Keum Suk: “Las mujeres son las grandes víctimas de las guerras. Deben proteger a sus hijos y muchas veces se convierten en botín”
La gran novelista gráfica coreana trabaja con historias reales. Su libro ‘Hierba’, que narra la vida de una esclava sexual del ejército japonés, fue un éxito mundial


Menuda, cauta y dulce, Keum Suk (Goheung, Corea del Sur, 54 años) tiene el físico y la mirada de una niña y la madurez de una anciana. Vivió 16 años en Francia, pero, precisa y paciente, prefiere hablar a través de una intérprete del coreano que en francés. Ha visitado Barcelona para presentar, en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea), su último libro sobre el dictador norcoreano, Mi amigo Kim Jong-un (Reservoir Books).
¿Lleva toda la vida intentando entender su país?
Empecé a preguntarme qué significaba ser coreana cuando fui a vivir a Francia para estudiar. La guerra dividió Corea. Y a una parte de mi familia, que quedó en el norte. Yo no viví la guerra, pero sí sus consecuencias.
En La espera cuenta la separación de su madre y su hermana.
Hubo mucha pobreza en Corea. Hubo hambre. Mi familia nació en el sur. Pero mi abuelo supo que había trabajo en el norte y se mudó allí con parte de su familia. Cuando estalló la guerra, y se dividió el país, tuvieron que quedarse allí. Mi madre y sus hermanas vivieron separadas durante décadas. 132.124 familias fueron separadas por la guerra. A medida que he tenido información, he querido saber más. Me interesó el sentimiento de dolor de las personas. No solo en mi familia. Y no solo en el momento de la guerra: las consecuencias son todavía palpables.
La guerra nunca concluyó. Se detuvo. Han pasado casi siete décadas. ¿Los coreanos la temen?
Los coreanos del sur tratan de olvidar que vivimos en una tregua, en un armisticio. La gente se centra en su vida cotidiana: cómo conseguir más trabajo, qué hacer cuando suben los alquileres…

En su último libro, Mi amigo Kim Jong-un, insiste en que puede estallar la guerra.
En 1953 se proclamó un alto el fuego y se creó la zona desmilitarizada que separa Corea del Norte de Corea del Sur. Pero la guerra no ha terminado porque cuando la ONU decidió ese armisticio no había representantes ni de Corea del Norte ni de Corea del Sur. Por eso no tiene legitimidad. Todo el mundo sabe que vivimos en un alto al fuego. Pero… ¿quién puede vivir temiendo que estalle una guerra en cualquier momento? Se nos comería la ansiedad.
En Corea estudió Pintura Occidental, ¿por qué?
Cuando crecí, el arte oriental era solo para los asiáticos. Occidente era el modelo. Era mejor que lo nuestro, el lugar de donde aprender. Europa, hasta entrado el siglo XX y luego, EE UU, con la abstracción, eran el modelo.
¿Lo sigue pensando?
Claro que no. He aprendido a no asumir como dogma ninguna enseñanza. De la misma manera que nos atemorizaron, asegurando que la gente de Corea del Norte era mala y cruel, nos inculcaron que todo en Europa era mejor. Que allí la gente era buena y rica. Y que su arte era mejor que el nuestro. Idealizamos el color de los ojos y el pelo rubio… Idealizar es no querer ver la realidad. Cuando llegué a Francia pensé que el arte es uno. Ni oriental ni occidental. El arte indaga en lo más básico y lo más profundo de la humanidad. Por eso une.
En sus libros, los dibujos de la naturaleza aportan oxígeno a historias muy duras.
Amo la naturaleza. Aprendo de ella todos los días. Me gusta contemplar el mar, sentir las brisas, agradecer la lluvia. Escucharla. Me interesa todo: las pequeñas florecillas y el cambio de estaciones. La naturaleza es espléndida en lo pequeño y en lo grande. Siempre podemos aprender de ella. Cuando estoy atascada, salgo a pasear. Y descubro cosas que no sabía. Lo pequeño de las personas es la mezquindad. La naturaleza, en cambio, sabe ser grande en lo pequeño. Se deja descubrir. Me impulsa y me inspira. Por eso titulé Hierba mi libro sobre el sufrimiento de las esclavas sexuales de los soldados japoneses, porque la hierba, el renacer de la naturaleza, les daba esperanza.
¿Por qué eligió estudiar en Francia?
En el instituto, el mejor profesor hablaba mucho de Francia. Yo ni siquiera sabía que Francia existía. Cuando por la calle veíamos un extranjero, preguntábamos: “¿Americano?”. Averigüé que la educación en Francia era casi gratuita. Mis padres trabajaban muy duro. No podía pedir dinero.
Se quedó 16 años en Estrasburgo y París.
Sí. Traduje más de 100 cómics para subsistir. Aprendí mucho traduciendo. Traducir no es cambiar palabra por palabra. Es entender y volver a expresar. Respeto mucho a los traductores.

Llegó al cómic por casualidad.
Solo escribía mi diario. Pero en París, queriendo ser artista, tuve que trabajar con los materiales más baratos: una libreta y un lápiz. Comencé a dibujar viñetas de cómic para un periódico de la comunidad coreana y escribí mi primera novela gráfica.
Sobre su padre y en francés.
Quise trabajar con mis historias familiares. Pensé en hacerlo con videoinstalaciones. Pero como no tenía dinero, dibujé Le chant de mon père [la canción de mi padre]. Cuenta que vivíamos en un pueblo y nos mudamos a la periferia de Seúl. Mi padre era muy respetado en el pueblo porque cantaba pansori, uno de los cantos tradicionales más admirados en Corea. No era profesional. Le buscaban para que cantara en fiestas. Y en la ciudad…
¿No se puede cantar en la ciudad?
Se priorizan las prisas. Se trata de sobrevivir. Se vive agotado. No hay tiempo para cantar. Mi padre fue perdiendo su existencia para ayudarnos.
¿Por qué regresó a Corea?
Mi marido me enseñó mucho sobre la cultura francesa. Y me pidió conocer la mía. Él es músico y enseña francés. Fuimos para un año. Pero nos quedamos.
¿Cómo lo conoció?
Era mi vecino.
En Corea, pasó a escribir en coreano y logró su gran éxito: Hierba.
Soy de silencios. Las novelas gráficas me permiten investigar y dibujar sola, y eso le viene muy bien a mi carácter. De la pregunta: ¿qué contar?, pasas a cómo contar la historia de una persona que conoces que ha sido esclava sexual del ejército japones; cuando por fin se casa, su marido es bígamo, luego sufre abusos de las tropas soviéticas y, aun así, mantiene la esperanza.
Retrata un país injusto y machista.
En Corea muchas mujeres se casaban pronto para que no las acosaran. También se hacían las locas para no tener que hacer todo el trabajo doméstico. En Corea se sigue una tradición budista que defiende ser respetuoso con todos, particularmente con los padres. Ese respeto se traduce en obediencia, y esta, en silencio: si ves, tienes que hacer ver que no has visto. Si oyes, no escuchar. Y aunque sepas hablar, tienes que callar. He vivido en una generación en la que las mujeres han dicho basta ante ese sacrificio. La protesta era: “No quiero ser como mi madre”. Las propias madres la apoyaban: “No quiero que vivas como yo”. Esa es la clave: alguien tiene que admitir que las cosas están mal para empezar a cambiarlas.
¿El sentido del honor no lo permitía?
Era miedo. Las mujeres son las grandes víctimas de las guerras. Deben proteger a sus hijos y muchas veces se convierten en botín. Entonces, son doblemente víctimas porque son criticadas por los suyos. Deben callar y aguantar. Se convierte en tabú lo que les sucede. Necesité romper ese silencio. El silencio ante las injusticias es algo mundial. Muchas violencias se alimentan de ese silencio. Es muy desolador que una víctima no pueda hablar de su dolor porque la sociedad lo ha convertido en tabú. La esperanza que intento transmitir creo que deberíamos protegerla. He sabido de familias separadas, de injusticias sin aclarar, mientras la gente envejece y olvida. Ese olvido no cura.
¿Se fue a vivir a la isla de Ganghwa por la carestía de los alquileres?
Sí. También por el ruido de las obras y la distancia de la naturaleza. Acabábamos de adoptar a nuestro perro. Vivía estresado. Pensé que en la isla seríamos felices.
¿Lo son?
No del todo, porque está más cerca de Corea del Norte y se vive con más miedo.
Tiene una novela gráfica dedicada a los perros. ¿Qué ha aprendido de ellos?
He aprendido sobre conexión. No son capaces de hablar con palabras, pero sí con gestos. Hablan un idioma universal. Siempre ladran por algún motivo. Ladran diferente cuando ven a alguien que quieren o algo que temen. Son esencialmente compañeros. Estés feliz o triste, sin hablar te acompañan. Te cuidan, están a tu lado. Yo antes solo tenía interés en las personas, pero mi manera de pensar se ha ampliado gracias a ellos. Siguen su instinto y no sienten ira.
Describe un racismo entre perros.
Existe. La reina de Inglaterra prefería corgis ingleses. Empecé a escribir Perros porque en Francia algunas personas creían que en Corea se comían a los perros. Me sorprendió, pero comprobé que en las hambrunas ocurrió. Hoy está prohibido. Me he dado cuenta de que las personas que maltratan a las personas también maltratan a los animales. Y al revés.

En Mañana será otro día aborda su imposibilidad de ser madre.
Tener hijos es un deber para algunas mujeres. Y es difícil convivir con esa presión familiar y social. También hay mujeres que no quieren tenerlos para no romper una convivencia pacífica. Yo, como artista, quería ser libre. Pensé que un hijo no me permitiría trabajar. No quería ser como mi madre, o como mi hermana mayor. Pero, cuando conocí a mi marido, sentí la responsabilidad de hacer crecer ese bienestar.
Y empezó su calvario…
Cuando te empeñas en tener un hijo, el esfuerzo no garantiza el éxito. Y cuando no llega, todo el mundo está pendiente. Las mujeres se llevan gran parte de ese sufrimiento físico y psicológico. En todo el mundo hay personas que buscan tener hijos, se esfuerzan y sufren, pero no lo consiguen. He entrevistado a muchas mujeres que pasaron por esos procesos.

“Quiero a mi madre por encima de todo, pero también es la persona con la que tengo que mantener máxima distancia”.
Es una pregunta muy afilada.
Lo ha escrito usted.
Las madres y las hijas nos conocemos. Solo con escuchar el tono de voz sabemos lo que pasa. Estar lejos de alguien a quien conocemos, y que nos conoce tan bien, nos hace sentir libres. Y, a la vez, nos preocupa.
La valentía de un autor ¿en qué consiste? ¿En contar cosas de los poderosos? ¿En buscar el lado humano en decisiones difíciles de entender?
Ser autor es ser valiente. Pero cuando escribes no puedes hacerlo solo desde tus sentimientos.
En Mi amigo Kim Jong-un, intenta retratar a alguien que todo el mundo conoce, pero es un gran desconocido.
Todo el mundo sabe que hubo una guerra y que hay familias separadas, pero nadie sabe qué pasó. Ocurre lo mismo con Kim Jong-un: sabemos que es un dictador, pero no lo conocemos.
¿El secretismo en la vida de los dictadores refuerza su poder?
El poder se mantiene con el desconocimiento. El misterio ayuda. Con frecuencia el mundo conoce mucho mejor asuntos de Corea del Norte que los ciudadanos de Corea del Sur. Es un tema sensible que ambas partes rechazan abordar.
¿Por qué quiso contar la historia del dictador?
No he tratado de justificar ni humanizar su vida. El libro recoge testimonios de personas que lo conocieron. Gente que trabajó con él y gente que escapó de Corea del Norte.
¿Cómo consiguió entrevistar a Moon Jae-in, el expresidente de Corea del Sur?
Confiaron. Funcionó como una cadena. Cuando conocía a uno, me presentaba a otro. Creo que en el mundo hay muchas personas que buscan la paz y, a la vez, saben que hay que tener cuidado con lo que dicen. Son personas pacíficas. Me daban las gracias por mi valentía.

¿Tuvo miedo al escribir sobre Corea del Norte?
Miedo a que me atacaran…, no. Me preocupó la suerte de las personas que entrevisté. Por eso me esforcé en borrar sus caras o en cambiar detalles de sus nombres. La información es real. Algunos nombres, no.
¿Escribe y dibuja para aprender? ¿Para intentar entender?
Diría que por empatía. Para mí el dibujo es un instinto natural. Al dibujar un relato y ver el dolor que me han narrado dibujado me vuelvo a preguntar por él. No querría comunicar lo que siento, sino lo que ocurrió.
El libro relata la esperanza puesta en Kim Jong-un por haber estudiado fuera.
Estudiar fuera cambió la mentalidad de Deng Xiaoping. No lo pienso yo, me lo contaron los entrevistados. Poder vivir como alguien normal aporta otro punto de vista.
Uno de sus entrevistados resumió que Kim Jong-un no atacaba al pueblo y, sin embargo, Kim Jong-il se servía de él.
Eso lo dijo alguien que huyó de Corea del Norte. A pesar de estar en Corea del Sur seguía con miedo, creía que en cualquier momento le podía atacar alguien y hacerla desaparecer. Por eso es difícil conseguir testimonios.
¿Todavía hay gente que desaparece?
Un huido de Corea del Norte siempre vive con ese miedo. Además, nuestra comunicación se ha complicado. Nos resulta difícil entendernos.
¿Por qué?
Por el miedo. Por la manera distinta de ver y entender el mundo. Hay acontecimientos históricos que ellos relatan desde un punto de vista y nosotros desde otro. Algunos extranjeros han escrito que en el norte son menos calculadores. Es un asunto de educación, de lo que permite cada país. Más allá de las características de cada persona, cada país —o cada parte del país— genera actitudes distintas. Yo defiendo que necesitaríamos hablar para minimizar esas diferencias y aprender de lo mejor de cada parte.
Uno de sus entrevistados declara que es más importante sobrevivir que decidir qué es bueno y qué es malo.
Cuando los norcoreanos deciden huir, pueden darse por muertos. Para Corea del Norte no es delito matar a las personas que intentan cruzar la frontera para huir. Y no es simplemente cruzar una frontera. Es dejar atrás a tu familia y arriesgar tu vida. El sufrimiento es físico y psicológico. Exige poner en duda todo lo que tienes o sabes. Entrevisté a una mujer norcoreana que, tras años de vivir en Corea del Sur, seguía viviendo con gran dolor.
Hay historias bonitas como la del presidente de Hyundai.
Él robó una vaca y, con el dinero que obtuvo vendiéndola, pudo escapar. Luego quiso donar 1.001 vacas para intentar recuperar la comunicación. Pudo hacerlo porque, en aquellos años, se podían visitar algunos lugares de Corea del Norte. Hubo un accidente y se rompió esa comunicación. Pero siempre he defendido lo mismo que él: nos falta hablar. Nos falta entender que el odio y la ira no pueden construir ningún futuro.
¿Cómo entenderlo?
La ira, el odio y la discriminación son venenos que solo se alimentan a sí mismos. Cuando uno se pelea con su pareja, con su familia o con amigos, el que peor lo pasa es uno mismo. El veneno que sale de alguien vuelve a él. Solo por eso deberíamos contener los malos pensamientos. Las reconciliaciones son una de las grandes bellezas de la vida
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