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cambio climático
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mitigar lo que ya no podemos evitar

Ante la repetición cada vez más frecuente e imprevisible de fenómenos meteorológicos extremos, ¿no deberíamos replantearnos la manera de enfocar el problema que representa el cambio climático?

Milagros Pérez Oliva
Restaurantes en la línea de costa de Les Cases de Alcanar, Tarragona, tras las lluvias torrenciales.
Restaurantes en la línea de costa de Les Cases de Alcanar, Tarragona, tras las lluvias torrenciales.Josep Lluis Sellart (EL PAÍS)

Lo que está sucediendo estos días en el Delta del Ebro es un aviso de lo que nos espera con el cambio climático. Que llueva sobre mojado, cada vez más y más fuerte. Esta parte del litoral sufrió un episodio de lluvias torrenciales e inundaciones muy parecido al de esta semana en octubre de 2018. Sufrió las consecuencias de otra dana intensa en 2019. En enero de 2020 la furia del Gloria lo golpeó de nuevo con tal virulencia que se llevó por delante la barra natural del Trabucador, lo que permitió que el mar entrara kilómetros tierra adentro. Ni siquiera han llegado todavía todas las ayudas acordadas en 2018 cuando ya se tienen que habilitar nuevas partidas para una nueva reconstrucción en la zona. Cada vez es más evidente que estamos ante un nuevo escenario, marcado por dos factores difíciles de gestionar: la imprevisibilidad y la recurrencia, lo que pone en cuestión la forma de afrontar este tipo de catástrofes naturales.

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Ante la repetición cada vez más frecuente e imprevisible de estos fenómenos extremos, ¿no deberíamos plantearnos algún cambio en la manera de enfocar el problema? ¿Seguiremos reconstruyendo todo igual que estaba, para que vuelva a ser arrastrado por las aguas dentro de poco? Sabemos que entre un 6,3% (según el mapa de riesgos de la Generalitat) y un 15% (según otros estudios) del territorio urbanizado catalán se encuentra en zonas inundables. Y también que lo ocurrido se va a repetir. De eso no hay ya ninguna duda.

Todos los informes de la ONU sobre el cambio climático advierten de que deberemos afrontar fenómenos meteorológicos extremos cada vez más intensos y frecuentes. Sus efectos se aceleran de un modo que está sorprendiendo a los propios científicos. La temperatura media del planeta ha subido ya 1,2 grados centígrados respecto de las registradas en la era preindustrial, entre 1850 y 1900, y cada año batimos nuevos récords de temperaturas máximas. Pero los científicos del grupo de trabajo de Berkeley Earth sobre temperaturas advierten de que ese 1,2 de incremento es el promedio de calentamiento terrestre y marino. Si contamos solo el medio terrestre, el incremento es ya de 1,96 grados de media. Por otra parte, el último Atlas de mortalidad y pérdidas económicas por fenómenos meteorológicos de la Organización Meteorológica Mundial que acaba de publicarse indica que las catástrofes naturales por manifestaciones extremas del clima se han multiplicado por cinco desde 1970, con dos millones de muertes en el mundo e ingentes pérdidas económicas.

Si la tierra se calienta y la temperatura del mar sube, se evapora más agua, la atmósfera retiene más humedad y acaba cayendo en algún lugar. La catástrofe puede llegar en cualquier momento a cualquier lugar. Y puede llegar por los dos elementos que más ha temido siempre la humanidad: el fuego y el agua fuera de control. Los habitantes de Lytton, una pequeña población del noroeste de Canadá, nunca imaginaron que serían noticia mundial por el cambio climático. Un día de junio vieron impotentes cómo los termómetros se enfilaban hasta los 46,6 grados, una marca insólita, nunca vista, y como seguía subiendo hasta los 49,6 grados. Dos días después, la mayor parte de sus casas estaban calcinadas. Fuegos incontrolables han asolado este verano lugares tan distantes y distintos como Siberia, California o Grecia. Alemania y Bélgica pudieron comprobar que nadie es invulnerable. Pese a la calidad de sus infraestructuras y sus avanzados sistemas de predicción, no pudieron evitar que unas lluvias torrenciales impropias de esa latitud dejaran más de 200 muertos. Lo mismo que ha ocurrido en la costa este de Estados Unidos. Los coletazos de la tormenta tropical Ida han dejado 40 muertos allí donde no se esperaba que fuera tan virulenta y ha sido relativamente benigna allí donde se preveían mayores estragos.

Este va a ser el pan nuestro de cada telediario a partir de ahora. De la lotería que distribuye los efectos del cambio climático, la cuenca mediterránea tiene muchos boletos. Esta zona del mundo se calienta más y más deprisa que la media del planeta. Así que debemos prepararnos. Pero ¿cómo neutralizar las consecuencias de un urbanismo depredador, que no ha tenido en cuenta los condicionantes de la naturaleza? ¿Vamos a estar reconstruyendo y reponiendo cemento en los mismos lugares que una y otra vez se llevan las aguas desbocadas? ¿Y vamos a dejar que se lleven a cabo nuevos proyectos urbanísticos con la misma lógica que hasta ahora? No va a ser fácil, pero habrá que reorientar las políticas públicas a afrontar las nuevas emergencias climáticas y mitigar los efectos de algo que ya no podemos evitar.

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