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La pelea infinita de los supervivientes del ‘Aquarius’

Sin asilo ni regularización, los migrantes que llegaron al puerto de Valencia en 2018 solo piden papeles para poder trabajar

Inmigrantes Barco Aquarius
Emily Sini llegó hace tres años y medio en el 'Aquarius'. No tiene papeles, ni casa ni trabajo.Mònica Torres
María Fabra
Disclaimer MSF

Se les invitó a venir a España. Fueron recibidos, aplaudidos, fotografiados. También rescatados. Asistieron a recepciones e incluso fueron premiados. Posaron al lado de infinidad de políticos e, incluso, del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Hoy no saben si mañana tendrán para comer. Algunos tampoco tienen techo y hay una frase que repiten de forma constante, cuando hablan de sus sueños, cuando piensan en el futuro, cuando se concentran en qué pasará mañana: “Queremos trabajar”.

El 17 de junio de 2018 “haciendo realidad las declaraciones del presidente del Gobierno de ‘ofrecer un puerto seguro’ a las personas a bordo del buque Aquarius desembarcaron 629 personas en España”, tal como indica un informe del Ministerio del Interior. Después del rechazo de Italia y Malta, España decidió darles acogida y Valencia fue el puerto de destino. Cientos de miles de personas siguieron día a día el trayecto del barco y la que se llamó Operación Esperanza. Y tres años y medio después esa es una de las virtudes que no han perdido. Han perdido la confianza, pero no la esperanza. Aunque están cansados. Muy cansados.

Moses Von Kallon (27 años, Sierra Leona) y Emily Sini (43 años, Nigeria) son dos de los supervivientes de aquel rescate. En sus países, él estudiaba Economía en la universidad y ella era enfermera titulada. Hoy son ilegales. Viven en España, en Valencia, pero en una situación irregular. “Los documentos son las armas con las que nos están matando”, resume Von Kallon a quien, en este tiempo, nunca le han faltado las ganas de organizar y ayudar a quienes llegaron en uno de los barcos de rescate más conocidos. No ha parado de plantear proyectos de integración, y de querer hacer una vida “normal”, trabajando. Trabajar, trabajar, es el verbo que ambos repiten constantemente. No quieren ayudas, quieren poder trabajar.

La sonora llegada del Aquarius a España supuso un despliegue de promesas. Pese al clamor sobre la merecida regularización de todos los ocupantes, el Ministerio del Interior enfrió de inmediato la posibilidad de calificar a todos como refugiados y señaló como factible la atribución de “acogidos” para que entraran legalmente a España y después solicitaran la protección internacional. Aun así, fuentes del ministerio aseguraron que los trámites se agilizarían al máximo.

De las 629 personas que desembarcaron del Aquarius, 374 formalizaron su solicitud de protección internacional, según Interior. Todas las solicitudes se admitieron a trámite. Hasta abril, tres años después, solo había sido resueltas 153 solicitudes: 87 denegatorias, 49 reconocimientos del estatuto de refugiado, una protección subsidiaria y 16 archivos. “El resto están en tramitación”, señala la respuesta de Interior.

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Moses Von Kallon sueña con tener papeles para poder trabajar.
Moses Von Kallon sueña con tener papeles para poder trabajar.Mònica Torres

“No es que me sienta utilizado, es que esa es la realidad”, afirma Von Kallon. “Somos símbolos, pero se han olvidado de nosotros”, añade. Estuvieron un tiempo en acogida y, mientras se tramitaba la petición de asilo, que fue la fórmula que les dijeron que tramitaran, han tenido una tarjeta roja que les permitía trabajar. La denegación de esas solicitudes ha acabado con su regularización. Tanto Von Kallon como Sini enumeran todas las posibilidades para normalizar su situación. Se saben perfectamente el procedimiento que les puede llevar a la normalidad, pero se topan, día tras día, con algún impedimento. O con la espera, meses de espera para la tramitación.

Actualmente, están pendientes de su solicitud de arraigo laboral que requiere haber trabajado seis meses en un periodo de dos años, algo que cumplen dado que, mientras contaron con la tarjeta roja, sí pudieron hacerlo. Sin embargo, tal como les han contado las abogadas que les asesoran, no pueden pedir el arraigo si actualmente no tienen un contrato. “Nos obligan a trabajar en negro”, dicen. Mientras, no pueden solicitar ninguna ayuda, excepto la renta valenciana de inclusión. Pero, como no tienen documentación, tampoco pueden abrir una cuenta en la que se les ingrese esa ayuda que, además, tiene una dotación finita.

Su vida en los últimos años ha sido una montaña rusa emocional. La salida de su país, el infierno de su paso por Libia, el trayecto en el cementerio humano en el que se ha convertido el Mediterráneo. A la alegría de su rescate ha seguido la desesperación.

Sini saca un papel. Ha preparado un pequeño relato de cómo ha sido este último año. Tanto ella como Von Kallon están peor de lo que estaban. “No es nada fácil”, lee. “Nos enfrentamos a mucho estrés cada día. Estamos perdiendo la alegría y la confianza”, añade. Y eso, en esta mujer, fuerte y vital, es un lastre. Una carga que la engulle mientras bracea como si no la hubieran rescatado del Mediterráneo. “Mi corazón está roto, lleno de dolor. No es nada fácil”, dice. Pese a todo el desconsuelo, apenas hay una cosa que la lleva al llanto. Es la respuesta a la pregunta ¿cuál es tu sueño?. “No puedo ni soñar, tengo el pie roto y así no puedo buscar trabajo. No tengo casa, no tengo nada. Estoy muy cansada, no tengo fuerza. ¿Cómo lo voy a hacer?”, se pregunta. Y es que, hace seis meses tuvo un accidente con su patinete. Se rompió un tobillo. La empresa en la que estaba contratada acudió a su casa para que firmara unos papeles que resultaron ser una baja voluntaria, según relata. Eso le llevó a no tener derecho a paro y a iniciar un vía crucis médico con dos operaciones y rehabilitación sin ninguna prestación. Se sostiene en una muleta. Y en la fuerza de ser superviviente del Aquarius, que la convirtió en eso, superviviente.

Se podría haber utilizado otra fórmula para su legalizar su estancia en España. La regularización de todo el grupo por causas humanitarias, un método que contempla la ley. Pero tampoco se ha hecho.

Viven en medio de un drama, al día, sin saber qué pasará o qué tendrán mañana, pero también sonríen. Lo hacen cuando cuentan sus reuniones con otros supervivientes, a los que consideran su familia, en un parque o en el viejo cauce del río Turia convertido en jardín, o en la playa. También cuando explican las campañas de sensibilización en colegios e institutos. “Los niños son lo más bonito”, afirma Von Kallon mientras se adivina su sonrisa incluso debajo de la mascarilla. “Nos hacen felices porque sentimos que estamos haciendo cosas por la integración, poquet a poquet”, relata como muestra de sus avances por aprender valenciano. “Yo digo que soy valenciano, me siento de aquí. Esta es mi casa”, afirma. Y quiere seguir estudiando, aunque le frustre no ver a ningún negro trabajando en los supermercados, ni en los bancos ni en la policía.

“El haber salvado la vida a 630 personas hace que piense que vale la pena dedicarse a la política”, sostiene el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el primer capítulo de su libro Manual de Resistencia.

“Estábamos abandonados en el mar, casi nos rendimos”, agradeció personalmente la propia Sini a Sánchez en la entrega de la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana en nombre del dispositivo de acogida que hizo posible la llegada a Valencia del Aquarius. “Hoy le recordaría que soy humana, que quiero vivir como el resto de la gente, que tengo derechos, que quiero trabajar”, dice. A Von Kallon, que preside la Asociación de Supervivientes del Aquarius, le da hasta para ironizar. “De presidente a presidente le pediría que nos viéramos, nos veo caminando juntos. Me gusta cómo habla, pero no hace nada. Le pediría que cumpla sus promesas”, evoca.

Pese a la decepción en esta Europa que consideraban como un territorio de derechos para todos, su respuesta es rápida cuando se les plantea el posible arrepentimiento por haber iniciado el camino que les ha llevado hasta aquí. “Volvería a hacerlo. No me arrepiento”, afirma Sini reponiéndose de sus lágrimas. La respuesta de Von Kallon es igual de rotunda: “Ningún arrepentimiento. Conseguí una familia y amigos que me han enseñado mucho. Tengo buenas personas cerca de mí y elijo vivir”.

"Solo necesito un contrato de trabajo"

Iker Vega

Mechi siempre soñó con ser jugador de fútbol. Dice que era jugón, de los de tobillo fino y regate corto. Huyó de Nigeria hace seis años perseguido por una banda criminal. Ahora tiene 23, y hace tiempo que no juega. Apenas sale de casa porque no tiene papeles, pero sí miedo a que le deporten. Es uno de los 630 migrantes que llegaron a Valencia en el mediático desembarco del Aquarius en junio de 2018. Cuatro meses después de que arribara, el Gobierno rechazó su petición de asilo y le dio 15 días para abandonar el país. Desde entonces asegura que su día a día ha sido horrible. Con la mirada desencajada, admite que se conformaría con cualquier empleo para regularizar su situación. “He pedido dinero en la puerta de los supermercados y he pasado varias noches con un chico que me pagaba por dormir con él porque necesitaba comer”, relata.   

El joven nigeriano chequea constantemente su móvil. “Por si llaman para ofrecerme trabajo… Porque ya no sé qué más hacer”. El piso es muy pequeño, luce desgastado. Bien por miedo a que sepan que está ahí o por el mero hecho de no molestar, Mechi señala que hay que hablar “bajito” porque “las paredes son muy finas y hay muchos vecinos cerca”. Cuenta que tras su llegada, el Gobierno le trasladó a Madrid. Solicitó el asilo un mes después, pero fue rechazado. Apeló la decisión, aunque asegura no saber nada más de su recurso. 

La acogida del Aquarius fue unas de las primeras grandes decisiones que tomó el recién llegado Gobierno de Pedro Sánchez. 600 periodistas cubrieron el recibimiento. Sin embargo, seis meses después, España prohibió la salida de barcos de rescate españoles al Mediterráneo. David Berversluis, miembro de Médicos Sin Fronteras, estuvo a bordo del Aquarius: “Al sacarlos del agua podías ver que estabas cambiando su futuro. Fue realmente inspirador poder hablar con ellos, que te contaran sus historias y lo importante que había sido ayudarles”. Sin embargo, hace pocos meses se reencontró con ellos en Valencia: “Es muy triste ver que la mayoría siguen sin solución. Es realmente duro”.

La asociación Provivienda proporcionó a Mechi un año de alojamiento pagado. Trabajó en supermercados hasta la llegada de la covid-19: “Me contagié y cuando volví me dijeron que ya me habían reemplazado”. Desde entonces no ha conseguido otro empleo y un amigo nigeriano le ha acogido en su casa. “Un hombre me dijo que si me acostaba con él me daría dinero. A veces me daba 20 euros, otras 40… No le conocía de nada, pero no tenía otra opción. Tenía mucha hambre y necesitaba el dinero para comprar comida”.

Tiene miedo de que la Policía le detenga y le devuelva a Libia o a Nigeria. “En mi país si no tienes dinero no tienes nada. Solo salgo de casa para ver el fútbol en el bar”. Antes de su marcha, su familia, aunque con pocos recursos, pensaba vender su único terreno para costear el vuelo a Inglaterra y probar suerte con algún equipo de fútbol anglosajón. Sin embargo, un “grupo de gánsters” frustró todos sus sueños. Quisieron apropiarse del terreno y amenazaron de muerte a toda su familia. “Tuvimos que huir y no pudimos pedir ayuda a la Policía porque estaba comprada. Si volviese, me matarían”, concluye.

El amigo que le acoge lleva 32 años en España y deja que Mechi duerma en su sofá. Asegura que no le pregunta nada sobre cómo consiguió el pasaporte español: “No quiero preguntarle sobre papeles… Bastante que me deja vivir aquí y no quiero molestarle con estos temas”. Parte de sus ingresos se basan en ayudas de sus amigos. Cuatro son españoles: Óscar, Diego, Daniel y Laura. “Ojalá pueda recompensarles”, añade. A otros tantos los ha conocido por Facebook: “Hablo mucho con ellos, conocen mi situación y me envían dinero cuando lo necesito”.

En la embajada de Nigeria le han proporcionado un documento que le permite regularizar su situación por arraigo siempre que encuentre trabajo, pero caduca en dos meses y no puede solicitarlo de nuevo hasta dentro de un año. Algunos de sus amigos le recomiendan ir a Francia. En el verano de 2018 el Gobierno galo aceptó tramitar 80 peticiones de asilo de los rescatados en el Aquarius: todas se aprobaron. Pero él se mantiene firme en no salir de Madrid por el miedo a que le detengan. “En el Aquarius dije a la tripulación que si nos mandaban a Libia, me tiraba del barco”. Allí pasó dos años tras su salida de Nigeria. Le secuestraron aunque consiguió escapar entre los disparos de los raptores. También recuerda el naufragio de su patera: solo sobrevivieron una veintena de los 170 migrantes que iban a bordo. “Bebés, madres, hombres, todos se ahogaron antes de que el Aquarius nos recogiera”. “Lo tengo muy claro. Prefiero morir antes que volver a Libia o a mi país. Solo necesito un contrato de trabajo”.


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