Javier Giner: “Dirigir ‘Yo, adicto’ ha sido una pulsión completamente constructiva. Es un viaje de la muerte a la vida”
El escritor estrena hoy una serie de Disney+ en la que dramatiza su proceso de desintoxicación, el cual había detallado en el exitoso libro ‘Yo, adicto’, que suma ya nueve ediciones
Cuando Javier Giner estaba en el infierno, matándose a chupitos, rayas, puntas, pastis y lo que cayera, hacía orgías y en las orgías a veces se ponía a dirigir. En aquellas noches de 2008, cuando él ya iba por los 30 años, había momentos en los que se alejaba del grupo de hombres que había convocado a su casa de Madrid para tener sexo durante horas o días y, bajo un estupor granítico, inventaba una puesta en escena. “Yo les decía: ‘Tú con este, tú haces esto. Tú aquí haces no sé cuánto”, recuerda hoy.
Cuando Javier Giner decidió salir del infierno, en enero de 2009, y empezó a sacar sus muchos demonios en una clínica de rehabilitación, en un intento de averiguar quién era tras años de adicción, su psicóloga se detuvo en aquella imagen. “Aquí hay algo que forma parte de tu identidad. Algo que, como no logras sacar de otra manera, lo haces así”, le dijo. Era fácil descifrar el qué: “Desde que era niño he querido ser director de cine”. Había trabajado en películas de otros, como Almodóvar o Penélope Cruz, sobre todo llevando sus agendas para los medios. Pero nunca había dirigido nada suyo propio. No sabía qué era algo suyo propio.
Cuando Javier Giner recreó aquellos días en abril de 2023, tras 14 años desintoxicado, para Yo, adicto, serie casi autiobiográfica que Disney+ estrena el 30 de octubre, retornó literalmente a ese mundo. La misma casa, las mismas orgías, la misma pocilga de condones y rayas mal pintadas de polvo mal machacado. Otra vez tú haces esto, tú aquí con este. Solo que esta vez era al revés, todo era mentira menos el director. La casa era un decorado; los chaperos, actores, y las rayas, vitaminas en polvo. Y Giner estaba dirigiendo no solo aquella orgía, sino la historia entera porque era la suya, la suya propia.
“Hay dos pulsiones continuas. Vida y muerte”, reflexiona. “Cuando dirigía las orgías, seguía una pulsión absolutamente autodestructiva. Dirigir Yo, adicto ha sido una pulsión completamente constructiva. Es un viaje de la muerte a la vida”.
En aquel decorado, Giner rompió a llorar y no fue capaz de parar en horas.
Un inciso porque suena el timbre.
—Ay, si es que os he citado aquí porque tenía que venir la compra.
Estamos en casa de Giner. No en la de Madrid, ciudad que dejó en 2009, ni en el plató de Yo, adicto, sino en el apartamento del Eixample, en el centro de Barcelona, al que se mudó en 2021. Estaba diciendo: “El gran drama de la adicción es que te convierte en algo que no eres. Somos personas autodestructivas que destruimos también todo lo que hay a nuestro alrededor”. Ahora carga lo que parece medio palé de yogures de proteína y latas de refrescos (bebe cinco o seis al día) hacia la cocina. El salto tonal, de la psicología intensa a la cotidianidad rasa, es inusual hasta para una entrevista, pero Giner practica la exposición radical. Quizá porque la adicción es una enfermedad que genera máscaras y mentirosos compulsivos (la comunicación de cine tal vez también), solo se le nota verdaderamente cómodo cuando lo que muestra es lo que hay.
Yo, adicto es en sí un ejercicio monumental de exposición, la recreación de los peores instantes en la vida de alguien real, alguien que está tras las cámaras, para explicar su posterior escalada hacia la luz. El protagonista de la serie se llama Javier Giner, tiene la edad, la voz, los gestos, la vida del autor. Comparte con él la forma en que la adicción agrava sus defectos. Y la forma en que la sanación termina por revelar quién es.
“Tenía clarísimo que Javier en los primeros episodios tenía que estar en la línea entre ‘apago la televisión porque es un personaje insoportable’ y ‘me muero de la lástima porque qué equivocado y qué solo está”. Giner vuelve al sofá. “Tú no puedes contar un proceso de desintoxicación, o la enfermedad de la adicción, si no cuentas lo que es estar enfermo. Y esto tiene dos fases: presentas el momento en que el adicto es más monstruoso, y a partir de ahí eliminas capas, capas, capas, hasta llegar al ser humano. Dramatizarme a mí mismo me concedía una autoridad que de otra manera no me hubiese permitido. La mirada incluso cruel hacía mí mismo me la he dado por ser yo. Si el protagonista se hubiese llamado Jorge García quizá le hubiese tenido más cariño”.
La entrevista tiene lugar después del festival de San Sebastián, donde la proyección de los seis capítulos fue un éxito. Hay quien vio a Almodóvar llorar de emoción en su butaca, y se empezó a hablar de la interpretación protagonista de Oriol Pla como algo especial. Después llegaron las críticas arrolladoras. Después, el premio a mejor serie en el festival Serielizados. Y ahora, la posibilidad de que la peor pesadilla de su autor se convierta no solo en su triunfo artístico, sino en un hito en el panorama audiovisual. Quizá este, y no el de la serie, sea el auténtico final de esta historia. Quizá esta historia no tenga todavía final.
Este es un relato de adicción, al fin y al cabo, y lo único que diferencia uno así de los demás es cómo termina. Hay quien se deja caer por el abismo y ya está, quien pide ayuda justo antes y quien se instala en el filo. La primera vez que Giner se asomó al abismo fue en verano de aquel 2008 y, como en todas estas historias, no sabía cómo había llegado hasta allí. Un chaval de familia obrera de Barakaldo, la cual había prosperado hasta alcanzar la clase media, un chaval obsesionado con las películas que a finales de los noventa había terminado sus estudios de ICADE en Nueva Orleans, que había logrado trabajar en el departamento de marketing de la Metro Goldwyn Mayer en Los Ángeles, que había estudiado dirección y guion de cine en Los Angeles Film School. Que había ido de ahí a Madrid, a trabajar en una agencia de comunicación. A la noche, a las noches. Al infierno.
Vivía entre humo, drogas, camellos y sexo. Se había vuelto conflictivo, irascible, incontrolable. Quemaba nóminas, créditos bancarios y amistades. Pero, salvo por las fosas nasales irritadas y el estar cada vez más solo, no daba la imagen clásica de un drogadicto. “Esa cabeza, que le ha ido siempre a muchas revoluciones por segundo, la tenía, mejor o peor organizada, pero le funcionaba. No se le veía apagado, que no fluyera. Fluía sin parar”, recuerda una excompañera de la agencia. Én su soledad, él lo vivía de forma distitna. “Me abandoné a mí mismo. Extravié la brújula interna. Se oxidó o la sepultó mi deriva”, describiría más tarde.
En agosto de 2008, tras empalmar dos orgías seguidas, decidió ingresar en una clínica de rehabilitación a las afueras de Barcelona. Salió, recayó más hondo que nunca, y, el 2 enero de 2009, reingresó, más roto que nunca. Se fue de la clínica el 15 de abril de 2009. Se instaló en Barcelona. No ha vuelto a tomar estupefacientes.
Casi 10 años después, Giner era alguien asentado como jefe de prensa de El Deseo, la productora de Pedro Almodóvar, con quien llevaba colaborando desde 2002. El hundimiento era eso que quedó atrás. Sergi Soliva, editor de Paidós, le llamó entonces con la idea de que escribiera un libro, quizá de cine. Giner no dijo que sí. No sabía qué libro llevaba dentro. “Un día, de la forma menos épica posible, me acuerdo de que estaba en la ducha, pensé: hostia, tengo que hablar de eso”. Eso era su pasado. Su hundimiento, pero también la forma en la que había salido de él. Todos los adictos viven la misma historia, sí, pero quienes piden ayuda también en el sentido inverso. Contarlo podía aumentar el número de personas que pidiesen ayuda. Aquello desbloqueó algo en él. “Le dije a Sergi: ‘Si no es sobre esto, no sé qué puedo aportar al mundo”.
Pactó las entregas y se sentó a escribir: “No ambiciono mostrarme como alguien grotesco y trasnochado, pero me temo que no tengo más remedio”, empezó.
Ha habido nueve ediciones de Yo, adicto desde su publicación en 2021. Muchos de esos miles de ejemplares están en clínicas de rehabilitación, en grupos de terapia, pero también en casas. Es uno de los libros sobre adicciones más exitosos en España en las últimas décadas. La idea central es que los adictos no tienen pinta de sin techo ni les cuelgan jeringuillas, no son el otro, la mayoría son gente relativamente integrada en sociedad. Prácticamente todos desean curarse. Uno no se autodestruye porque quiere. Incontables personas se identificaron con todo esto, con la historia de sanación Giner. Muchos buscaron ayuda. “Nunca he preguntado cuántos libros he vendido”, admite el autor encogiéndose de hombros. “El éxito fue que una persona me mandara un mensaje diciendo que se estaba utilizando en una clínica donde estaba ingresada. O que una psicóloga me dijera que lo había recomendado”.
Varias productoras quisieron convertir aquello en serie. Giner firmó con Aitor Gabilondo (Patria). “Le puse dos condiciones. Una, ser el director y guionista. Porque siempre he querido serlo, pero también, hostia, no me atrevía a dejar mi vida en manos de otra persona”, explica. “Dos, que él fuese cocreador. No la quería hacer solo. Recuerdo decirle: ‘Necesito tus ojos”.
En 2022, Giner empezó el proceso de escritura junto a Alba Carvajal y Jorge Gil Munarriz. Es decir, en 2022 sacaba por fin al guionista que siempre sintió que llevaba dentro. Pensó en qué otros autores se han dramatizado a sí mismos con tan poca misericordia como necesitaba hacerlo él (se le ocurrió Ingmar Bergman en Secretos de un matrimonio y Emmanuel Carrère). Se sentó a escribir: “Quizá podría dejaros ver lo común que fue mi infancia. Que nunca me pegaron, que nadie abusó de mí. Que crecí creyendo que era diferente y defectuoso pero que nunca lo dije”, empezó esta vez.
A principios de 2023 debutó como director de actores. Ya tenía un reparto: Oriol Pla, en el papel de Giner; Marina Sala, Nora Navas, Bernabé Fernández, Vicky Luengo y Omar Ayuso. Referentes esta vez: John Cassavetes, Andrea Arnold. Sauvage (2019), Las vidas de Grace (2013). Ante todo, recordó lo aprendido con el libro, el poder que tenía la historia que iban a contar. “Transmití que no lo estábamos haciendo por nosotros. Que nos había convertido en transmisores de algo mayor. Ojalá alguien se acerque a esta serie y entienda que la adicción es una enfermedad, no un vicio. Que las personas que sufrimos algún trastorno de salud mental somos los primeros que sufrimos”.
Esto resonó en Ayuso, quien también conoce la adicción de cerca: “Hacer ficción a partir de experiencias que hemos vivido nos responsabiliza. Todos teníamos el cometido con nuestros personajes de dignificar el dolor, la enfermedad, la redención y la reconciliación. Dignificar la humanidad, con todas sus luces y sombras, sus destellos y fisuras”. Oriol Pla, que mantuvo un diario de trabajo hasta el final, anotó entonces en la portada: “No va de ti”.
En abril de 2023 se inició el rodaje. Primero, varias escenas del primer capítulo. Se recreó aquel piso de Madrid. Y las orgías y las rayas. El hundimiento. La recaída a finales de 2008, aquel mazazo final que le hizo dejar las drogas para siempre. En aquella casa, de una manera, el pasado era el presente. Ahí se grabó la escena en que el protagonista, víctima de su tremenda y última resaca, escucha por el pasillo de su piso a su madre hablar de él, desesperada: que la clínica será muy cara, que cómo la van a pagar, que no es la primera vez que va, que quizá lo mejor que le puede pasar a su hijo sea morir.
El plano muestra a Oriol Pla, o sea, Giner, absolutamente solo.
“Según lo estaba viendo, rompí a llorar. De una manera catártica, como un dique sin contención. Me desmonté. Me tuve que meter en otra habitación del decorado, la del dormitorio del personaje”, rememora. “Recuerdo estar sentado en la cama, como lo está también el personaje. Entraron Oriol y el primero de dirección. ‘Oriol, es que estoy teniendo una regresión. Estoy viendo perfectamente el momento en que todo esto ocurrió”. Oriol, sentado en el suelo, me agarró de la mano y me dijo: ‘Javi, estoy aquí. Lo vamos a hacer entre los dos’. Y así fue. Dirigí la última secuencia del primer episodio llorando. Dirigí a Oriol de la mano, llorando. Esa noche, al llegar del rodaje a casa, sentí como que había algo, un nudo que había dentro de mí, que se soltó”.
Quizá la historia de Yo, adicto sí tenga un final distinto al de la serie. Quizá fuera ese.
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