Rimini Protokoll explora las paradojas de la vida urbana
El CCCB acoge la obra del grupo ‘Urban Nature’, parte de la programación del festival Grec
La ciudad, un enjambre de personas que se acercan, se alejan, se cruzan e interactúan sin casi darse cuenta, se convierte en un gran escenario transitable en Urban Nature, la creación más reciente del célebre grupo alemán Rimini Protokoll. La producción, que forma parte del Festival Grec, se podrá disfrutar en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) hasta el 19 de septiembre y luego se presentará en la Kunsthalle de Mannheim.
En Urban Nature, la compañía conocida por sus obras de difícil clasificación, que rompen los límites entre las diferentes disciplinas artísticas, explora las formas de convivir en una ciudad multicultural como Barcelona e invita el público a ponerse en la piel de las siete personas que le llevarán en un viaje a través de sus vidas. “Producir una obra de estas características en plena pandemia ha sido heroico. La ciudad se explica a través de la diversidad”, apunta Jordi Costa, jefe de exposiciones del CCCB, recordando que para elegir los siete protagonistas, se realizó un casting ciudadano y se entrevistaron más de 70 candidatos. Nadie es actor, todas son personas reales que han accedido a compartir sus vivencias. La obra permite conocerlas y empatizar con sus historias, su forma de coexistir y relacionarse, a través de otras tantas escenografías urbanas, inmediatamente reconocibles.
“La definimos una película transitable, pero también es un experimento de teatro expandido y una exposición desbordada en un escenario, donde el público se convierte en un elemento más de la pieza”, explica Costa. Como toda la propuesta, también la visita oscila entre acudir a una muestra y un espectáculo teatral. El recorrido transita por siete espacios en los que hay una proyección audiovisual, elementos escenográficos y un despliegue sonoro indispensable para reforzar la experiencia inmersiva. “No hay auriculares, no queríamos ningún dispositivo entre el visitante y la obra”, apunta el escenógrafo Dominic Huber.
El público entra cada ocho minutos en grupos de 11 personas, una de las cuales se trasforma en una especie de director del juego, ya que se le confía una tablet donde recibirá indicaciones, que transmitirá a sus compañeros de experiencia. La narración empieza en una placita, donde un catedrático de Historia Económica y Ambiental, plantea la relación entre ciudad y naturaleza y la necesidad de modificar la gestión de los recursos naturales. En la barra de un bar el visitante encuentra al directivo de una célebre plataforma digital de mensajería que le introduce en la gig economy, el triunfo de la precariedad laboral.
La otra cara de la moneda es un refugio para indigentes donde hay que acostarse en una litera para conocer la historia de Siham, símbolo del incierto futuro de muchas jóvenes. A diferencia de lo habitual, no es un arquitecto el encargado de visualizar la ciudad del futuro, sino Leyla, una niña de nueve años. De los sueños de Leyla, que toman forma en la maqueta de una ciudad imaginada a medida de juego infantil, se transita por el lado más oscuro de la metrópolis: el taller de una prisión donde los internos fabrican piezas industriales y la cancha de tenis de una asesora financiera, que encarna la contradicción de ser mujer en un ambiente masculino. Cierra el recorrido Camila, una diseñadora gráfica que dejó el mundo de las redes sociales y las influencers para abrazar una nueva profesión no exenta de riesgos: la producción de marihuana. En su plantación reaparecen todos los personajes, es la despedida, el viaje ha durado 56 minutos que han pasado volando.
Como sorpresa final, el angosto pasillo de salida conduce a un panóptico y a unas ventanas escondidas tras espejos, que permiten espiar a los nuevos visitantes sin ser vistos. “Es una forma de subrayar que, aunque nos encontremos en un dispositivo tecnológico complejo, el valor lo aportan las personas. Inaugurar una muestra significa iniciar una conversación con el público, que esta vez más que nunca tiene la última palabra”, concluye Costa.
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