Barcelona, una ciudad sin bares
El sector de la restauración amanece en Cataluña cerrado y lamentando el poco margen que ha tenido para hacer frente a las restricciones
La noche del jueves fue angustiante para los restauradores de Cataluña. El día anterior descubrieron que debían cesar su actividad por lo menos durante dos semanas, una medida que forma parte del nuevo paquete de severas restricciones aprobado por la Generalitat para frenar la expansión de la covid-19. En 48 horas, explican Luz Tamara y Edu Cruz, propietarios de Sur Café, un establecimiento del Eixample de Barcelona, tenían que gestionar el cierre. “¿Y qué hago yo con lo que tengo en las neveras para una semana? Es género perdido”, dice Tamara. La incertidumbre se mantuvo hasta la medianoche del jueves, a la espera de que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) autorizara o no las restricciones. “Ante tanto desconcierto, a última hora llamé a los Mossos d’Esquadra y al 112”, recuerda Tamara, “me dijeron que sabían lo mismo que yo, que siguiera las noticias para enterarme si finalmente cerrábamos”.
“Hasta última hora de la noche no sabíamos nada. Esto no es competente. Cerrar de un día para otro me supone por lo menos perder un 40% de lo que he invertido en género”, lamentan Marc Ferrer y su esposa, Ceci Nieto. A primera hora de este viernes se habían reunido con sus empleados del restaurante Can Pascual, en la calle Calabria. Todavía esperaban a la decisión del TSJC. “Que por lo menos nos dejen abrir la terraza”, confía Ferrer. De ello dependen dos contratados en cocina, que estaban en periodo de pruebas y que, si vuelven a cerrar, no podrán continuar. El resto de la plantilla, siete empleados, volverán a acogerse al expediente de regulación temporal de empleo (ERTE). La suspensión de la actividad puede afectar a 200.000 trabajadores. En el acumulado del año, en el ámbito de la hostelería hay en Cataluña más de 116.000 empleados en ERTE.
Por la mañana, la gran mayoría de establecimientos subió la persiana para vender bebidas y otros productos para llevar, pero es una opción insuficiente para cubrir los gastos de explotación, confirma Jing Cui. Ella y su marido tomaron el pasado junio las riendas del bar Mercadillo, en la calle Londres de la ciudad condal. Lo peor de abrir un negocio en plena pandemia de la covid-19 es la incertidumbre. “Un día crees que mejora un poco pero al siguiente vuelve a empeorar”, cuenta Jing.
La comparativa con el transporte público es recurrente entre todos los entrevistados, excepto en el caso de David Castellanos, gerente del Frankfurt Rosellón. Castellanos opina que las medidas son necesarias para mejorar la situación sanitaria. Sí lamenta la sorpresa del anuncio del cierre: “Sabíamos que en otoño habría otra ola, pero esto nos ha pillado desprevenidos porque ha sido de un día para otro”.
Castellanos recuerda que las nuevas medidas afectan también a los proveedores de alimentos: “Es un efecto dominó. Al comercial que me vende el pan para las hamburguesas, por ejemplo, los ingresos le caen en picado”.
Ese profundo malestar explosionó de forma muy contundente en la manifestación que convocó este viernes el sector ante el Palau de la Generalitat. De los gritos “Que no nos cierren” y “Govern dimisión” se ha pasado al lanzamiento de huevos, tomates, lechugas, algún que otro plato y hasta alguna perola contra las fachadas del Ayuntamiento de Barcelona y del Palau, a lado y lado de la plaza de Sant Jaume. Un millar de personas han acudido a la convocatoria a la concentración del gremio de la Restauración, a la que se sumaron las principales entidades del comercio de Barcelona, la Pequeña y Mediana Empresa (Pimec) y Fomento de Trabajo —con su presidente, Josep Sánchez Llibre— y el gremio hotelero de la ciudad. También acudieron trabajadores del sector del ocio nocturno, cerrado a cal y canto.
Huevos y platos
Con mascarillas. Y también con cacerolas, cocteleras, cubiteras y toda suerte de utensilios de cocina y silbatos han formado una sonora protesta en la que no faltaron momentos de tensión —ahí la distancia de seguridad brilló por su ausencia— con los Mossos d’Esquadra que custodiaban la Generalitat y que llegaron a salir del cordón policial para hablar con los manifestantes.
“Nos podían decir que solo abriéramos las terrazas, incluso reducir el aforo del interior. Pero cerrar de la noche a la mañana es indignante. Parece que nos quieran hundir y nos están señalando como los culpables de los contagios. Los restaurantes vamos a cerrar por la ruina económica, no por la covid”, espeta Javier Sánchez, de la Fonda del Port Olímpic de Barcelona. Se trata de un grupo empresarial que regenta ocho restaurantes en la ciudad: “Ya solo somos seis porque dos han tenido que cerrar”, añade.
El enfado se palpa en todas las respuestas: “El metro va lleno, los trenes, también... ¿y tenemos que cerrar nosotros?”, se pregunta Eduardo, de Vila Viniteca, una empresa de distribución de vinos que tiene a la hostelería como principal cliente.
La comparación con Madrid también iba de boca en boca: “Allí tienen peores datos epidemiológicos que en Barcelona y resulta que el sector cierra aquí. ¡Vamos, ya está bien!”, clama Pichi, una camarera de sala de la pizzería Vulcanus. Entre los gritos y el estruendo, Roger Pallarols, director del Gremio de Restauración insiste: “Lo que hay es una indignación colectiva porque con este cierre parece que quieran acabar de hundir a un sector que sobrevive desde marzo y ahora abocan a 80.000 trabajadores a un nuevo ERTE”. Los gritos en la plaza lo dicen más claro: “Queremos comer”.
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