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La banda que puso Burgos de M.O.D.A.

El grupo presenta su cuarto disco, ‘Ninguna ola’, y prepara su vuelta a los escenarios en marzo

El grupo La M.O.D.A. ensayaba el 12 de diciembre en el local El Hangar, de Burgos.
El grupo La M.O.D.A. ensayaba el 12 de diciembre en el local El Hangar, de Burgos.RICARDO ORDÓÑEZ
Juan Navarro

Una de las bandas más populares de España compra su uniforme de trabajo en mercerías. Las camisetas interiores blancas, sin mangas, se han convertido en el símbolo de La Maravillosa Orquesta del Alcohol, más conocida como La M.O.D.A. Cuando los siete integrantes del grupo se quitan esa prenda se convierten en treintañeros que comparten pasión por la música y que se vacilan mientras pasean por Burgos.

En esa ciudad castellana comenzaron a tocar en un garaje, hasta que fueron colonizando calles, “con un frío del carajo”, y salas de música, una música donde la mezcla de estilos y la fuerza de las letras acaba encajándoles en esa etiqueta tan vaga como el indie español. Hace unas semanas han publicado su cuarto disco, Ninguna ola, compuesto antes de la pandemia. Su consigna es mantenerse con los pies en el suelo, pese a haber pasado en una década de tocar en bares pequeños a hacerlo ante 15.000 espectadores en Madrid o abarrotar el Sonorama de Aranda de Duero (Burgos).

La estructura de sus giras, comentan, les permite mantenerse conectados con su ciudad, pues nunca pasan demasiadas semanas seguidas fuera. Cinco de los componentes (David Ruiz, Joselito Maravillas, Alvar de Pablo, Caleb Melguizo y Jorge Juan Mariscal) son burgaleses; el gallego Jacobo Naya y el madrileño Nacho Mur viajan desde la capital para ensayar dos días semanales en la sala El Hangar, emblema de la música en Burgos y cuartel general y de ensayos para La M.O.D.A. Hace ya demasiado tiempo que, debido a la crisis del coronavirus, este antiguo depósito de locomotoras no alberga noches de música y debe conformarse con los acordes y las voces de un grupo con nostalgia de actuar. Lo harán en marzo en Madrid, tras más de un año parados.

Burgos acoge la ruta de la banda, que recorre la ciudad, de 176.000 habitantes, señalando lugares que han marcado su trayectoria. Hablan mucho en pasado: locales clave para su desarrollo musical y personal, como Estudio 27 o La abuela Buela, han bajado la persiana definitivamente. David y Caleb rememoran apenados aquellos bolos en este último lugar, apretados para que cupiesen todos los miembros ante un público apelotonado. El grupo coincide en que en Burgos no son La M.O.D.A, sino “el hijo de…”, o “el compañero de colegio de…”.

Para muestra, El Espolón. Este paseo junto al río Arlanzón tiene en la tienda Música y Deportes un histórico proveedor de cultura. El escaparate muestra el vinilo de Ninguna ola y dentro una mujer compra el disco, ajena a que la banda charla a unos metros. Una vez los ve, les obsequia con un escueto “enhorabuena” y una sonrisa que traspasa la mascarilla.

El cantante, David Ruiz, pone voz a la reflexión que hacen sobre la fama: “Nos hemos preocupado de no regar esas plantas”. Aún les da vergüenza estar tomando algo y que suenen de repente sus canciones.

Uno de los rasgos de su música es la variedad de dimensiones que retrata. Temas como Nómadas plasman la desazón de aquella generación que tuvo que buscarse la vida entre negativas y el “ya te llamaremos”; Campo Amarillo se ha convertido en un himno para quienes han sentido aquello que dice de “ya van quedando vacíos los pueblos, ya van perdiendo los niños sus sueños”. El grupo rehúye de etiquetas que los proclaman un símbolo contra la despoblación de la España vaciada: se contentan con provocar emociones. Tampoco quieren que letras como las de Conduciendo y llorando, que menciona “bocas de metro mastican piernas y pies cansados”, se entiendan como una crítica a la gran ciudad.

La formación menciona con cariño a los dueños de aquellos lugares que los han ayudado. En el Acuarium, por ejemplo, se sirven verdejos, riberas, cañas y discos de bandas locales. La M.O.D.A ocupa un puesto preferente. El dueño del local aprovecha para vender un par de discos que el grupo dedica rotulador en mano y con la espalda de un compañero como tablero. Unos instantes sin mascarilla para dar cuenta de unas croquetas calentitas le bastan a una niña rubísima para reconocer a los músicos. La pequeña se dirige al vocalista: “Tú ibas a comprar jengibre donde mi mamá”. Todos ríen antes de hacerse una foto de familia ante los soportales donde hace unos años, muertos de frío y vivos de sueños, empezaron a ponerse de moda.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.

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