El aeropuerto sin pasajeros que consiguió vecinos caídos del cielo
El aeródromo de Teruel genera más de 400 puestos de trabajo y los pueblos cercanos se benefician de la llegada de nuevos residentes y sus empresas reciben cada vez más encargos
Lo de los aviones no entraba en los planes de Héctor Novials. A este chico de 32 años le apasionan las alturas, pero de otro tipo. En busca de un lugar en el que dedicarse a su pasión, la escalada, encontró Gea de Albarracín y se convirtió en uno de esos nuevos pobladores que ha hecho que este municipio turolense haya pasado de 360 a 447 vecinos en solo tres años. Aquí encontró paredes verticales, pero, sobre todo, un trabajo que le permitió establecerse en el lugar en el que él había elegido para vivir. Lo hizo en el aeródromo que en sus 10 años de existencia se ha convertido en uno de los mayores puntos de mantenimiento y reciclado de aviones de toda Europa. Una inversión que al principio despertó muchas dudas, pero que ahora emplea a 400 personas.
De aeropuertos fantasma, España sabe un rato. A mediados de los 2000 el frenesí aeronáutico provocó la construcción de estas macroestructuras en Castellón, Ciudad Real o Huesca, lugares en los que los proyectos iniciales se demostraron prácticamente inviables porque se apoyaban en el transporte de pasajeros. Alguno de ellos no ha visto rodar una maleta por sus pasillos jamás. El de Teruel no se concibió así. ¿Qué hacer con ese pequeño aeródromo construido en los años 30 que en sus últimos años abierto había servido como campo de tiro para el Ejército? Tras sopesar varias opciones, se optó por hacerla fuerte en un nicho de mercado en potencia. Serviría para aparcar, mantener y desmantelar aviones. Los clientes no serían los viajeros, sino las propias aerolíneas, que siempre necesitan un lugar en el que dejar sus naves y también un sitio en el que darles una muerte digna.
Lo que al principio sus detractores definieron como un “cementerio de aviones” y una “chatarrería” se ha acabado convirtiendo en un referente en el sector de la aviación industrial. Los alerones en el horizonte se cuentan por centenares. De Emirates, de KLM, Iberia, Virgin... Al frente de todo ello, ha estado desde el inicio Alejandro Ibrahim, su director gerente, que un día de 2012 decidió presentarse al concurso para encabezar el proyecto. “No había estado en Teruel en mi vida, y lo pisé por primera vez una vez firmado el contrato”, recuerda hoy en la plaza del Torico de la capital de la provincia.
En estos diez años no ha perdido su acento canario, pero sí ha ganado tranquilidad, al comprobar que lo que idearon en 2012 ha funcionado. “Tenemos a diez empresas fijas, este año ya ha sido escenario del rodaje de cuatro anuncios, vamos a ampliar las instalaciones, tenemos bomberos, pilotos, personal de seguridad, de construcción, una empresa de cohetes…”, enumera sin perder de vista el erial que contempló cuando puso un pie por primera vez en los terrenos del aeródromo. “Solo unos meses después llegó el primer Jumbo a Teruel, había 3.000 personas en los alrededores, mirando, haciendo fotos… Fue emocionante”, cuenta. El éxito del negocio ha servido como ejemplo a varios de esos aeropuertos que nacieron con un futuro incierto porque Ciudad Real y Castellón pugnan por quedarse con parte del pastel de la aviación industrial.
Como muestra del músculo del proyecto para la provincia, dos datos. Hace cuatro años se creó en Teruel un módulo de técnico en aeronáutica para satisfacer la demanda de personal con trabajadores locales. Y además, la provincia aspira a albergar la sede de la futura agencia espacial española, un organismo cuya creación anunció el entonces ministro de Ciencia, Pedro Duque. Para ello, pone sobre la mesa que en el aeródromo opera PLD Space, que trabaja en la construcción del primer cohete elaborado íntegramente por una empresa española. Los científicos que sueñan con las estrellas, conviven en sus hangares y pistas con trabajadores de la zona que han encontrado en el aeródromo un macrocliente que les ha permitido crecer.
Toda esta actividad ha generado, según explica Ibrahim, 400 empleos directos y más de mil indirectos. La empresa a la que más gente emplea es Tarmac. Es el brazo de Airbus especializado en el desmantelamiento, almacenaje y reciclado de aeronaves. Su sede principal está en Francia pero ha creado una filial aragonesa que da trabajo a más de un centenar de personas.
Muchos de los que acuden diariamente al aeródromo se han instalado en Teruel capital, pero la actividad económica también deja un reguero de pobladores fijos y ocasionales en pueblos como Gea. Como el caso de Héctor, técnico de mantenimiento, que nunca se había planteado trabajar en nada relacionado con este sector. “Se ha venido a vivir aquí también mi novia y nos vamos a comprar una casa, este es el sitio en el que queremos vivir”, afirma señalando hacia el lugar en el que está su futuro hogar. Héctor tiene prisa por volver a entrar en casa porque le espera su hermana, a la que no ve desde hace tres años y que acaba de llegar al pueblo desde Australia.
Este impulso económico ha propiciado que el municipio se quede sin casas disponibles para alquilar. Por eso el Ayuntamiento quiere reformar la antigua casa de cultura para construir ocho viviendas municipales destinadas al alquiler. El alcalde, Santiago Rodríguez (PSOE), explica en la puerta del edificio que ya están en conversaciones con Hacienda, propietario del inmueble, para que permita un cambio de finalidad. La entrada del edificio está decorada con setos con los que el alguacil experimenta sus dotes de jardinería. El más largo tiene forma de dragón.
“Para fijar población hay que desarrollar el trabajo, la vivienda y los servicios de forma paralela. Cuando las personas se asientan en otros lugares, es muy difícil que vuelvan”, reconoce, consciente de que el aeródromo ha sido un gran impulso, pero no se puede jugar todo a una sola baza. Además de la cercanía del aeropuerto, esta localidad también ha visto cómo su población ha aumentado gracias a la apertura de una residencia de mayores. “Todo ayuda cuando se trata de aumentar residentes, no solo de mantener los que hay”, puntualiza. La relación entre Gea y el aeropuerto también se fortalece por el aire. Un dron viajó en 2019 desde las instalaciones hasta el pueblo, en la primera prueba piloto de España de un nuevo modo de transportar medicamentos.
El aeropuerto también ha necesitado echar mano de empresas locales, algunas de las cuales incluso han aumentado su plantilla ante el volumen de trabajo que genera el macrocomplejo. Cella es el pueblo de mayor tamaño en las proximidades del aeródromo, con más de 2.000 habitantes. En un polígono a medio asfaltar se encuentran los carpinteros que construyen las cajas en las que se guardan las piezas de los aviones desmantelados. “Es fácil encontrarles, hay un montón de palets a la entrada”, indican dos técnicos de limpieza municipales. Los rascacielos compuestos de estas piezas de madera se ven desde lejos.
Ignacio Izquierdo, uno de los socios de la empresa, interrumpe su trabajo en una máquina que corta algunas de estas tablas y se aleja del ruido percutor que le obliga a llevar cascos. “Desde que abrió nos hicieron encargos, al principio puntuales, pero hace ya tres años tuvimos que contratar a tres personas para que estuvieran fijas en el aeropuerto”, apunta. En una pequeña empresa compuesta por una docena de trabajadores, el volumen de trabajo que genera el aeródromo es significativo. A ellos los contrata Tarmac. “Hicimos también una pequeña formación en su sede francesa de para saber cómo trabajaban y adecuarnos mejor a lo que nos pedían”, añade.
A unos pocos pasos por un camino de tierra, justo al girar la esquina, se ubica Siryo, una compañía de electricidad que nació prácticamente de la mano del aeródromo. Su gerente, Juan Pablo López, trabajaba en la empresa que construyó las instalaciones iniciales del aeródromo. “En 2013 me puse por mi cuenta y durante cinco años nos encargamos del mantenimiento y desde 2018 llevamos el de Tarmac y de la empresa de cohetes”, detalla sentado en su despacho, con una gran cristalera desde la que se ve el almacén con el material industrial de su empresa. Cuando la fundó, él era el único trabajador fijo. Gracias al aeródromo, ya son cinco empleados.
Cuando se empezó a pensar en un aeropuerto especial en medio de ninguna parte, fuera de los pasillos aéreos, había ciertas dudas sobre su viabilidad y apenas se debatía por entonces de la España vaciada. Mientras el aeropuerto iniciaba sus primeros pasos, comenzó el debate sobre cómo recuperar población para pueblos destinados a morir y la necesidad de dotarles de redes 4G o 5G para atraer determinado tipo de profesionales y pequeñas empresas. Entretanto, ahí estaba creciendo un aeropuerto singular creando a su alrededor un empleo estable, fijando población a sus alrededores y apuntando a un primer fenómeno inmobiliario como ha sucedido en Gea.
No se vislumbran nubarrones en el futuro del aeródromo. Este año se ampliará con un nuevo hangar y espacio para casi un centenar de aeronaves más. Pasará de las cerca de 300, a poder acoger más de 400. “Yo no sé si esta inversión es un ejemplo de lo que se puede hacer por la España vacíada, simplemente es una realidad”, resume si director, Alejandro Ibrahim. La estampa de los centenares de enormes pájaros de acero en medio de la llanura será todavía más impresionante. Los vecinos de los alrededores, la resistencia de una España que empequeñece, tienen su esperanza en los cielos.
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