Los cortocircuitos de la vida cotidiana, según Marta Orriols
La autora de ‘Aprendre a parlar amb les plantes’ prosigue sus indagaciones por las emociones íntimas en su tercer libro, ‘Dolça introducció al caos’
Lo difícil de la vida es, curiosamente, vivir la cotidianeidad y arreglar los pequeños cortocircuitos que genera la convivencia o el, en apariencia, monótono día a día. La vida como aquello que hay entre quizá dos sobresaltos y cómo reescribir de nuevo el guion de la normalidad. A la disección de ese proceso, con afán casi entomólogo, parece estar dedicando su elogiada trayectoria literaria Marta Orriols, que ha completado puntualmente ya un tríptico sobre ello: los iniciales y celebrados relatos de Anatomia de les distàncies curtes (2016), Aprendre a parlar amb les plantes (2018, premio Òmnium a la mejor novela del año) y, ahora, Dolça introducció al caos (Periscopi), también novela.
“No hay verdad, pero tampoco mentira”, reflexiona cuando le devuelve un “te quiero” a su pareja Marta, joven fotógrafa que mantiene una convivencia de feliz calma chicha con Dani, guionista de tele, ambos deseosos del paso a la estabilidad económica y profesional (“saltar al neolítico y dejar el nomadismo”, dicen), hasta que el embarazo no deseado de ella y su decisión de interrumpirlo lo cuestiona todo; o quizá no tanto. Para resumirlo, Orriols (Sabadell, 1975) ha tomado prestado como título de esta novela (que en castellano editará Lumen) una pieza del grupo Extremoduro (“la canción de que el tiempo se parara / donde nunca pasa nada”). Sí, un ir tirando… “La vida real es un poco así, muy monótona, y eso tiene algo de asfixiante, ya lo era antes de esta pandemia; la crisis de hoy es también emocional”, sostiene la escritora, que mantiene que “todo al inicio en la vida parece sensible y amable y en esa dulzura asoma, de improviso, el caos”.
Dani y Marta y hasta la jefa del primero parecen esperar siempre a que pase alguna cosa para moverse, algo que también le sucedía emocionalmente a Paula, la protagonista de Aprendre… “Responden a mi percepción del mundo: vamos arrastrados, obligados a llevar unas vidas donde gestos y decisiones tan íntimas como tener o no un hijo son atravesados por este malestar social general, que estaba ya mucho antes de que estallara la covid-19”, opina Orriols.
Tiene menos presencia la joven en la novela de lo que el argumento expone (“quería, dándole casi toda la voz a él, cambiar los estereotipos narrativos, donde el discurso de la mujer es siempre el de las cosas materiales y el de los hombres, el filosófico, pero luego lo reequilibré más”), en un relato donde la cotidianeidad se plantea como una labor hercúlea de vida. “Lo cotidiano me parece el medio más adecuado para explicar ciertas emociones, la rutina tiene muchas texturas y capas de aspectos concretos; busco inquietar al lector con esas cosas incómodas cotidianas que nos conforman por dentro, la esencia de la vida está en la cotidianeidad: a los grandes hitos de la vida de uno sólo se llega por el día a día”. Y ahí sí que Marta carga con peso en la obra: “Es totalmente lícito que no quiera tener el hijo, pero por dentro se ve obligada a justificarse, la culpa se arrastra”, cree su creadora.
Que ello ocurra es, en buena parte, porque piensa la escritora que son tiempos de “una manía cultural de polarizar todo debate en la vida entre sí o no”, cuando en el caso de la interrupción del embarazo “no hay debate, es un decisión estricta de la mujer”, y que, en ese contexto, “cedemos a los otros sentimientos que son muy nuestros; no quería hacerlo Marta ni tampoco Paula y ambas se ven obligadas a compartirlos”. Por eso, concede que toda su obra suele girar sobre “qué hacemos con los deseos frustrados, qué dejamos de ser cuando tomamos una decisión; esta es también una novela de dudas”. Y sobre las ausencias: en Dani, la de su padre cuando era chico; en la Paula d’Aprendre…, la de su pareja. “Son mis pequeñas obsesiones, escribo a partir de ellas, la pérdida aún está presente en mi vida”, dice sin citar la trágica desaparición de su propio compañero en un accidente aéreo, que exorcizó en su novela anterior.
También conforman el sello ya genuino de la narrativa de Orriols la crisis de la pareja, la sensación de un mundo exterior extraño y hostil (“me es difícil, en este contexto tan terrible, encontrar espacios oxigenados fuera de la familia y los amigos más íntimos”) y la dificultad de expresar los sentimientos (“nos cuesta decir las cosas, aunque por las redes sociales no lo parezca; mis personajes dicen lo que políticamente toca, pero por eso dejo al lector que los oiga pensar”). Y no niega, por todo ello, que quizá sus tres obras estén cosidas por intentar saber cómo rehace uno el guion de su vida. “Sí, vamos reescribiéndola a partir de las pequeñas decisiones; curiosamente, con las grandes decisiones de la vida somos más radicales e irracionales que con las pequeñas cosas”.
Milenials zarandeados
El retrato de unos milenials irreflexivos e infantiles que recoge la novela es, justamente, un espejo deformante de lo que piensa Orriols: “Se les trata infantilmente, el propio sistema tiene interés en hacerlo así, triunfa la manera desastrosa como les zarandea un capitalismo que vende hedonismo para tapar su naturaleza cutre, que dice que si no has triunfado en la vida es por culpa tuya; estoy en contra de disfrazar el sistema: no, no tiene nada de divertido ser milenial”. Y eso lo sabe la protagonista, que, en el fondo, no tiene el hijo solo por razones económicas: “Esto pasa ahora, no en la época de mis padres, que sí los tenían aunque tampoco tuvieran dinero; quizá hoy se quiera vivir materialmente mejor sin sacrificarse en nada… Las vidas en Instagram parecen maravillosas, pero tras ellas el dinero siempre falta”.
Curiosamente, Marta es a la que más le cuesta, en ese contexto, expresar su amor. “Decir te quiero es muy importante, siempre, pero ahora no se lleva, el amor romántico la gente lo ve casi como algo tóxico; antes era más fácil decir ‘te quiero’... ¿Por qué? El mundo, hoy, es público y si se dice que el amor romántico se ha acabado, pues eso… Modificamos lo que sentimos por lo que se lleva”. Por ello el objetivo último de los dos protagonistas quizá sea hallar una identidad. “La gran pregunta es si sabemos encontrar nuestro lugar en el mundo”, cree Orriols. Y ella mira y busca desde dentro y en lo más cercano y cotidiano.
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