La Misión Biológica de Galicia: los guardianes de las semillas
El organismo custodia a las afueras de Pontevedra más de 3.000 variedades de cereales y leguminosas autóctonas de la zona. El objetivo del banco de semillas no es solo preservar las variedades tradicionales, sino también introducirlas en el campo y las huertas de los agricultores locales para que los cultivos no se pierdan en el olvido

La bola es pequeña, apenas mide unos milímetros y aún es blanca, aunque se trata de la semilla de un guisante, concretamente de un guisante Bágoa Atlantic. Bágoa significa lágrima en gallego y, si germinara, entonces sí adoptaría esa forma de luna menguante y se teñiría verduzca. Pero este grano, en concreto, bajo la custodia del banco de semillas de la Misión Biológica de Galicia, no va a florecer. Permanecerá congelado en el espacio-tiempo como un embrión vegetal. Sobre sus diminutas formas recae la responsabilidad de que su especie sobreviva al tiempo.
El guisante se encuentra hoy en una cámara frigorífica que está a 4 grados y tiene una humedad de entre el 30% y el 40%. Filas y filas de botes de plástico guardan granos de todo tipo: grandes, pequeñísimos, alargados, muy redondos, unicolor, rasgados, cientos de colores. “Cuanta más variedad mejor. La uniformidad lleva a problemas siempre, en todos los ámbitos”, dice Pedro Peón, técnico de desarrollo e innovación en la Misión Biológica, a las puertas del banco que contiene más de 3.000 variedades de leguminosas y cereales.

El depósito de genes vegetales no es la única, pero sí una de las patas fundamentales de este centro de investigación dependiente del CSIC y situado a las afueras de Pontevedra. También es un giro en su historia: la Misión nació en 1921 con el objetivo de modernizar y uniformar los cultivos para mejorar su rendimiento y así asegurar que el mayor número de personas tuviera alimento en un momento de rápido crecimiento poblacional. A finales de los setenta, sin embargo, algunos científicos alertaron de que esa uniformidad podría suponer un riesgo. Si, como ocurrió durante la Gran Hambruna irlandesa del siglo XIX, un hongo atacaba una cosecha de patatas y todas pertenecían a la misma variedad, el resultado podía ser catastrófico: podría provocar la pérdida total del cultivo. Los investigadores de la Misión se aventuraron entonces a recorrer Galicia en busca de variedades tradicionales que aún conservaban algunos agricultores. “El banco nace de esa preocupación científica por disponer de una multitud de genes que luego nos permitan luchar contra enfermedades, plagas o el cambio climático”, explica Peón. Así, si una bacteria ataca una variedad de maíz, otras pueden sustituirla; si las temperaturas aumentan, una judía resistente puede cruzarse con otra más sensible; y, si estalla una guerra, los cultivos se pueden replantar.

En realidad, en el caso de la Misión, no toda la muestra permanece perpetuamente almacenada, como sí lo hace por ejemplo, en el banco nacional de semillas, en Madrid. Allí una especie de búnker aloja una copia de seguridad de todas las muestras que guardan los bancos repartidos por el territorio español. “Esto es más bien una biblioteca, no un museo. El objetivo es que los investigadores y los agricultores, o incluso gente común, planten las semillas tradicionales en sus huertas”, explica Peón. “Que la semilla vuelva al campo”.
A pocos kilómetros del centro, en Cotobade, bajo la tierra de un bancal, varios granos de guisante Bágoa Atlantic esperan el invierno para florecer. No residen allí por casualidad: la Misión recuperó esta variedad olvidada para que Antonio Cavada las plantase en su huerta. De hecho, están registrados con su nombre. “No pregunté ni el precio porque esto hay que recuperarlo como sea. Es una variedad gallega con unas cualidades espectaculares”, dice Cavada mientras lidera una caminata por los invernaderos de El Calabacín Rojo, su vergel regido por las leyes de la biodinámica. Aquí se cultiva según las fases de la luna, sin químicos, con macerados a base de ortiga o suero de leche, dejando que absolutamente todo florezca para luego recoger las semillas.

Hace ocho años, Cavada no entendía de cultivos. Era (y sigue siendo) comercial de una gran multinacional cuando decidió ser también agricultor aprovechando unos terrenos de su familia para huir de los químicos en frutas y verduras comerciales. Su huerta rebosa una abundancia vegetal —capuchinas, zanahorias y coliflores de colores, borrajas, tomates Negro de Santiago, Avoa de Osedo y Taller de Lubre, manzanos gallegos, kumkat— únicamente comparable con su entusiasmo por los cultivos antiguos y los autóctonos. En su momento cumbre, la huerta alcanzó a tener más de 120 variedades, y lo que se ideó como un huerto propio ha terminado protagonizando las obras culinarias de Pepe Vieira y Javier Olleros, ambos chefs gallegos con estrellas Michelin.
Un tomate de los que planta Cavada es tan delicado que, si llueve más de la cuenta, se cuartea porque su piel no crece al mismo ritmo que su interior. La piel de los tomates “de laboratorio” en cambio es dura para resistir el transporte. Lo mismo ocurre con las fresas blancas gallegas, un canto dulce en el paladar, pero cuya semilla tarda un año en dar frutos y es tan frágil que es casi imposible de transportar sin espachurrarla. Este tipo de agricultura cuesta dinero, tiempo y esfuerzos. “Pero es una responsabilidad”, dice Cavada. “Igual que conservamos el gallego, o los versos de Rosalía de Castro, tenemos la obligación de conservar estas semillas que son nuestro paisaje, lo original de aquí”.

Esa vocación por entender, a través del patrimonio botánico, de dónde viene uno fue lo que llevó a Javier Olleros, el primer chef en obtener dos estrellas Michelin en Galicia, a contactar con la Misión nada más inaugurar su restaurante. Anclado en la ría de Arosa, una fachada blanca y anodina con unas letras plateadas y discretas confirman la llegada al Culler de Pau. La única extravagancia es un huerto-laboratorio cuya vegetación se mezcla con las fincas limítrofes que desembocan en el azul profundo de la ría.
“Acercarme a la Misión respondía a una intención de entender nuestra identidad, era abrir una puerta a la ciencia y a nuevos ingredientes”, explica. El chef venía entonces de trabajar en Euskadi con una variedad de guisante muy concreta. “Pequeñito, dulce, acuoso, que explota en la boca”, recuerda con ojos brillantes. El conocido “caviar verde” que habían popularizado cocineros del País Vasco. Olleros se preguntó si existía una variedad gallega parecida y se plantó en el despacho del investigador Antonio de Ron, quien descubrió que sí, que existía un guisante autóctono con las mismas cualidades y que la Misión custodiaba.

Tras ese acierto, vendría la puesta en valor de más especies junto a la Misión, y la colaboración con agricultores como Cavada. “Esto es una forma de resistencia contra las multinacionales que tienen el monopolio de las semillas porque les interesa vender sus químicos”, dice Olleros, en cuya mesa reposa la investigación Álbum de plantas prohibidas, de María del Carmen Tostado, sobre por qué ciertas plantas fueron vedadas en España: “Es emocionante ver lo que se preserva en estos bancos, donde hay historias, cultura, el trabajo de muchas personas que estuvieron adaptando esas semillas para que el campo tuviera mucha más vida y diversidad”.
La fascinación por las historias que portan las semillas atrajo a Olleros a una de sus últimas obsesiones: la avea moura. Esta vez fue el investigador de la Misión Bernardo Ordás quien se topó con un artículo en el que el famoso botánico y genetista ruso Nikolái Ivánovich describe las características de una tal avena negra gallega, un cereal prácticamente desconocido en las últimas décadas. Ordás comenzó a tirar del hilo y descubrió que la domesticación de esta variedad, común hasta los años ochenta, ocurrió en Galicia y los vikingos la expandieron al resto del continente.

Ordás se sorprendió al descubrir que un cereal tan rico en antioxidantes, duro, resistente al frío y las enfermedades, que no requiere de pesticidas, desapareciera de la noche a la mañana. “Su cultivo pegó un declive terrible en los ochenta por el cambio del suelo, porque el campo gallego se abandonó muchísimo”, lamenta. Por eso su interés es que un productor la vuelva a plantar, la venda a un cocinero como Olleros y que se cierre el círculo. “Que esta investigación no se quede en el análisis científico, sino que tenga algo de realidad”, dice.
Esa realidad se encuentra hoy en el yogur bebible y los fermentos —garums, kombuchas— en los que Culler de Pau lleva trabajando ya tres años. Pero también en Muuhlloa, una casa de cosmética rural que ha elaborado una crema facial y un hidratante vaginal a base de avea moura. Las cinco ganaderas y agricultoras que integran este laboratorio que mezcla leche fresca de vaca con extractos vegetales autóctonos nos reciben en Granxa Maruxa. Un idilio heidisiano de prados verdes atravesados por animales que mugen, un establo y una casa-mural, donde los árboles dibujados se alzan sobre la pared y parecen bailar con el viento.

“El día de producción, salimos de aquí a las siete de la mañana con la leche recién ordeñada y llegamos al laboratorio para realizar rápidamente la pasteurización y mezclar los ingredientes”, explica Marta Álvarez, al mando de la Granxa. Las plantas son cosa de Carmela Valiño, bióloga, y Chusa Expósito, farmacéutica, que anteriormente comercializaban plantas medicinales y aromáticas. “Empezamos trabajando con la flor de grelo que tiene propiedades antibacterianas y antihistamínicas”, explica María Álvarez, comercial de la empresa. Después llegaría el turno de la caléndula, la milenrama, la salvia, las ortigas. “¿Para qué vamos a buscar otras plantas con la riqueza que tenemos aquí?”, evidencia Valiño. Ahora, su niña bonita es la avea moura.
El investigador Ordás llamó a la puerta de Álvarez cuando comenzó su capricho por este cereal. Como aquellos investigadores que en los setenta recorrieron Galicia para rescatar variedades destinadas al olvido, él repitió la hazaña en 2023, y escuchó que la familia de una tal Marta era dueña de una finca conocida como Aveas. “Fuimos a visitarla, y cuando ya habíamos tirado la toalla, ese ojo suyo de investigador vio entre la hierba 10 pies de avena negra”, recuerda Álvarez. Lo cierto es que Ordás encontró muy pocas semillas en su búsqueda, pero le quedaba una última bala: el Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos y Agricultura Sostenible (CRF), en Madrid. Y atinó: por suerte, en 1981 investigadores que lo precedieron depositaron allí unas semillas de avena negra.

El CRF es un lugar sobrio, aséptico, poco romántico para tratarse del santuario de la memoria y el futuro vegetal. Coordina los bancos “vivos” repartidos por el país, como la Misión, y además conserva un duplicado de todas sus muestras. Al llegar a las instalaciones, una técnico nos recibe mientras desgrana a mano, una por una, las semillas, y selecciona las que están en buenas condiciones. El proceso es parecido al que ocurre a pequeña escala en la Misión: la muestra se limpia y se seca hasta alcanzar un grado de humedad de entre el 3% y el 7%. Luego, envasada en un recipiente hermético, se almacena en una cámara a -18 grados hasta la posteridad. En esas condiciones, la semilla podría volver a germinar incluso pasado un siglo.
En el transcurso de su cautiverio, algunas son seleccionadas para viajar a la Bóveda Mundial de Semillas de Svalbard, en Noruega. Un arca de Noé vegetal hundido en el interior del permafrost que contiene una copia de seguridad de cerca de un millón de semillas de todo el mundo. España ha enviado unas 1.200 muestras, lo que equivale en torno al 2% de la colección permanente del CRF. Para Luis Guasch, su director, esto es un riesgo inasumible para un Estado. “Los alemanes y los holandeses tienen casi el 70% duplicado en Svalbard, y son mucho menos biodiversos que nosotros”.

El problema es la financiación. Por ejemplo, cuanto más tiempo pasa, mayor es la necesidad que tienen los bancos de regenerar sus muestras, ya que las semillas almacenadas por más años requieren controles más frecuentes para asegurar que siguen vivas. Pero desde 2017, no existe una partida específica en el ámbito estatal de dinero público para los bancos de la red y cada uno se sostiene como puede. “¿Cómo le vas a exigir nada al resto de los bancos si no tienen con qué financiar sus labores?”, se pregunta Guasch. “Las semillas viven mucho pero no son eternas. Si mueren, esa materia se pierde para siempre”.
Si una semilla es la memoria de lo que fue y la promesa de lo que vendrá, es fácil intuir el riesgo de abandonar a su suerte a quienes la resguardan. El guisante Bágoa o la avea moura son atisbos de esperanza, pero también un recordatorio de su fragilidad. Se trata de comprender que la mayor amenaza no es la catástrofe en sí misma, sino la indiferencia ante la posibilidad de que esta ocurra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Más información
Archivado En
Últimas noticias
TikTok dice que ha firmado acuerdos para crear una nueva empresa conjunta en EE UU
Cinco libros infantiles y juveniles para regalar esta Navidad
Eduardo Casanova anuncia que tiene VIH (y es un paso muy importante para romper el estigma)
El tenor Juan Diego Flórez publica un nuevo disco y lo puedes escuchar en exclusiva en EL PAÍS
Lo más visto
- Los hijos de Isak Andic negocian un acuerdo para pagar 27 millones a la pareja del empresario y cerrar el conflicto por el legado
- El Supremo condena a ‘Okdiario’ y a Eduardo Inda por intromisión en el honor de Iglesias al acusarle de cobrar de Venezuela
- Irene Escolar: “Si la gente se droga es porque encuentra en ello una anestesia que necesita. Negarlo es absurdo”
- La asociación mayoritaria de guardias civiles no está de acuerdo con la DGT en sustituir los triángulos por la baliza V16
- “No podemos hacer nada”: la IA permite copiar en exámenes de universidad con una facilidad nunca vista





























































