La Transición fue un milagro
Los fallos que algunos han achacado a aquel periodo de la historia de España carecen de base: literalmente no pudimos hacer más


El jueves próximo se cumplen 50 años de la muerte de Franco. Una cifra redonda. Lo mejor es que ni nos acordamos del franquismo. Y lo peor es que ni nos acordamos del franquismo. Con lo primero quiero decir que la sociedad española supo reinventarse y construir un nuevo futuro yo diría que con notable acierto. Y con lo segundo muestro mis temores de que, por pura ignorancia, por esa desmemoria fatal que aqueja al ser humano, la España de hoy vuelva a caer en errores elementales que deberíamos haber aprendido a soslayar. Y, de hecho, lo aprendimos, pero lo hemos olvidado.
La muerte de Franco me pilló en el festival de cine de Benalmádena, que yo cubría para la mítica revista Fotogramas. Ese festival no era el de ahora, sino un invento genial que duró desde 1969 hasta 1989 y que dirigió Julio Diamante. Era una semana de cine furiosamente izquierdista en la que podías ver un montón de películas chinas maoístas e insoportables y disfrutar de una insólita burbuja de libertad. El día 20 me llamaron desde Madrid de madrugada para darme la noticia y se me paró el corazón a medio latido. No creo que se pueda comprender lo que significaba la frase “Franco ha muerto” si no has nacido y vivido hasta los 24 años bajo la dictadura. El festival suspendió las actividades durante unos días por el luto, lo cual fue formidable, porque nos quedamos en la bella Benalmádena, con un hermoso tiempo soleado, de vacaciones. Recuerdo la emoción de todos, la sensación de expectativa que por supuesto disimulábamos en público (en una dictadura no puedes hablar libremente en un bar, por ejemplo, y en aquellas circunstancias hasta era sospechoso sonreír mucho), aunque unos colegas periodistas y yo nos fuimos a la desierta playa a brindar con champán. Y que no se escandalice nadie farisaicamente por vernos brindar por la muerte de alguien, en primer lugar porque Franco debería haber fallecido muchos días antes, era un pobre despojo que sufrió un horrible encarnizamiento médico para mantenerlo formalmente vivo mientras los individuos de su entorno intentaban apañarse su propio futuro (las dictaduras son implacables para todo), y además porque no brindábamos por el final de una vida, sino de un sistema. Sin Franco, todo el mundo lo sabía, el régimen tenía que caer. Y, en efecto, cayó.
Aunque fue muy duro. Escucho hoy a algunos izquierdistas más o menos jóvenes diciendo cosas sin sentido sobre la Transición y me da pena. Se nos ha olvidado, ya dije que se olvida todo, cómo era aquella España paupérrima (los fondos de la UE han sido cruciales) y sin ningún desarrollo democrático. Baste decir que la plena escolarización (hasta los 14 años) sólo se alcanzó a mediados de los ochenta; que nadie pagaba impuestos; que el divorcio no se legalizó hasta 1981, y la primera e ínfima ley del aborto hasta 1985. ¡Y qué miedo pasábamos! Entre 1975 y 1983 hubo 591 muertes por violencia política (fuente: diario Público y Mariano Sánchez, La Transición sangrienta). ETA y el terrorismo de izquierdas asesinaron a 344 personas; el Grapo a 51, la extrema derecha a 49, la represión policial a 54… Ibas a una manifestación y podían matarte. Todos los días nos desalojaban de los medios con amenaza de bomba (y una vez que no avisaron estalló una en El País y mató a un empleado de 19 años e hirió gravemente a otros dos). El paro ascendía como una mala fiebre: pasó del 7,6% en 1978 al 18,3% en 1988. La revista Interviú publicaba cada dos por tres listas de las personas a las que iba a ejecutar la extrema derecha cuando tomara el poder y eran una locura, estábamos todos (había un constante ruido de sables que culminó en el golpe de 1981). Sufríamos una feroz epidemia de drogadicción a la heroína que provocaba un enorme sufrimiento social y una inseguridad callejera muy alta (acabó cuando los adictos murieron de sida)… Repito, era muy duro. Y, sin embargo, lo logramos. Entre todos nos ganamos el futuro y la libertad con sangre y lágrimas. Y con tolerancia. Creo que los fallos que algunos han achacado a la Transición carecen de base: literalmente no pudimos hacer más. La responsabilidad de no haber afrontado antes la muy necesaria memoria histórica, por ejemplo, es de los gobiernos posteriores, de a partir de finales de los ochenta, cuando empezó a ser posible. En los primeros tiempos era impensable. Tan impensable, de hecho, que cuando hoy miro hacia atrás, 50 años atrás, pienso: fue un milagro.
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