Kavita Parmar, diseñadora: “Hoy la gente gasta más dinero en ropa que sus abuelas y tiene un armario mucho peor”
Llegó a vender su marca en 300 tiendas por todo el mundo. Demasiado, para su gusto. Decidió hacer menos. Mejor. Que durase. Su último hallazgo son alfombras 100% artesanales
Kavita Parmar (Gorakhpur, India, 51 años) tiene sus tiempos. Su último plan de negocio, por ejemplo, lo ha hecho a 100 años. “No me interesan los proyectos a corto plazo, quizás no vea yo el resultado, pero lo verá otra gente”, afirma. En esta entrevista en su taller de Madrid no menciona la palabra decrecimiento, pero tampoco parece interesada en expandirse demasiado. “Ya he sido macroempresaria, he tenido una marca con 300 puntos de venta en todo el mundo. No quiero crecer por crecer. La naturaleza nos enseña que las cosas cuando crecen demasiado se convierten en tumores”, dice. Cree haber encontrado su medida con su marca I Owe You (te lo debo), cuyo mercado principal es Japón: 30 puntos de venta. “Esa proporción me permite diseñar en Madrid y coser en un pequeño taller de Toledo sin acumular stock”. Además, le deja tiempo para investigar y diseñar procesos en lugar de productos. Es decir, si una marca como Nike la contrata no es para llenar el mercado con una zapatilla más, sino para diseñar un modo más limpio y ético de producirlas. “Ya no creo ropa para una sola temporada, investigo, creo cadenas de valor. Y lo comparto todo, quiero que la gente me copie”.
Su último descubrimiento ha sido el nudo bereber, una técnica milenaria que incluso las mujeres de los pueblos del Atlas habían olvidado. “Una empresa de Marraquech me contrató para hacer una nueva colección de alfombras y descubrí que tenían un problema muy parecido al nuestro: Marruecos era muy famoso por su lana merina, pero la exportaron, y ahora los artesanos trabajan con lana importada de China”.
Parmar descubrió que quedaban en el Atlas unos pocos rebaños de una especie de ovejas llamada siroua con una lana “larga, espectacular, de excelente calidad”. “Firmamos un contrato para comprar toda la lana a los pastores, luego la llevamos al pueblo donde las mujeres lavan y tiñen, y lo siguiente fue buscar tejedoras que siguieran hilando a mano. Las encontramos en Ait Ourir, un pequeño pueblo al sur de Marraquech”, rememora. Buceando en los archivos privados de la biblioteca de Yves Saint Laurent en París, Parmar encontró un nudo complicado, similar a un ocho, el que los bereberes solían usar hasta que se impuso el nudo turco, fácil y rápido. “Una comunidad de 70 mujeres empezó a hilar otra vez, después de 150 años, con el nudo bereber, un método totalmente olvidado”.
El siguiente reto fueron los tintes. “Me recorrí la medina de arriba abajo, todo lo que decían que era natural es falso”, asegura Parmar. Veía que las tejedoras del pueblo llevaban las manos decoradas con henna, y les preguntaba insistentemente si no se podía teñir así la lana y siempre le decían que no. Volvió a los libros: resulta que los antepasados de aquellas tejedoras sí teñían lana con henna, hacía al menos dos siglos, es solo que ellas lo habían olvidado. Los colores y texturas de las alfombras de aquella empresa, el Atelier Talasin, han estado expuestos varias semanas en la Real Fábrica de Tapices y están a la venta. “Se vende directamente desde el pueblo a cualquier lugar del mundo. Es un proyecto de lujo que ha puesto la autoestima de estas artesanas en su sitio”, celebra Parmar. Los precios empiezan en 800 euros y pueden llegar a los 8.000.
El padre de Parmar era militar y viajaba mucho con su familia. Parmar experimentó su primera mudanza a los cuatro años. En total, ha vivido en nueve países y habla seis idiomas. Se apresura a quitarle importancia a esto último: “Eso es muy común en mi país”. A los 17 quería cambiar el mundo. “Ser el Che Guevara, estudiar Economía…, pero mis padres querían que, como buena mujer india, fuera médica o profesora. Me rebelé, intenté entrar en la London School of Economics y, al no conseguir la beca, me busqué un trabajo de verano acompañando a unos estudiantes de moda en un viaje por Asia: India, Sri Lanka y Tailandia. Aquello me abrió la mente y ojos. La primera vez que entré en la choza de un tejedor tailandés me quedé fascinada. Eran muy pobres, pero de sus manos y de su cabeza salía mucha riqueza. Descubrí una economía descartada por los procesos industriales por lenta, porque se hacía a mano y no producía grandes volúmenes, y en el mundo industrial el éxito se define por la cantidad. Pero no somos robots. Si a un humano empiezas a exigirle volumen y velocidad, lo que consigues es divorciarlo de su trabajo, empieza a odiar lo que hace”.
A Madrid llegó en 2001 porque se casó con un vasco. De su suegra aprendió otra gran lección vital: “Somos muy pobres para comprar barato”. Este es un tema sensible para Parmar: “Hoy la gente gasta más dinero en ropa que sus abuelas y tiene un armario mucho peor, una ropa que nadie va a heredar porque no está hecha para durar 40 años”. Insiste: “Los diseñadores de moda estamos quemadísimos. Antes este trabajo era maravilloso, tenías tiempo para pensar y crear algo nuevo, ahora estamos en el copia-pega, todas las colecciones se parecen demasiado. Los directores creativos bailan más que nunca entre las marcas porque es un rol que ya no importa. Y yo creo que, además de la ropa, tendríamos que diseñar las cadenas de producción”.
Por eso ella ya no va a las ferias de tejido. “Compro directamente la fibra, porque no sé si lo que me cuentan es verdad, hasta las certificaciones están vendidas. La palabra sostenible ha perdido todo su significado”. Parmar desea para la moda un renacimiento como el de la gastronomía. “Nadie compraría un vino que pusiera Rioja made in China, sin embargo compramos alegremente cachemir made in China”.
Tiene paciencia y cree, como Gandhi, que hay que levantarse y andar para conseguir un cambio. “Conozco mucha gente joven que solo compra ropa de segunda mano. Hay una conciencia que está creciendo y yo solo estoy poniendo más madera en ese fuego”. Las ventas globales de ropa de segunda mano aumentaron un 18% el año pasado y se cree que para 2028 el negocio puede superar los 350.000 millones de dólares, según un informe de GlobalData para el especialista de reventa ThredUp.
“La inteligencia artificial ya está aquí. Hemos perdido la guerra del volumen, pero podemos ganar la de la calidad. Ese es nuestro territorio y ahí tendríamos que volver, a los procesos, al método, a la materia prima. La gente está sembrando tomates en el balcón, ¿por qué no podemos aprender a tejernos un jersey?”.
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