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El error de eliminar árboles y vegetación de ríos y barrancos ante el riesgo de inundación

Existe una creencia de que los cauces ‘limpios’ de plantas previenen las riadas, pero el efecto es el contrario: la velocidad del agua aumenta y provoca una mayor devastación en caso de avenidas

Dana Valencia
Vista del barranco del Poyo a su paso por Paiporta, el 2 de noviembre tras las inundaciones.Ángel García (AP/LaPresse)
Esther Sánchez

“No, por los ríos o barrancos no fluye mejor el agua cuando existe menos vegetación, y tampoco eso son cauces limpios”, afirma tajante Pau Fortuño, biólogo del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). De esta forma, el científico advierte contra la falsa creencia de que los árboles, arbustos y otras plantas que crecen en los cauces y barrancos sean una de las razones que complican la situación en caso de grandes avenidas de agua. Muchas personas piensan que son un estorbo para que el agua corra bien y pueden poner en peligro la vida de las personas cuando llegan flotando. Al contrario. “Es más, en la dana de Valencia se ha demostrado que los amontonamientos han sido de coches”, puntualiza.

Otra cuestión son los trabajos de mantenimiento. Son necesarios, por ejemplo, para impedir el crecimiento de especies exóticas invasoras como la caña común (Arundo donax), con un “poder de colonización brutal” y que puede provocar problemas por la gran cantidad de biomasa que genera. Si en los cauces crecieran los árboles que les corresponden, como olmos o chopos, la caña no tendría toda la luz que necesita para crecer. “Así que, dejando los ríos pelados, lo que hacemos es favorecer que esa especie crezca más y más”, remarca el experto.

Teniendo en cuenta el funcionamiento hidrológico de los ríos, añade Fortuño, el comportamiento correcto sería el contrario: dejar crecer la vegetación autóctona, que es flexible y robusta a la vez, depura el agua, controla el sedimento, fija el suelo y, en momentos de crecidas, contribuye a reducir la velocidad del agua y de los materiales que llegan desde las partes altas de la cuenca. En inundaciones tan devastadoras como la ocurrida en Valencia, quizá los árboles no resistan en pie, por mucho porte que tengan, pero “el agua nunca llegará a alcanzar esas grandes velocidades y, por tanto, ese poder destructivo”, indica este especialista en ríos mediterráneos.

El problema es que este tipo de comportamientos consistentes en dejar pelados los cauces de los ríos se siguen produciendo en los municipios porque “es una actuación rápida, que pide la gente y da votos”. En los barrancos mediterráneos, por los que normalmente no corre agua y en los que no existen grandes bosques pero sí vegetación arbustiva, ocurre algo similar, a lo que hay que sumar que son zonas encauzadas, que se han estrechado al máximo. Además, el terreno está ocupado por viviendas, industria e infraestructuras de todo tipo.

Encauzar el río o barranco

“El encauzamiento provoca que suba más el agua, porque estrecha más el cauce, el agua va más alta y rápida, la energía va a ser mayor y donde rompa, salte o se desborde será mucho peor”, explica Alfredo Ollero, profesor de Geografía Física de la Universidad de Zaragoza. En todos los sitios donde sea posible es necesario darle más anchura al río y eliminar esos canales para hacer más permeable el territorio, añade. Y, en caso de que no exista más remedio que meter al río por un canal, que este sea “lo más amplio posible, porque hay que imitar a los ríos y la forma que tienen estos de bajar la energía es ensancharse”.

Ollero se muestra “rotundamente en contra” del concepto de limpiar los ríos de vegetación. “Limpiar es quitar basura, presas, azudes, vados, todos los obstáculos humanos, pero no quitar sedimento ni vegetación porque va a tener consecuencias graves”, asegura. Tampoco es partidario de las estructuras duras como la construcción de presas, que se utilizan, además de para almacenar agua, para controlar las inundaciones. “Normalmente, los embalses de laminación no sirven, porque ocupan mucho espacio y estropean mucho territorio”, señala. Las presas almacenan el agua que llega de una avenida y desaguan de forma progresiva, lo que provoca la disminución de los daños aguas abajo.

Sin embargo, Federico Bonet, consejero del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y exdirector técnico de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), mantiene que las soluciones “verdes” basadas en la naturaleza no se pueden aplicar en todos los lugares. Él vive en Valencia y afirma que en la cuenca del Júcar, por ejemplo, “no se han realizado actuaciones de calado desde hace 20 años”. Considera necesario priorizar las actuaciones pendientes en función del riesgo de las inundaciones y los daños que pueden causar. Bonet se refiere a “proyectos de defensa que requieren una inversión importante”. Uno de ellos es la conexión prevista por la CHJ del barranco del Poyo [el que ha causado los mayores daños en la riada] con el nuevo cauce del río Turia, por medio de una infraestructura verde.

Bonet indica que cada problema tiene su solución, y que hay casos en los que son necesarias las infraestructuras más duras como las presas o los encauzamientos. Entre las estructuras pendientes, él cita la presa del Marquesado, en el río Magro ―que en esta dana se ha desbordado en varios lugares―. Se situaría más abajo de la presa de Forata, que en esta ocasión ayudó a amortiguar parte del diluvio, aunque se temió por su integridad. Otro embalse, el de Montesa, proyectado en el río Cànyoles para minimizar los riesgos de inundación en la comarca de la Costera y en la ribera del Júcar, cuenta con una tramitación más avanzada, aunque todavía está sin construir. Y, ya en la parte baja del Júcar, una llanura de inundación que se desborda cuando el río lleva mucha agua, existe un estudio para poner en marcha una actuación, en este caso más natural, porque “al ser una zona agrícola lo permite”, concreta el ingeniero.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.
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