La M.O.D.A. vuelve al pueblo: “La cultura es un derecho en grandes ciudades o pequeños municipios”
La banda burgalesa que llena grandes auditorios y festivales actúa gratis en localidades despobladas de su provincia dentro de un plan para llevar la música a zonas rurales
La alegría desborda por un día en los cementerios demográficos de Sedano y Quintanilla del Coco (Burgos, 140 y 50 habitantes). El pasado sábado por la noche había concierto y la afluencia a la plaza Mayor de Sedano multiplicaba a la que atrae la verbena veraniega, que ya es decir. Unas camisetas blancas, sin mangas, cuelgan empapadas entre muros pétreos. “Héroes del sábado”, reza una multitud de sudaderas contra el relente en honor a La Maravillosa Orquesta Del Alcohol, La M.O.D.A. La banda burgalesa ha revolucionado este fin de semana los —demasiado— apacibles días de estos dos pueblos víctimas de la despoblación, con conciertos gratuitos para retornar la música al medio rural tan rememorado en sus canciones. El grupo ha cambiado los modernos escenarios por una terraza de madera en una casa abandonada: es lo que tiene volver a los orígenes.
La lluvia azota Sedano horas antes del espectáculo, pero el buen ambiente reina junto al complejo residencial Miguel Delibes, nombrado en honor a este ilustre vecino, fallecido en 2010 y que allí escribió parte de sus novelas. Corre la cerveza y algún cubatilla a precios lejanos de los habituales en recintos urbanos: dos euros el tercio y cinco el combinado. Borja García, de 20 años, flipa. “Los he visto en Burgos, está muy guapo que vengan porque fomenta la vida rural y nos ayuda”, destaca. El grupo fue recibido el viernes en Quintanilla del Coco, donde el pasado verano ardieron más de 2.300 hectáreas, con una pancarta que decía: “La España Vaciada y quemada se pone de M.O.D.A. Gracias por vuestra solidaridad”.
La iniciativa supone una “liturgia” para Lucía Blanco, Mónica Villanueva y Jorge Mateos, de entre 24 y 39 años y procedentes de Matallana de Valmadrigal, Marne y Valencia de Don Juan (León). Ellos padecen la despoblación y por eso el año pasado ya acudieron a verlos a Pampliega (Burgos, 285 personas). “Venimos del medio rural y nos encantó, es otra manera de conocer otras zonas. Tiene más encanto”, explican, pues pese a escucharlos en grandes festivales se quedan con estas actuaciones más “cercanas”. La proximidad se nota en la plaza, con los músicos de cháchara con colegas o fieles adeptos desde que empezaron precisamente en los pueblos. El alcalde, Igor Herrán, no para: “Es una bomba, increíble, esto no acaba hoy, podemos hacer historia y se lo agradeceremos eternamente”.
Tocar en zonas despobladas encaja con el último disco de La M.O.D.A, Nuevo Cancionero Burgalés, que recoge y renueva el folclore popular con enormes pabellones coreando “lleva la molinera buenos collares con la harina que roba de los costales” o versos sobre el sol de Villarcayo. El cantante burgalés David Ruiz enumera esos conciertos reducidos en Frías, Valdivielso, Villadiego y Hontoria, en 2019, y en Covarrubias, Pampliega y Poza de la Sal, en 2021, para “visibilizar al medio rural”. “La cultura es un derecho en grandes ciudades o pequeños pueblos. No somos salvadores de nada, lo sentimos como algo único y estamos orgullosos”, matiza. Y añade: “Estamos recordando a nuestros abuelos y momentos mágicos de nuestra infancia en Castilla”.
Jacobo Naya y Nacho Mur, el teclista gallego y el guitarrista madrileño, tildan estas giras donde los niños trepan a la chepa paterna entre sus acordes y los abuelos conocen las letras por tararearlas en el campo como el “momento más bonito del año”. “Es devolver a la tierra que nos da cultura, temas como La molinera son los que más se cantan”, destacan. Los padres de Joselito Maravillas, acordeonista, presumen de que “llenan el WiZink [Madrid] más que Raphael” sin perder la humildad porque “no les gusta el famoseo”.
“Nunca había visto tanta juventud”
El furor lo nota hasta el perro de Alberto Peña, de 83 años, ataviado con una camiseta canina con un lema de la banda. El lugareño admite desconocerlos y vacila al baterista, Caleb Melguizo. “A ver si levantan al pueblo y a la gente”, desea. El hombre lamenta que antaño eran “cabeza de partido, había 600 habitantes, mientras que ahora en invierno solo 80″. Su interlocutor agradece “tanto amor” y promete un buen concierto también para Iluminada Santamaría, de 77 años. “Nunca había visto tanta juventud”, aplaude la mujer, a quien le cambia el rictus al hablar de despoblación: “¡Ay, Sedano, he estado sola en el barrio, en invierno venía yo sola andando con un miedo…!”.
La lluvia fuerza un cambio de planes: de la plaza pasan a la terraza de madera sobre la casa de Florentín Martínez, de 86 años. “¡Que salga el abuelo!”, pide la gente cuando se asoma a la ventana a escuchar. El piso, como tantos otros, lleva 12 años abandonado y los artistas y su equipo se fajan entre techos caídos, alfombras raídas y lámparas recopiladas por el pueblo para iluminar el balcón.
La música silencia el crujido de la vieja madera y la coronilla del bajista, Jorge Mariscal, roza las pinzas colgadas de tendales inutilizados cuando salta entre estribillos. Pronto el sudor sustituye al agua de lluvia que goteaba por los rostros del público. Solo a Alvar de Pablos, clarinete, le daban igual los chubascos: “¡Es lo que tiene tocar instrumentos del siglo XVIII!”.
La multitud estalla entre versos y enmudece cuando, como colofón, suena Campo amarillo. Dos chicas sollozan y se abrazan en primera fila al oír aquello de “ya van quedando vacíos los pueblos, ya van perdiendo los niños sus sueños”. Hay canciones demasiado pegadas a la realidad rural. Bien lo saben en esos pueblos olvidados. Así lo refleja un cartel al salir de Sedano, bajo la luna llena y con la iglesia iluminada al fondo mientras los coches se marchan a medianoche tras el concierto: “No te olvides de donde vienes”.
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