldo (“uno, tres euros; dos, cinco; tres, diez”, reza una cartela), a pósteres originales (uno de las fiestas de la Mercè de 1964, por 275 euros; otro de 1937 del diario Las Noticias, por 1.700 euros), pasando por postales antiguas (la reina de Bélgica visitando las ruinas de Yprès durante la Iª Guerra Mundial, por tres euros), documentos (un escrito oficial de 1840 constatando la retirada del general Cabrera de Berga, el final de la Iª Primera Guerra Carlista, 80 euros), y, claro, miríadas de primeras ediciones: de Residencia en la tierra, de Pablo Neruda; de Sol i de dol, de J.V. Foix; de Emblemas, de José Ángel Valente, con dibujos de Antonio Saura, de Josep Maria de Sagarra y de Víctor Català dedicados…
La Setmana apura su cita
La actitud quejosa de los libreros de viejo para con el Ayuntamiento también abarca lo que consideran “un agravio comparativo” con el trato que está dando a sus homólogos del libro nuevo, en particular con las facilidades de alternativas de ubicación que se han facilitado a la Setmana del Llibre en Català, que este domingo cierra su 39ª edición. Como habían previsto sus organizadores, la afluencia en los días laborables ha sido inferior (una media de poco más de dos mil visitantes) a la de las espectaculares cifras alcanzadas el pasado fin de semana, cuando sólo el domingo acudieron unas 10.000 personas.
La afluencia de estos dos últimos días ayudará a decidir a los responsables de la Setmana si la edición de 2022 repetirá el escenario actual del Moll de la Fusta (supuestamente provisional desde el año pasado por la pandemia) o si se regresa al tradicional enclavamiento en la Catedral, como ya está acordado verbalmente con el Ayuntamiento. En este caso, sin embargo, se requeriría de una ampliación del espacio, en tanto ahora ya sería insuficiente tras el incremento de casetas registrado este año.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.