España apuesta por ampliar las alianzas en Europa más allá de Alemania y Francia
La Estrategia de Acción Exterior 2020-2023, a la que ha tenido acceso EL PAÍS, promueve un “espacio transatlántico” que refuerce las relaciones con EE UU
¿Una época de cambios o un cambio de época? La rivalidad China-EE UU marcará las relaciones internacionales en los próximos tiempos, con el mundo patas arriba por la pandemia, el Brexit y la crisis del multilateralismo. Pese a que la marca España no está en su mejor momento por las métricas asociadas a la gestión de la covid y la economía, España se ve a sí misma como “una potencia media relevante”, según un borrador de la Estrategia de Acción Exterior 2020-2023 que está elaborando el Ejecutivo, al que ha tenido acceso EL PAÍS y que traza las líneas básicas de la legislatura. Exteriores aspira a ampliar sus alianzas en Europa más allá del tradicional seguidismo del eje francoalemán, y promoverá un “espacio transatlántico” con EE UU tras el abrupto final de la era Trump.
Tras describir un escenario global de lo más turbulento, España aborda en ese ejercicio estratégico los asuntos clave, pero pasa de puntillas por algunos de los capítulos más espinosos: despacha Venezuela con una referencia genérica a “facilitar soluciones a la crisis política” y no hace una sola mención a Cuba. Pero sí deja cargas de profundidad en las áreas más relevantes: en Europa, por ejemplo, quiere seguir cerca del “núcleo duro”, el eje francoalemán, pero pretende ampliar su política de alianzas “con grupos subregionales de países”, en una geometría variable “con configuraciones que pueden variar en función de los temas”. Con EE UU, España se plantea complementar las “excelentes relaciones” en materia de defensa a una “agenda más amplia”, que incluiría la creación de un “espacio transatlántico” abierto a Latinoamérica. Con Rusia busca un acercamiento basado en “intereses reales y compartidos”, y China “será el país prioritario” en Asia. Estas son las líneas maestras de ese ejercicio estratégico, con una base analítica potente pero que tal vez peca de falta de claridad expositiva en las auténticas prioridades políticas, a la espera de la versión definitiva del texto:
Europa. La ministra Arancha González Laya se estrenó hace casi un año en el Congreso con una declaración de intenciones inequívoca: “En un momento en el que Europa se empequeñece con la salida del Reino Unido, y con los titubeos de Francia y Alemania, tenemos que ser capaces de tejer alianzas también con otros socios para avanzar en el proyecto común”. Realpolitik, en fin, para dejar atrás la “eurobeatería”, en palabras de la propia ministra, de las últimas décadas. Un borrador anterior de la Estrategia de Acción Exterior abogaba abiertamente por estrechar lazos con Portugal, en una suerte de pacto ibérico, y por una geometría variable de alianzas que permitiera trenzar acuerdos con los países del Este en las demandas de fondos estructurales y de cohesión y con los mediterráneos —especialmente Italia— en migración; que acabara, en suma, con el ya tradicional seguidismo del eje francoalemán (que es cada vez más claramente eje germano-alemán). El documento que maneja ahora Exteriores es menos explícito: deja claro que España estará al lado de Berlín y París en las iniciativas destinadas a impulsar la integración europea, pero a su vez quiere “trabajar estrechamente en configuraciones que pueden variar en función de los temas”.
“La salida del Reino Unido condiciona los equilibrios vigentes y España no debe permanecer ajena a las posibilidades que este nuevo contexto pueda brindar”, dice el texto, que se pone como objetivo impulsar la relación con “grupos subregionales de países” en función de los intereses de España, y “elevar el formato de las cumbres bilaterales” con Portugal, Italia, Francia, Polonia y Alemania.
Europa es política nacional más que internacional, pero Exteriores no esconde que la UE ha perdido tracción en el pulso entre China y EE UU —el texto se pregunta incluso sobre “la capacidad de liderazgo internacional de la UE”—, y apunta a que la política exterior pivotará sobre la Unión sin descuidar “acciones bilaterales” para tener “un sello propio”, muy especialmente en Latinoamérica y el Magreb. En cuanto a la política de seguridad, apunta a “reafirmar el compromiso con la OTAN” (pese a que España figura entre los países más alejados de la meta de destinar a la defensa el 2% del PIB), pero a la vez apuesta por que la UE “refuerce sus capacidades estratégicas” en el ámbito militar.
Estados Unidos. En pleno cambio de ciclo político en Washington, España se propone “complementar la excelente cooperación con Estados Unidos en materia de defensa con una agenda más amplia”, dice el texto, que apuesta por “un espacio transatlántico ampliado que tenga en cuenta a la región latinoamericana”. España quiere estrechar las relaciones comerciales con EE UU y “atraer actividades de mayor valor añadido” de la mano de las empresas y la sociedad civil. No hay —ni por asomo— giro atlantista como en la era Aznar, pero uno de los acentos va por ese flanco.
Rusia y Turquía. Exteriores plantea una redefinición de la política europea con Rusia, marcada por las sanciones a Moscú. Con el habitual lenguaje de madera diplomático, apunta a un cambio “basado en intereses reales compartidos”, que establezca las bases “para unas relaciones más estructuradas y previsibles, basadas en el respeto mutuo y la cooperación selectiva”. Eso sí, afirma que será firme “en el respeto por el derecho internacional y el principio de soberanía e integridad territorial de Ucrania”. En cuanto a Turquía, califica al país como “socio estratégico” y mantiene “su apoyo a la perspectiva europea”, pese a la negativa de Francia.
Reino Unido. “Una vez finalizado el periodo transitorio” del Brexit, España promoverá “un marco ambicioso para la relación futura”, incluida la relación bilateral y “el futuro de la colonia de Gibraltar”, uno de los asuntos que puede ser clave en los próximos meses. Las fuentes consultadas apuntan a que España teme el potencial desestabilizador de Rusia, Turquía y el Reino Unido para Europa, aunque el final del trumpismo rebaja ese riesgo.
América Latina. Una de las claves de bóveda de la estrategia: “El nuevo ciclo político, económico y social de la región exige una nueva aproximación, acompañada de un gran impulso”, con un peso político “acorde con nuestra presencia económica y empresarial”. El informe expone la voluntad de “privilegiar la relación con países clave como México, Brasil, Argentina, Colombia, Perú y Chile”, y apuesta por estrechar los lazos de Latinoamérica con la UE, más aún ante posibles crisis de deuda. Habrá un esfuerzo diplomático por “facilitar soluciones a la crisis política venezolana y de seguridad en Centroamérica”, del que no se ofrecen detalles.
Mediterráneo. Vital para la política migratoria, España “volverá a tener una política mediterránea activa y con iniciativa”, con un refuerzo “de las relaciones con Marruecos y Argelia, socios estratégicos y países clave para la región”. Exteriores quiere “alcanzar una solución pacífica, política y duradera” en el Sáhara Occidental, y cita expresamente la relación con Túnez y Mauritania, y la necesidad de buscar salidas en los avisperos de Libia, Líbano, Irak, Siria, Yemen y el conflicto israelo-palestino (con “una solución justa” dentro de “los parámetros de la ONU”). En el África Subsahariana, la prioridad es el Plan África y la estabilidad del Sahel.
China y Asia. España reconoce una presencia “tradicionalmente limitada” pese al “creciente protagonismo” de la región, y se centrará en China (y en menor medida India) ante su papel creciente “cada vez más asertivo” en el escenario global y ante “la importante presencia de la diáspora china en nuestro país”, tanto con la UE como con sus relaciones bilaterales.
Migración y sanidad. Exteriores apuesta por la “gestión integral de las fronteras exteriores de la UE” basadas “en el acervo de Schengen”, y reclama la reforma del asilo “bajo el principio de solidaridad y reparto equitativo de la responsabilidad”. Además, promoverá una reforma de la Organización Mundial de la Salud y una reflexión sobre el sistema de salud global postcovid.
Cuatro debilidades nacionales en un momento convulso
La pandemia de la covid-19 abre nuevos escenarios y en apenas unos meses ha dejado obsoleto casi cualquier análisis. Y ha impactado con fuerza en todo el mundo, pero España aparece demasiado a menudo en el rincón equivocado: epidemiológicamente no sale bien parada en las comparaciones internacionales —ni en primavera ni con la segunda ola de contagios—; el batacazo económico es más severo, en parte por el turismo; los colchones financieros y fiscales son escasos; y políticamente en Bruselas y en las cancillerías europeas han sorprendido —para mal— los problemas de gestión entre Gobiernos y autonomías.
El borrador de la Estrategia de Acción Exterior 2020-2023 pasa de puntillas por todo eso, pero tampoco hace un diagnóstico autocomplaciente: España es “el 30º país del mundo por población y la 13ª economía del planeta”, y un país que une a su peso económico y su liderazgo en materia social y ecológica una “voluntad de protagonismo internacional”, según la estrategia. Esta aspira a pescar en aguas revueltas: “La indefinición del momento abre nuevas ventanas de oportunidad”.
A su vez, el documento —pendiente de actualizaciones— destaca a las claras cuatro debilidades. Una: la fractura socioeconómica general se manifiesta en España con “aumento de las desigualdades y las bolsas de pobreza”, tras dos grandes crisis económicas en apenas 10 años que han dejado expuestos “los problemas estructurales del mercado laboral, la excesiva dependencia del turismo y la construcción y la vulnerabilidad de algunas capas de la población”. Dos: España es “particularmente vulnerable al impacto del cambio climático” por el riesgo de desertificación y escasez hídrica y la tradicional dependencia energética. La covid, además, ha puesto en evidencia “la exposición de España al riesgo de pandemias” por su posición como polo de la movilidad internacional y el turismo. Tres: ante la fractura tecnológica, la economía española presenta bajas tasas de inversión en I+D+i —un problema endémico—, y “corre el riesgo de la dependencia exterior” en los sectores que marcarán el futuro de la economía global. Y cuatro: el texto hace hincapié en la fractura política internacional, que en España se traduce “en una progresiva erosión de la convivencia democrática y el cuestionamiento de la unidad nacional”, con el procés catalán aún coleando y en un contexto “de polarización política y de debate sobre el modelo de organización territorial”.
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