Jordi Serrallonga advierte que la covid “ha bajado a los humanos del pedestal”
El naturalista y arqueólogo publica ‘Dioses con pies de barro’ y avisa de que también a nosotros nos amenaza la extinción
Jirafas, mamuts y pinzones son solo algunas de las obsesiones de Jordi Serrallonga que aparecen en su nuevo libro Dioses con pies de barro (Crítica, 2020). Hay muchas más. Darwin, las Galápagos, Olduvai, los hadzabe… “Cierto, la lista es larga”, admite el arqueólogo y naturalista, uno de los personajes más ubicuos, singulares y entrañables del panorama científico catalán, que hoy no lleva su habitual sombrero fedora de Indiana Jones ni las botas y, claro, está raro.
El primer pensamiento de Serrallonga (Barcelona, 1969) antes de empezar a hablar de su obra en una cafetería con tanta separación entre las mesas que parece su querido Serengueti es para Henry Stanley, no porque salga en su libro, que podría perfectamente, sino porque le preocupa el paradero de la figura del célebre explorador que había de reclamo del Museo de Cera en la Rambla… “¿Qué habrá sido de él?”, se pregunta como un Livingstone al revés. Luego deplora no poder viajar a Londres para ver en el Museo de Historia Natural la exposición Fantastic beasts, que juega con la obra de Rowling y que ha sido cancelada por la covid. Precisamente la pandemia, aunque no sea el tema específico, está en el centro de Dioses con pies de barro, que habla de cómo los seres humanos nos hemos creído la especie escogida y que estábamos por encima de las leyes de la naturaleza. Las hemos desafiado y ha venido todo lo que ha venido, desde la crisis del medio ambiente al coronavirus. El libro, explica el estudioso, que se manifiesta emocionado por estar en una colección, Drakontos, con autores que admira tanto como Jay Gould, E. O Wilson, Sagan y Richard Leakey, por no hablar de Darwin y Lyell, se gestó en una larga conversación durante el confinamiento con la editora, Carmen Esteban, en la que Serrallonga se entusiasmó como suele y se puso a hablar torrencialmente de dinosaurios, extinciones, evolución, el Beagle y tutti quanti, y ella le dijo “ponlo ahora mismo en página”.
La rebelión de los animales
Empezó por un puma. El escurridizo felino que él buscó infructuosamente por el desierto de Atacama y el sur de Bolivia y que con la pandemia apareció deambulando tan ricamente por las calles de Santiago de Chile. “Me pareció un símbolo de rebelión animal, de cómo el confinamiento nuestro, de los humanos, significaba una libertad nueva para los animales”, señala Serrallonga. “Nos venían muchas imágenes de ese fenómeno, delfines en nuestras costas, aves enseñoreándose de las ciudades, insectos infrecuentes. Finalmente, claro, fue un espejismo porque al volver la normalidad, o la nueva normalidad, eso se acabó. Pero ha servido para recordarnos que la naturaleza siempre está ahí, lo que pasa es que no somos conscientes”.
El estudioso puntualiza que está ahí y seguirá estando aunque nosotros no estemos. “La vida en el planeta continuará, nos cargaremos los orangutanes y las mariposas, pero lo que hemos visto con la pandemia es que podemos extinguirnos nosotros. No será esta vez, con la covid, pero ahí queda la advertencia. Mira los dinosaurios, con tanto éxito como tenían. La selección natural y la evolución siempre están trabajando”.
Serrallonga reflexiona que el hecho de que todo, nosotros incluidos, esté en continuo cambio es algo que incomoda a mucha gente, como la propia teoría de la evolución. Tendemos a creer, añade, “que estamos por encima de las reglas de juego del planeta, pero somos solo ídolos de pies de barro. No somos dioses, sino una especie más, y viene un virus y nos caemos del pedestal; no digo que la naturaleza se esté vengando, no podemos antropomorfizarla, pero tiende a buscar el equilibrio y si algo sobra, lo elimina”.
El naturalista alerta de que en nuestra sociedad hemos perdido capacidad de adaptación y explica cómo en cambio los cazadores-recolectores de la etnia hadzabe, con los que ha convivido intensamente en Tanzania llegando a perseguir con ellos un kudú, son capaces de comer carroña (en el libro explica cómo dan cuenta de un gato salvaje putrefacto). “Nosotros ya no”, establece dirigiendo una mirada crítica a mi cruasán de chocolate.
La mamba y la tortuga
Del hecho de que el libro sea, además de un aldabonazo de alerta y un canto a la biodiversidad (por su utilidad, no por estética), un recorrido por aventuras (no la menor el encuentro con una mamba negra), exploraciones, personajes favoritos (como el capitán FitzRoy, la orangutana Jenny o la longeva tortuga Solitario Jorge), recuerdos (los añejos museos de ciencias naturales de la Ciutadella) y obsesiones del autor, Serrallonga, reconoce que “acabas siempre hablando de lo que conoces y te gusta”.
Es también un libro de viajes, algo que hoy en día hace casi llorar; a Serrallonga, que ha llegado a viajar hasta seis veces en un año a las Galápagos y lleva 25 visitando habitualmente Tanzania, el primero. “Los viajes son fundamentales, y sin ellos nunca hubiéramos ampliado los límites de la ciencia”, suspira.
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