El debate más importante del año en el Congreso: entre la misa de Casado, ETA y la tanqueta
Los Presupuestos, un éxito para el Gobierno, ofrecen otro espectáculo de encanallamiento en la discusión parlamentaria
Era el debate más importante del año, proclamaba la letanía de los portavoces de la oposición, que señalaban hacia el banco azul y protestaban por verlo desierto. A los escaños de sus grupos preferían no mirar: en ese caso habrían descubierto que los asientos de sus propios líderes relucían igual de vacíos que los del Gobierno. A Pablo Casado y a Santiago Abascal ni se les vio por el Congreso en los tres días del debate más importante del año. No estuvieron ni en el acto final de aprobación de los Presupuestos, al que sí asistió brevemente Pedro Sánchez.
Era el debate más importante del año, el que dirimía el proyecto económico del Gobierno para sacar a España de la crisis, y en el hemiciclo se hacían chascarrillos sobre la misa por Franco en la que Casado se metió sin saberlo, se elevaban voces indignadas contra el uso de una tanqueta policial para sofocar las protestas de los huelguistas de Cádiz y se arrojaban palabras incandescentes sobre los diputados que aprobarían las cuentas en compañía de EH Bildu. Tanto habló de ETA la derecha en las 35 horas de debate, repartidas en tres jornadas, de martes a jueves, que la cosa acabó de la peor manera.
El socialista vasco Odón Elorza estalló a última hora del miércoles. Recordó que él mismo había llevado al hospital a su compañero Fernando Múgica, agonizante de un tiro en la nuca, o que había hablado con Ernest Lluch cinco horas antes de que lo mataran. “¡Basta ya! ¡ETA ha desaparecido!”, clamó a gritos Elorza, para terminar acusando a la derecha de ser “golpistas de vocación”. Poco antes, Guillermo Díaz, de Ciudadanos, había leído una carta de un hijo de Múgica llena de reproches al PSOE por sus relaciones con EH Bildu. Se llevó una gran ovación de Vox. Al día siguiente, la segunda portavoz de este partido, Macarena Olona, desempolvó otra misiva mucho más antigua y repitió en voz alta las amargas críticas a Elorza, cuando era alcalde de San Sebastián, del concejal del PP Gregorio Ordóñez, asesinado en 1995. El hemiciclo olía a fango.
Tantas horas de discursos, con los ministros desfilando uno a uno, dieron para hablar de números y de proyectos, claro está. Pero, a la menor ocasión, los diputados abandonaban la frialdad de las partidas presupuestarias y se lanzaban sobre cualquier tema susceptible de convocar demonios. Como el Ministerio de la Presidencia lo es también de Memoria Democrática, por ahí se desvió la discusión. Y como todos los caminos conducían a ETA, a esa estación se acabó llegando. En el capítulo del Ministerio de Inclusión y Seguridad Social, el combate fue por otra de las competencias del departamento, la inmigración. Sobre el particular, no hay espada más afilada que la de Rocío de Meer, joven (31 años) ariete de Vox. De Meer traía una revelación: la inmigración ilegal es fruto de una trama de la que son cómplices “desde el PP hasta Podemos, de los antifas a los directivos de las grandes multinacionales, de las big tech a Open Arms, de las redacciones de los medios a sueldo del Gobierno y de la oposición a los sindicatos chupópteros y a la patronal”. Como colofón, mientras su grupo se reventaba las palmas aplaudiendo, descerrajó: “Son ustedes traidores a su pueblo y a su nación”.
Si era raro que un diputado de la derecha no hablase de ETA -Rodrigo Jiménez, de Vox, colocó sobre la tribuna dos manos blancas- , tampoco hubo apenas parlamentario de la izquierda que no aportase su ocurrencia sobre la misa de Casado en Granada. El miércoles, mientras ardía Cádiz, los de Unidas Podemos repetían a coro su indignación por el uso de la tanqueta, entre críticas muy poco veladas al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Tras dos días así, un diputado del PP, Mario Garcés, se apropió de las gracias de la izquierda. Llamó a la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, “la tanqueta del Gobierno” y replicó a los que criticaban la misa del líder del PP que a ellos “los ha bautizado Bildu y han comulgado con ERC”. Otro jalón en el debate más importante del año.
La ironía es que todo ese ruido eclipsó un trabajo de dos semanas que desmentiría la idea de que el Congreso es un balneario. Los grupos registraron 4.000 enmiendas. El PP, más de 2.000. Un único diputado, Néstor Rego, del BNG, 300. Solo Vox se eximió de la tarea de ofrecer alternativas a los Presupuestos. Aunque el Gobierno ejerció su potestad de vetar cientos de ellas, alegando —de modo a veces injustificado, según los letrados de la Cámara— que descuadraban las cuentas, aún quedaron otros cientos para examinar en comisión. Nadie sudó más que los miembros de los grupos pequeños. Había que ver el trajín de Rego o de otro diputado solitario, Isidro Martínez Oblanca, de Foro Asturias, subiendo y bajando de la tribuna, incansables durante tres días. En una sola tarde, Guillermo Díaz dio la réplica de Ciudadanos ante cuatro ministros diferentes.
El Congreso es un teatro donde muchas veces lo importante sucede entre bastidores, principalmente en momentos así. En el hemiciclo se lanzaban flechas y en los despachos se negociaba. Un bautismo de fuego para el portavoz socialista, Héctor Gómez, que lleva solo tres meses en el cargo y dos años en el Parlamento, donde ahora debe lidiar con un puzle de 19 fuerzas políticas. El Gobierno no se conformaba con aprobar las cuentas, quería exhibir la musculatura de una amplia mayoría (188 votos al final). Gómez tuvo que hablar con 12 formaciones para rebañar hasta el último voto. Lo logró con el PDeCAT, que, con sus cuatro diputados, amagaba con descolgarse en el último momento, o con Tomás Guitarte, de Teruel Existe y sus reivindicaciones de la España vacía. La muralla infranqueable fue la del nacionalista gallego, obstinado en su abstención, la única en la Cámara.
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