Lo que vemos cuando miramos a los animales a los ojos
Raúl Belinchón ha retratado durante años las miradas de patos, loros, perros y gatos en centros de acogida de Valencia en busca de una respuesta a una pregunta: ¿por qué miramos a los animales?

Si el título —Por qué miramos a los animales— le es familiar, quizá es porque haya tenido el placer de leer el maravilloso ensaño del crítico y escritor John Berger, o quizá solo le resuene como una de las muchas preguntas que permanecerán sin contestar a lo largo de su vida, si es que ha tenido la curiosidad de hacerse semejante pregunta alguna vez. Tal vez, la cuestión le surja en este mismo instante al verla impresa más claramente aquí que vagando por el vasto espacio del intelecto; sea como fuere, permítame mostrarle que esta es una de esas pocas interpelaciones existenciales que obtienen su respuesta del más mundano de los actos: mirarse en el espejo.
La mirada del hombre siempre surge desde el amor o el miedo, y partir de estos sentimientos gemelos sus ramificaciones son bastas y múltiples como las delicadas venitas rojas sobre la córnea blanca después de una larga observación. Pero existe también una mirada neutral y exclusivamente humana, la de la indiferencia.
El animal acecha al hombre desde la incomprensión, pero también comparte la mirada del temor. En el animal es una respuesta a una señal, a un olor… mientras que en el hombre es inculcado. Hay un único momento en la vida de los animales en el que se apropian de esa mirada humana de indiferencia, y sucede durante el cautiverio prolongado. Como bien dice Berger en su ensayo, los zoos —en mi opinión, cualquier lugar donde los animales son hacinados— son espacios artificiales, en todos los casos, el entorno es ilusorio, nada les rodea, salvo su propio aletargamiento o hiperactividad. No tienen sobre qué actuar, excepto, brevemente, los alimentos y, de forma ocasional, la pareja que les es proporcionada para su acoplamiento. De ahí que sus actos repetitivos devengan en actos marginales, sin ningún objeto. Sus respuestas a todo lo que sucede a su alrededor, incluso al público frente a ellos, es tratado como marginal y por lo tanto les es indiferente.
Cuando nos miramos al espejo durante un tiempo prolongado, la mirada, en un principio de amor, o de miedo o de indiferencia, trasciende a otro tipo de mirada, una completamente nueva: la de aquel que trata de reconocerse. Nosotros también vivimos en nuestro propio cautiverio, pero, a diferencia de los animales, a quien el ser humano ha enjaulado, hemos decidido encerrarnos, aletargados o hiperactivos, en nuestro zoo propio, siempre artificial, siempre ilusorio. Y, por lo tanto, nuestra mirada se vuelve indiferente hacia todo lo que nos rodea.
Dentro de los límites que hemos marcado para nosotros somos libres, pero nunca llegamos a olvidar del todo la estrechez de nuestro confinamiento. En cambio, el animal, al que hemos usurpado su libertad, indiferente como nosotros al mundo que lo rodea, aún preserva esa inocencia en su mirada que provoca y siempre provocará en el ser humano una profunda nostalgia. Miramos lo que hemos perdido.
Los retratos de los animales que aquí se muestran han sido realizados en los diferentes centros de acogida municipales de Valencia a lo largo de cuatro años por Raúl Belinchón, con la necesidad de reconocerse.


















Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.