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Pilar Palomero: “La muerte te puede hacer despertar a la vida”

Nadie veía claro la viabilidad del filme ‘Las niñas’. Pero sí su guionista y directora, que tardó 10 años en poder rodarla. Ganó cuatro ‘goyas’. Ahora, con ‘Los destellos’, viaja del nacimiento a la muerte

La directora y guionista Pilar Palomero, fotografiada tras la entrevista en la Fundación Joan Miró de Barcelona.
La directora y guionista Pilar Palomero, fotografiada tras la entrevista en la Fundación Joan Miró de Barcelona.Caterina Barjau
Anatxu Zabalbeascoa

Pilar Palomero (Zaragoza, 44 años) cree que todos tenemos una película. Tras hacerse con cuatro goyas con su primer largometraje (Las niñas), retrató el embarazo en adolescentes (La maternal) y ahora la reconciliación con la vida cerca de la muerte (Los destellos). Cuenta que está documentándose sobre cómo nos influyen las vivencias pasadas. Lo hace desde su autobiografía y en la cafetería de la Fundación Miró, observando Barcelona, donde vive con su pareja.

La directora y guionista Pilar Palomero, fotografiada tras la entrevista en la Fundación Joan Miró de Barcelona.
La directora y guionista Pilar Palomero, fotografiada tras la entrevista en la Fundación Joan Miró de Barcelona.Caterina Barjau

Sus películas hablan de sobreponerse a las dificultades de la vida. ¿Cuáles ha tenido que afrontar?

He tenido dificultades estándar y también mucha suerte. Pero en las películas hablo de que no es tan importante el tamaño de la dificultad como que tú misma te puedas reponer. Igual la mayor fue que no veía posible hacer cine y trataba de asumirlo.

Tenía trabajo vitalicio en la Universidad. ¿Qué le hizo abandonarlo?

La cabezonería. Con Las niñas todo indicaba que la película no se iba a hacer. Me puse tozuda. Lo veía clarísimo. Pero evidentemente algo estaba fallando. Aprendí a dudar de mis certezas. En lugar de entristecerme, pedí informes.

Las niñas consiguió cuatro goyas. ¿Qué no veían?

Quise recrear cómo fuimos educadas. Veía que, si sacaba ese tema, hablábamos horas: las canciones, los programas de televisión… No era Aquellos maravillosos años, era la convivencia del dolor y la felicidad. Pero otros veían nostalgia.

¿Cuál de esas niñas era usted?

Una mezcla. Era distraída y estaba en mi mundo, presa de mis pensamientos. A las que sacaban buenas notas las colocaban en las primeras filas. A las despistadas, al fondo, para que no molestáramos. Todo está en la infancia, ¿no? Si cantabas mal te decían que solo movieras los labios.

A mí me pedían que cantara con el corazón.

De adolescente eso es una incitación a hacer trastadas, pero de pequeña yo quería cantar bien, ser la preferida de la profe, ser Marisol. Se educaba para mantener las apariencias y eso es limitar a las personas.

Día 7 de febrero de 2014. Sarajevo.

Llegué a Sarajevo el 7 de febrero de 2013. Estaba, por fin, estudiando cine. Quién me iba a decir que justo un año después ese día moriría mi padre. Justo hubo revueltas en Bosnia. Cancelaron los vuelos. Pidieron que no saliéramos de casa. Cuando llamó mi hermana pensé que estaba preocupada. Pero no: mi padre había sufrido un infarto. Estaba muerto.

¿Los destellos, su última película, habla del amor que no muere?

Me obsesiona que perduremos tres generaciones. No conozco el nombre de mi tatarabuela. Cuando leí el cuento de Eider Rodríguez sentí la oportunidad de hablar de las emociones de aquella vivencia. Encontrar la luz en algo tan doloroso.

¿Cómo se encuentra esa luz?

Siendo consciente de las cosas buenas que afloran con el dolor. La muerte no es bonita, pero ese viaje que hice de Sarajevo a Zaragoza estuvo lleno de ayudas. Todavía voy fijándome a ver si, en Barcelona, veo a un revisor que me metió en un tren anterior al mío. Me vio la cara y preguntó. Me eché a llorar y dijo que no dijera más. Igual no le di las gracias lo suficiente.

La directora y guionista Pilar Palomero, fotografiada tras la entrevista en la Fundación Joan Miró de Barcelona.
La directora y guionista Pilar Palomero, fotografiada tras la entrevista en la Fundación Joan Miró de Barcelona.Caterina Barjau

¿Tenemos que llegar a situaciones extremas para ver amor en los demás?

A veces lo parece, ¿no? Esos días tenía los sentidos potenciados. Fue un despertar.

¿La muerte despierta emociones dormidas?

Los destellos va de ese despertar. Me han criticado que no mostrara la dificultad de los cuidados, que existe, claro. Rodamos escenas de conflicto, discusiones…, pero, al final, si hay conflicto y transformación, ¿dónde pones el foco? Para mí la película es cómo la muerte te puede hacer despertar a la vida.

¿Por qué cuidamos?

Por obligación, por humanidad, por amor… Me interesa cuando el cuidado te hace crecer. Y eso no se puede explicar con redoble de tambores. Necesita que no lo subrayes. Creo. Mi voluntad era hacer sentir el agradecimiento que yo sentí en un momento cercano a la muerte.

A su protagonista le cambia la mirada, el brillo del pelo…

Es esa transformación. Un trabajo de Patricia [López Arnaiz] como actriz, pactado con vestuario y maquillaje. Es la reconciliación con la vida de alguien que no es que estuviera mal, pero funcionaba con el piloto automático y pasa a tomar conciencia de cuánto vale un instante. La transformación es radical, pero casi no se ve. Despedirse de la vida es decir adiós a lo cotidiano, a lo que damos por hecho, no a los grandes acontecimientos. Los destellos son lo que una persona deja en el mundo cuando se va.

¿Necesita haber vivido las cosas para contarlas?

Por lo menos haberlas sentido.

No es madre soltera. Ni fue madre adolescente…

Me interesa la relación madre-hija. La mía y yo nos parecemos. Reñimos mucho. La relación con mis padres ha sido siempre buena. Pero hay algo melancólico en mi temperamento. Estoy investigando si se hereda.

Dedicó un corto: Agenda 1958.

Encontré una agenda de mi abuela y la sentí cercana. Leí: “En este mes he tenido el disgusto de pensar que Luis no me quería”…

En el corto, su curiosidad contrasta con la voluntad de su madre de pasar página.

Creo que ese corto refleja la relación que tenemos mi madre y yo. Mi próximo proyecto tiene que ver con eso, con la memoria emocional. Me planteo si hay cosas en nuestra forma de ser que tienen que ver con circunstancias que igual no hemos vivido, pero que nos llegan.

Mi madre decía: “Si quieres ser feliz como me dices, no analices”.

La mía lo mismo: no pienses tanto.

¿Tenían razón?

Hay que tener un carácter para no sentir curiosidad. Creo que se vive mejor no queriendo saber. Pero si tienes curiosidad, necesitas intentar entender. Y aceptar que hay cosas que nunca sabrás. Los maridos, en la época de mi abuela, eran una especie de figura paterna extraña. Pero… esa tristeza ha podido llegar a mí, dos generaciones después, en forma de melancolía.

¿Interesarse por los demás es entregarse?, ¿vampirizar…?

Todo se puede hacer desde un lugar equivocado. Si siempre colocas las necesidades de los demás por encima de las tuyas, seguramente eso termine mal. Pero tampoco me gusta el “me tengo que priorizar para estar bien”. Pensar en los demás es esencial, de lo contrario viviríamos de espaldas. Igual nos han educado en dicotomías. Yo soy de grises.

¿Dónde está el límite del pudor ante el dolor ajeno?

Para mí en que nadie salga herido. En mis tres películas me ha preocupado mostrar las cosas sin dulcificarlas, pero sin herir. Hablo de no pedir a los demás algo que yo no haría.

¿Cómo curar sin herir?

Es necesario escuchar lo que no queremos escuchar. Pero sin dramatismos. Quien ha sufrido dificultades cuenta las cosas desde un lugar natural.

¿Cómo conseguir esa naturalidad? Ha trabajado con adolescentes sin experiencia.

A Carla Quílez [protagonista de La maternal] la fichamos porque Irene Roqué, la directora de casting, la vio bailando reguetón en Instagram. Es explosiva. Sin experiencia, y con 13 años interpretaba a una menor embarazada.

¿Qué dijeron sus padres?

Antes del casting se les explicó el papel. Y cuando decidí que era para Carla, hablé con Eva, su madre, para saber hasta qué punto podía hablar con ella de sexualidad. Me contestó que en su casa no había tabús.

En La maternal hay adolescentes pensando como ancianas: “El amor es bonito al principio, luego todo se va a tomar por culo”.

Trabajo escuchando. Para mí el guion no termina cuando tienes el libreto armado. Estel dijo: “Yo me enamoré sin querer” cuando no la estábamos grabando. Y se lo hicimos repetir. Hay tanta cercanía que parece un documental. Pero no lo es.

Las adolescentes de La maternal demuestran la falta de paciencia de un adolescente para criar a un bebé.

“No me deja hacer mi vida”, decían…

Esa falta de paciencia ¿es un sesgo actual en una sociedad infantilizada e impaciente?

La adolescencia es el periodo de la vida en el que todo gira en torno a ti. Hay quien la prolonga más y quien menos. Pero, claro, la maternidad es el ejercicio contrario: olvidarte de ti. Esa frase en una adolescente la entiendo. En adultos… retrata a una sociedad muy impaciente, instalada en el ya. Y yo la primera. Como adulta, puedo tratar de espabilar y adaptarme a la tecnología. Pero no puedes pedirle a un bebé que llore menos.

¿Para qué corremos tanto?

Me pregunto si esto tiene vuelta atrás. La tecnología genera la sensación de que todo tu tiempo debe ser útil, “monetizable”, dicen. Hemos perdido la posibilidad de aburrirnos. El cine tiene que ver con eso. Con parar. Cuando estudiaba en Sarajevo, teníamos un profesor tailandés que nos hacía escuchar hacia dentro y hacia fuera. Pararte. Estar presente.

Fue allí por Béla Tarr.

Si hubiera abierto su taller en Londres no habría podido pagarlo. Utilicé mis ahorros. Y luego, con lo que heredé de mi padre, viví dos años preparando Las niñas. Levantar el proyecto de una película tiene mucho de obsesión.

¿Qué le hizo creer que podría hacer cine?

Mi padre me dijo: “Ábrete al mundo”. Mi madre tuvo más miedo. Pero mi forma de ser, tenaz y constante, viene de ella, que es física y con 23 años se sacó una oposición para trabajar en la Universidad laboral cuando su propia madre le decía que la mejor carrera era un buen matrimonio.

“Que estudies, que no dependas de nadie, que no tengas que limpiar como yo”. Sus películas retratan eso.

Mi madre luchó por ser absolutamente independiente. Se especializó en física nuclear. Conducía. Conoció a mi padre con 35. Él era un poco más joven. Su tozudez ha sido para mí un ejemplo. Me pregunto cómo pudo: jefa de estudios en un instituto, tres hijos… He tenido una madre que ahora me encanta, pero que, de niña, me costó entender. Mis compañeras llevaban trenzas y la mía no tenía tiempo de hacérmelas. Pero me transmitió pasión por lo que uno hace.

¿Pero no cuidados?

Mis padres no fueron negligentes, pero sí pragmáticos. No me hacían un bocadillo, me ponían un Bollycao. Luego he entendido que me habían educado para que persiguiera mis sueños. No para que me importara lo que hace todo el mundo.

Sus películas insisten en la soledad de las mujeres frente a la maternidad y la vida.

No sé de dónde me sale esa preocupación. Soy la pequeña. Se dice que somos los más consentidos, pero también los olvidados, los que llegamos cuando ya no quedan fuerzas. No sé si mis películas transmiten soledad. Entiendo que viéndolas se puede pensar que soy madre y me ha costado serlo. No es así. Me encantaría serlo. Nunca me imaginé que no lo sería. Pero cada vez es más difícil. Y quizá sea una de las renuncias que he hecho por hacer películas. Me gustaría, pero dependo del tiempo. Tengo 44 años.

¿Tiene pareja?

Sí. Estable. Y… mira, lo voy a decir incluso como reivindicación: me quedé embarazada hace un año y medio. Tuve un aborto espontáneo. Mi plan era ser madre. A veces no sucede. Pero tampoco me siento frustrada. O igual me lo digo a mí misma porque no quiero ser infeliz.

¿Se culpa por haber esperado tanto?

Creo que el camino se va haciendo. Y he elegido. Si no lo he sido es por algo. Quiero seguir intentándolo, pero obviamente me pregunto también si no será tarde.

¿Toda su generación, hombres y mujeres, posterga la maternidad?

Nunca se sabe lo que hubiera sucedido. Pienso que si no me hubiera ido a Sarajevo, hoy tendría niños. Pero creo que el tema es generacional: ¿cómo criar hijos sin poder mantenerlos?

¿Eso le ha marcado la mirada?

Seguramente. Una de las lecciones que me quedó de Béla Tarr es que buscaba que los espectadores se sintieran más esperanzados tras ver sus películas que cuando entraban al cine.

¿Cree que lo consigue?

Es mi intención. El resultado depende mucho de cómo hagas tuya la película como espectador. Béla nos repetía que no se podía enseñar a nadie a hacer cine. Nos ofrecía acompañarnos en el viaje de averiguar qué cineasta eres.

¿Para hacer cine te tienes que conocer a ti misma?

Creo que tienes que saber qué quieres decir y cómo.

¿Usted qué quiere contar?

Cosas que me remuevan y con las que siento que puedo aportar algo. Todas mis películas las he hecho desde un lugar muy personal. Pero las veces que más he aprendido ha sido rodando cortos con mi cámara y gente de mi entorno, que no son actores. Ahí solo necesitas tiempo. Me di cuenta de que lo que quiero contar tiene que ver con una búsqueda y que el propio rodaje es la búsqueda. Lo otro es meterte en un sinvivir de presupuestos.

¿Es difícil filmar bebés?

Solo puedes filmarlos 20 minutos al día. Pero los padres los conocen tan bien que lo facilitan: “Si lo dejas un segundo sin verme va a llorar”.

¿Por qué quieren que sus bebés hagan cine?

Creo que quieren un recuerdo para toda la vida.

¿Cobran los bebés?

Claro, igual que las menores. Con cláusulas para que el dinero sea para ellos.

¿Su madre qué le dice de sus películas?

Hablé mucho con mis padres de Las niñas. Mi padre me propuso que fuera un día a ver a las monjas para averiguar de dónde salía mi rabia. Mi madre temía que la gente creyera que la parte de la madre era autobiográfica. Mis padres me enviaron a un colegio religioso porque pensaban que era el mejor. Ahí estuvo su acto de amor. También es verdad que estaba al lado de casa. Pero filmar es una búsqueda. Las niñas trata de sentir qué es tener 13 años de nuevo. Por eso el casting fue esencial. Con Gisela Krenn, que falleció hace poco, vimos a todas las niñas de Zaragoza entre 11 y 13 años. Más que contar una historia, quería recuperar la sensación de tener 13 años, descubrir el mundo y fascinarte por una amiga.

¿Era mejor o peor aquella educación?

Era más grupal. La televisión educa. La persona que te toca en el pupitre de al lado te cambia… Las niñas habla de eso. Los padres hacen lo que creen que es mejor, pero con cualquier decisión arriesgas equivocarte. Hoy veo niños que van a inglés, a guitarra, a judo… Igual en unos años alguien hace una película sobre el estrés infantil…

Los destellos explora la lentitud.

No la hice pensando que era lenta. Asumo que puede no interesarle a todo el mundo. Pero creo que para sentir cosas se necesita tiempo.

¿Tenemos que acercarnos a la muerte para sentir la vida?

Esa frase es de Pablo, el médico de paliativos. Habla de vivir la vida de manera consciente.

¿Sus películas la transforman?

Sí. Con Los destellos me he dado cuenta de que vivir algo doloroso te humaniza. He comprendido que poder hablar de lo que nos duele hace más bien que mal. No nos mostramos vulnerables para protegernos, pero cuando lo hacemos, nos fortalecemos.

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