Un antiguo narcopiso de Lavapiés convertido en casa y refugio multiusos
La diseñadora Carlota Gallo y el arquitecto Matteo Ferrari han creado un lugar que hace de la apertura al exterior su más inteligente cualidad
Cuando, gracias a una herencia familiar, la diseñadora de producto, profesora e investigadora de origen cántabro Carlota Gallo decidió comprarse un apartamento en Madrid —tras seis años en la capital—, descartó de partida los barrios más céntricos de la ciudad, que quedaban fuera de su presupuesto. “Pero un día, una amiga agente inmobiliaria que me ayudaba en la búsqueda me llamó para que viera este, al que vine casi por deber”, recuerda. No podía sospechar, por el precio —muy por debajo de mercado— y las características del piso —50 metros cuadrados en dos plantas, una de ellas subterránea—, que aquello que parecía tan imposible llegaría a ser un día familiarmente real. Y eso que aún le quedaba una sorpresa por descubrir: la vivienda, que había sido narcopiso durante un tiempo, estaba totalmente destrozada (una parte había sido incluso incendiada). Con todo, su desbordante planta —el adjetivo es de ella— llamó su atención, sugiriéndole diversas posibilidades, y le pidió a su pareja, el arquitecto italiano Matteo Ferrari, que la acompañara a visitarla.
“La casa tenía tanto el valor histórico del edificio —una típica corrala madrileña del siglo XIX— como el de la ubicación, en la zona alta de Lavapiés, muy cerca de Antón Martín. Pero cuando la vimos juntos aquella primera vez, el ejercicio de imaginación fue grande, sí”, reconoce con una sonrisa Ferrari, que continúa rememorando su primera impresión: “Había que sumar el valor absoluto de todo lo que había sido —vivienda, taller donde se fabricaban sellos de caucho y el no-lugar de sus últimos tiempos— y lo que ofrecía arquitectónicamente: la apertura a la calle con dos escaparates brutales y la posibilidad de abrirla también al patio. Era, a todos los efectos, una caja de zapatos, pero con techos altos y en la que podía trabajarse la continuidad con el exterior, calle y corrala”.
Y, así, planteando una distribución totalmente nueva, buscaron conseguir que la casa fuese lo más abierta y fluida posible, para lo que era imprescindible conectar los dos espacios del piso superior, cocina y salón. “Suena paradójico, pero la idea era conseguir un efecto loft a pesar del tamaño y de las paredes”, dice Matteo. Además, y dado que Gallo teletrabaja a menudo, era necesario que todos los ambientes le permitieran hacerlo cómoda y eficientemente. Y, para ello, después de abrir sendos huecos en el muro de carga que los separaba, el amueblamiento era clave. “La primera aliada que tuvimos”, recuerda Carlota, “fue la mesa Simón, que diseñamos y fabricamos a medida y situamos como corazón de la casa en la cocina. Al final todo se distribuye en torno a ella. En ella desayunamos juntos, trabajamos, nos reunimos virtualmente con clientes, cenamos con amigos…”. Matteo completa sus palabras con una imagen ciertamente poderosa: “Es el sol sobre el que gravitan los planetas”.
Lo siguiente era encontrar la luna, que no podía ser otra pieza que el sofá del salón, cuyo perfil en ángulo recto debía acompañar tanto la barandilla de la escalera al dormitorio como una de las dos amplias cristaleras a la calle. “Pensamos mucho si debía mirar hacia afuera para ampliar el espacio o, por privacidad, hacia adentro”, cuenta Matteo. “Al final decidimos colocarlo hacia adentro como forma de cerrarnos y darle la espalda a la calle. Así podemos tener toda la visibilidad que queramos pero también cierta protección en nuestro día a día”. Muy contados muebles-planeta completan el continuum de la planta superior: un par de escultóricos bancos diseñados por Gallo, las inevitables sillas, una estantería a medida, la icónica lámpara Gräshoppa, de Greta Grossman, y una hamaca artesanal que la pareja compró en Colombia. Y, en el baño, un taburete de madera hecho por el abuelo de la propietaria, al que tiene gran apego. Y en la habitación de abajo, lo esencialmente imprescindible: la cama, una mesilla de noche minimal y otro taburete como único asiento.
El resultado es una palpable sensación de orden, ligereza y amplitud. “Efectivamente es una casa por la que, aunque todo parezca ordenado y en su sitio, uno se puede mover libremente sin incomodidades ni sentirse invasivo”, concede el arquitecto. Y, al tiempo, en su polivalencia, mucho más que eso: una oficina doméstica con varios ambientes de trabajo, e incluso un espacio en el que el arte —su incipiente colección, con obras propias y de colegas como Carlota Guerrero, Andrés Izquierdo o Alba Galocha— tiene una dimensión importantísima, hasta el punto de llegar a albergar una exposición colectiva de piezas de diseño experimental. “Es nuestro pequeño mundo, pero en él puede participar cualquiera”, dice en un momento de la conversación Matteo. Y Carlota acaba la frase: “Sí, eso es un poco el resumen de todo el proyecto: cuando viene gente a casa, la hacen suya de una forma muy natural. Muchas veces pasa que vas a casas superacogedoras pero en las que todo el tiempo sientes que no te pertenecen. Y creo que en la nuestra no es así”.
El resultado, pues, es una elocuente oda a la belleza de la imperfección, radicalmente diferente aún más por su ética que por su estética, y que marca con exactitud el punto en el que sus dos felices creadores —y moradores— se encuentran personal y profesionalmente: la huida de todo lo impuesto y estandarizado, el planteamiento de más preguntas que respuestas y cierta mirada poética a un oficio que tiene mucho de forma de vida. A pesar de sentirse complacidos, Matteo y Carlota ríen con complicidad al oírlo: hace años un periodista escribió de él que tenía algo de filósofo, y desde entonces una exagerada fama de arquitecto-pensador le persigue. Y divertidamente temen que ahora les quede un aura común de poetas del diseño. Pero ya nos lo advirtió, bajo la máscara de uno de sus muchos heterónimos, Pessoa en aquellos versos suyos: “Si no hubiera imperfección habría una cosa menos, / y tiene que haber muchas cosas / para que haya mucho que ver y oír”. Y pensar, y disfrutar. Como hacen ellos dos.
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