El sueño de una Málaga que no sabe qué hacer con su río: remodelar por 300 millones o renaturalizar por cinco
El Ayuntamiento (PP) quiere reformar el cauce y construir puentes plaza, mientras arquitectos, oposición y ecologistas apuestan por devolver la naturaleza a su sitio, como el Manzanares de Madrid


Un hilo de agua se cuela entre la vegetación. Hay cañas, arbustos y árboles, en cuyas ramas a veces aparece un colorido martín pescador. Más allá del verde también hay hormigón. Y basura, mucha basura, además de aguas residuales que se filtran desde las cloacas de la ciudad. Son las dos caras de un mismo río, el Guadalmedina, históricamente definido como una herida que separa en dos a la ciudad de Málaga, cuando en realidad es lo que la une, su origen. El Ayuntamiento lleva décadas buscando una solución para su cauce, siempre con la idea de embovedar una parte. Acaba de presentar un proyecto valorado en 300 millones de euros criticado por faraónico e imposible de financiar. La oposición, un amplio número de arquitectos y organizaciones como Ecologistas en Acción insisten en que lo ideal es renaturalizar. Devolver la naturaleza a su sitio, idea alineada con las llamadas infraestructuras verdes de la Unión Europa, es además mucho más barato: apenas cinco millones, según la cifras que maneja la entidad medioambiental. “Málaga se merece un espacio verde y no se puede desaprovechar esta oportunidad”, dice el secretario del Colegio de Arquitectos malagueño, Luis Frade.
Para entender el Guadalmedina hay que remontar un siglo. Un fenómeno meteorológico que hoy se denominaría dana dejó, en septiembre de 1907, una secuencia similar a la de Valencia en 2024. En la capital apenas llovió, pero en el interior de la provincia jarreó durante horas. El agua bajó con tal fuerza y tanto lodo que derribó tres de los cuatro puentes urbanos del río, inundó barrios enteros y llevó el fango hasta la misma calle Larios. Murieron 21 personas, 162 si se suman las ocurridas en la comarca de la Axarquía en aquel mismo episodio. La tragedia —conocida como la riá— obligó a construir la presa de El Agujero, que más tarde fue sustituida por la de El Limonero, que funciona como aliviadero y regula el caudal. Ambas infraestructuras sirvieron —y sirven— para salvar vidas, pero también desdibujaron el tramo final de un río que tiene 50 kilómetros desde su nacimiento en la Sierra de Camarolos. Los últimos cinco parten desde el embalse hasta el Mediterráneo, encauzados entre hormigón y cruzados por 15 puentes, tres de ellos peatonales. La parte más cercana al centro es un gran solar estrecho, largo y abandonado, al que el Ayuntamiento de Málaga quiere dar —como a su ribera— un uso ciudadano, con propuestas y concursos públicos que nunca convencen a todos y que siempre quedan en nada por falta de financiación.
El primer paso lo dio en el año 2000 la entonces alcaldesa, Celia Villalobos. Presentó un plan para soterrar el Guadalmedina que costaba 82.000 millones de pesetas (492 millones de euros), desechado en 2004 por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Tras varios debates, polémicas y dudas sobre qué hacer con él, la Fundación Ciedes —organismo integrado por administraciones, organismos públicos, empresarios o sindicatos— lanzó en 2011 un concurso de ideas. Un año después anunciaban como ganador al arquitecto José Seguí, cuya propuesta —denominada Más río, más ciudad y valorada en 146 millones de euros— preveía que se mantuviese un caudal continuo facilitado por El Limonero, en contraste con el habitual trazado seco en casi todo su recorrido urbano. “Se trataba de integrarlo en la ciudad, pero dejando el cauce en sus condiciones naturales”, recuerda ahora Seguí. Su idea se quedó en el cajón porque no había dinero y, sobre todo, por escaso interés político. El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre (PP), siempre ha apostado por embovedar el río —como también pide Vox— para, de una manera u otra, hacerlo desaparecer y ganar encima una gran avenida peatonal. “Es un cauce seco y feo, que se ensucia, que divide y que no aporta nada a la ciudad”, llegó a decir en 2011.
Puentes plaza
Tras el fracaso, la ciudad se centró en su desarrollo turístico, en los museos, en la peatonalización del centro histórico o la renovación del paseo del Parque y la Alameda Principal. El río se abandonó entre basuras, aunque la ciudadanía siempre lo usó para actividades deportivas, como un improvisado skate park. Volvía a la actualidad de forma periódica, pero no fue hasta otoño de 2024 cuando el Ayuntamiento convocó otro concurso a partir de un concepto de plazas puentes, una especie de embovedado encubierto del cauce. Falló: nadie presentó ofertas; pero en 2025 el municipio insistió. Hubo cuatro ofertas y ganó la consultora de ingeniería Esteyco. Este octubre presentó su propuesta. “Será un gran parque de 12 hectáreas”, subrayó entonces Andreu Estany, uno de los responsables de la compañía. “Creo que es muy bueno que este proyecto sea conocido en profundidad, valorado y que enamore a la gente”, remachó De la Torre, quien espera que la obra, presupuestada de momento en 300 millones, la pague principalmente Europa.

La idea incluye aumentar la pendiente del cauce, el desarrollo de un corredor verde en el mismo, soterrar el tráfico en los laterales y crear cinco puentes plaza —la licitación estaba tan encorsetada que no había otra opción— que conecten ambos márgenes, con un puñado de árboles que crecerían sobre tierra con apenas 1,7 metros de profundidad, algo que ha generado dudas. “En el anteproyecto se intuye todo muy artificial. Y los puentes plaza, además de idea repetitiva, es lo más controvertido”, señala el arquitecto Luis Frade, “por todo lo que pasaría debajo”, apunta. Tendrán entre 2.600 y 4.500 metros cuadrados “con sombras tan grandes que, abajo, pueden generar inseguridad”, apunta. “No sabemos si todo eso es lo que se merece Málaga”, insiste quien cree que, además, el tráfico del entorno debería desaparecer. “Hace falta una estrategia más completa que mire, incluso, más arriba de la presa”, sostiene.
Urbanizar o renaturalizar
Para debatir sobre ello, el propio Colegio Oficial de Arquitectos de Málaga (COAM) impulsó hace unas semanas un coloquio. “Aquí se pretende soñar, con buenas prácticas, qué podría ser este río”, dijo su moderador, el arquitecto Juan Gavilanes. La opinión generalizada entre los asistentes fue que no son tiempos para obras faraónicas. Justo como uno de los ejemplos que se conocieron en la charla, la rambla de Almería, que conllevó la construcción de ocho presas a las afueras y una enorme avenida de cuatro kilómetros para soterrar el cauce. Costó 4.400 millones de pesetas (26,4 millones de euros). “Aquello fue una buena solución en su época, pero el proyecto impulsado ahora por Málaga, en pleno 2025, es totalmente extemporáneo”, subrayaba el arquitecto Rafael Reinoso, uno de los invitados, quien, en conversación con EL PAÍS, cree “una locura la cantidad de dinero que está gastando el Ayuntamiento en el proyecto”.
El especialista sostiene que la Unión Europea se centra ahora “en quitar hormigón y no ponerlo” y, por eso, cree difícil que apoye la actuación. “Las directrices europeas hablan de infraestructuras verdes: de recuperar el cauce (que no tiene por qué tener uso ciudadano) y generar biodiversidad. Restaurar lo que estaba estropeado sería ideal”, señala Reinoso. Durante la charla en el COAM se puso como ejemplo la renaturalización del río Besos en Santa Coloma de Gramenet y Barcelona. También Madrid Río, cuyo coordinador, Javier Malo, explicó que la actuación permite ahora disfrutar de la vida que sucede en el Manzanares de manera espontánea. “Hay que poner límites entre el espacio que ocupamos las personas y la parte natural. Funciona. Y aporta una gran biodiversidad al entorno urbano”, señaló.
Juan Antonio Gómez Negrillo, miembro de la Sociedad Española de Ornitología (SEO) lo sabe bien. Ha visto como la vida ha vuelto al tramo de tres kilómetros del Guadalmedina que la Junta de Andalucía, con fondos europeos, restauró entre 2022 y 2023. Lo hizo desde la presa hasta el puente de Armiñán, cerca del estadio de La Rosaleda. Tras un desbroce, crearon unas rutas peatonales y plantaron especies locales como chopos, álamos o adelfas. Un caudal ecológico hizo el resto. “En dos años hay ya muchas plantas de ribera que han llegado de forma natural desde la parte alta. Y con ellas especies de aves que no se veían desde hace tiempo, como el martín pescador, el carricero común o el ánade real”, destaca Gómez Negrillo. “Si Málaga quiere una infraestructura verde potente, tiene su gran oportunidad en el Guadalmedina”, insiste. “Lo que más sentido tiene ahí es levantar el hormigón para recuperar la naturaleza”, apunta.
Esa idea, además, es compatible con los episodios de grandes avenidas que puedan suceder en el futuro, cada vez con más virulencia debido al cambio climático. La última vez que el río se llenó hasta el borde fue en la dana de noviembre de 2024, cuando el embalse se acercaba a su máxima capacidad y soltó agua. “No pasa nada, porque la vegetación autóctona está adaptada a esas crecidas e incluso las aprovecha para reproducirse. Además, frena y aminora el poder erosivo del agua”, expone Gómez Negrillo. Su apuesta —como ocurre en Madrid Río— es dejar un cauce totalmente naturalizado sin uso para la ciudadanía, que puede disfrutar la biodiversidad desde un balcón privilegiado, como Madrid Río. “Y si hay uso para los vecinos, debe ser en relación con la vegetación y trabajando con formas topográficas que no se lleve el agua: poner bancos de hormigón en vez de madera, por ejemplo. Luego, tras la riada, el agua bajará en unos días, se baldea y todo limpio de nuevo”, aclara el arquitecto José Luis Muñoz. “Con poco esfuerzo y voluntad política es fácil hacer un río muy habitable y recuperarlo como espacio verde para la ciudad sin inversiones mastodónticas”, concluye.
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