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El estigma del diputado rebelde

Odón Elorza: “Avisé a mi grupo de que no iba a dar un masaje y la respuesta fue ‘ja, ja, ja”

Xosé Hermida
Odón Elorza, este jueves, en el patio del Congreso.
Odón Elorza, este jueves, en el patio del Congreso.Alberto Ortega (Europa Press)

“El diputado de la mayoría es un hombre que ha resuelto el problema de pensar”, escribía en 1916 Wenceslao Fernández Flórez, afamado cronista parlamentario de la época. Ha transcurrido más de un siglo desde esos tiempos del turnismo de la Restauración, y las mujeres, que entonces nunca pasaban de la tribuna de invitados del Congreso, ocupan ahora el hemiciclo. Por lo demás, la mirada burlona de Fernández Flórez aún se podría arrojar sobre los diputados y diputadas de hoy. De la mayoría y de la minoría.

Odón Elorza se sorprendió cuando, hace dos semanas, lo llamaron de la dirección del grupo socialista para pedirle que interviniese en la comisión del Congreso que iba a examinar a los candidatos al Tribunal Constitucional pactados por el Gobierno con el PP y que se ocupase del más controvertido de ellos, Enrique Arnaldo. El exalcalde de San Sebastián ha acreditado desde hace años que no es un diputado sumiso. Ha tenido que pagar más de una multa por saltarse la disciplina del grupo en asuntos como la abdicación de Juan Carlos I o la última investidura de Mariano Rajoy. Así que avisó a sus jefes: “Les dije muy claro: ‘Yo no voy a dar un masaje, ¿eh?’ Y la respuesta fue ‘ja, ja, ja”.

Elorza se preparó buceando durante tres días en la trayectoria de Arnaldo, sus diatribas en la prensa contra el Gobierno de Zapatero, sus colaboraciones con la FAES, sus tratos con implicados en los casos Lezo y Palma Arena. El martes 2, se presentó en la Comisión Constitucional del Congreso armado con 17 preguntas a Arnaldo que cuestionaban su imparcialidad y su integridad profesional. Minutos después, el grupo socialista ―en bloque, sin voto individual― daba el visto bueno a ese aspirante que su diputado acababa de machacar.

“Aquello sentó mal”, admite Elorza. Siguieron días de tensión, a la espera de que los nombramientos pactados se sometiesen el jueves 11 a la votación definitiva, esta vez individual y secreta, en el Pleno de la Cámara. El grupo socialista envió instrucciones a sus diputados para controlar el registro de los votos telemáticos, lo que podría permitir que se conociese el sentido de estos. Por los pasillos del Congreso, los parlamentarios de PSOE y Unidas Podemos paseaban los dolores de varios días de digestión del sapo que les habían servido con Arnaldo. Elorza tampoco se lo quiso tragar esta vez: el mismo jueves, anunció que votaría en contra del candidato al Constitucional “en defensa de la dignidad de las instituciones”. Otros cinco diputados de los 155 que suman los grupos gubernamentales lo hicieron también, aunque en secreto. Solo dos, Gloria Elizo y Meri Pita, de Unidas Podemos, confesaron a medias su rechazo.

Ser un diputado díscolo es echarse encima un estigma. “Se viven situaciones tensas”, cuenta Elorza, “los aparatos no se lo toman bien, notas que algunos compañeros te ponen mal gesto, hasta te sientes culpable… Yo he pasado varios días durmiendo mal”. Una cosa es la necesaria disciplina interna y otra que “se aplique de forma absoluta”, defiende el diputado socialista. “La disciplina de partido te obliga a asumir situaciones difíciles, a tener muchas tragaderas. Pero hay momentos en que tienes que ser tú mismo, en los que la conciencia te tiene que pesar. Si tienes 30 años y quieres hacer carrera, igual te pliegas. Yo ya llevo muchos años, aunque tampoco actué nunca así”. El disidente da por hecho que, como mínimo, le impondrán una multa que puede llegar a 600 euros.

Horas después de la votación de Arnaldo, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, replicaba a Elorza en TVE: “Cuando uno va en una lista electoral, se somete a lo que el partido ha establecido”. El criterio es la obediencia a la voluntad de las direcciones. En teoría, los diputados pueden votar lo que quieran; en la práctica, grupos como PSOE o PP los sancionan si no acatan la consigna; en teoría, pueden presentar iniciativas por su cuenta; en la práctica, deben pedir autorización. No hay mejor prueba del precio que pagan los disidentes que la elección de los que intervienen en cada debate. A Cayetana Álvarez de Toledo, cualquier cosa menos dócil, no se le ha vuelto a oír más que una vez en una comisión desde que en agosto de 2020 fue destituida como portavoz del grupo popular.

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La interpretación habitual es que el poder casi omnímodo de los partidos proviene del sistema electoral con listas cerradas y bloqueadas. “Las listas cerradas no ayudan, desde luego, pero el sistema entero de la Constitución se diseñó para que hubiera partidos fuertes”, apunta el catedrático de Ciencia Política Ignacio Sánchez Cuenca. “En la política española hay menos autonomía individual que en otros países europeos y eso se refleja en partidos muy jerárquicos”. El único episodio de disidencia de cierta envergadura en cuatro décadas se produjo en 2016, cuando 15 socialistas ―Elorza entre ellos― desoyeron la directriz de abstenerse en la investidura de Rajoy y votaron en contra. El resto han sido casos aislados, como el de la muchos años diputada Celia Villalobos, que en su momento no secundó la oposición del PP al aborto o el matrimonio gay. En el día a día del Parlamento, Fernández Flórez podría seguir exhibiendo hoy el mismo filo irónico que en 1916: “La verdadera misión del diputado de la mayoría: oír, ver, aprobar, aplaudir, rumorear…”

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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