La feria del libro vivido
Unos 50.000 volúmenes antiguos y de ocasión buscan su nuevo destino en Barcelona
“Los libros tienen su destino”, dijo el gramático latino Terentianus Maurus. Y si en algún sitio se cumple ese adagio es en la Feria del Libro de Ocasión Antiguo y Moderno de Barcelona, que ayer inauguró en el Passeig de Gràcia su ya 68ª edición, para mantenerse como la más antigua en activo de Europa.
“Están en una estantería expuestos en el suelo, hacia el medio; no tardes”, daba las coordenadas desde el móvil un visitante para que no se le escapara un ejemplar a su interlocutor, a los pocos minutos de abrirse las 35 casetas (dos de Madrid y una de Valencia) que participan este año (una menos que en 2018), pero con una oferta de vértigo entre libros viejos, de saldo, postales, mapas, láminas y pósters (el de la feria es de la artista Mar Arza). “En la librería es todo más pausado: aquí, en cualquier momento pasa lo más inesperado, como el jueves, que mientras montaba el estand pasó un chino y se gastó bastantes euros en una Biblia antigua”, desliza un reputado librero-anticuario.
El libro mil veces buscado o el título más inopinado puede chocar con uno: todo depende de lo que se hurgue o de pasar un minuto antes o uno después. Quizá conscientes de ello, tanto la escritora Care Santos, pregonera este año, como la consejera de Cultura de la Generalitat, Mariàngela Vilallonga, no se extendieron en sus parlamentos, pespunteados por tres danzas populares del Esbart Català Dansaire, actuación acorde con la breve exposición de la feria sobre publicaciones folclóricas en Cataluña.
Escritora y política coincidieron en declararse más bibliómanas que bibliófilas y también en evocar su relación con “la feria de los libros leídos, vividos”, como la definió la premio Nadal de 2017, que, al menos hasta no hace mucho, buceaba en pos de volúmenes de Terenci Moix, Mercè Rodoreda y del Romancero gitano, de Lorca; todo en primeras ediciones, claro. Vilallonga, que confesó que nació un año después de la feria, acudía en la década de los 70 como estudiante de Filología clásica en pos de títulos de la Bernat Metge de la década de los 20.
Desde plaza de Catalunya a Consell de Cent, por ambos lados, hasta el 6 de octubre se puede, a través de unos 50.000 volúmenes, ir desde las cabañas a los palacios de papel: de ofertas tipo “un libro, cinco euros; cinco, 20” y guías de fotos de obras de Gaudí hasta en ruso (cinco euros) a postales antiguas de la Costa Brava (ocho euros) o la colección de En Patufet de 1928 (30 euros). En un sector sitiado por la dificultad de transmisión del negocio por desinterés de los jóvenes, las prácticas de los editores de trinchar o hacer pasta de papel de sus excedentes antes que venderlos, el alza desorbitada de los alquileres de los almacenes y la lenta pero inexorable disminución de los bibliófilos, siempre lo más sugerente está tras los mostradores. Así, una Constitución de la República Española estaba bastante menos cotizada que una traducción de Hitler. Programa del P. N.S.T., de un temprano 1932 (20 euros, contra 75). Y, también por atrás, desde un pack de entradas de la Exposición de 1929 (150 euros) a una reaccionaria Historia de la Segunda República Española que Josep Pla quiso hacer desaparecer (300 euros). O el ilustrado El circo y sus figuras, de Sebastià Gasch, con dedicatorias de él y del pintor Grau Sala, dibujo de éste incluido (1.500 euros). “A comer a los Roca se ha de ir una vez en la vida; pues esto es lo mismo”, justifica el librero ante las dudas de un potencial comprador. En otra librería, con volúmenes de hasta 5.000 euros y mapas catalanes antiguos, esperan como clientes a la Biblioteca de Catalunya...
La frase de Maurus empezaba con otra que se perdió: “Según la capacidad del lector...”, refiriéndose a su inteligencia. En la feria del libro de ocasión, también depende de si tiene paciencia... y lleva carrito.
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