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LAS COPAS Y LAS LETRAS
Columna
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Cosas que aprendí en el verano 44 de la vida

No pasa nada por tener complejo de impostor: al fin y al cabo, es algo que las malas personas nunca tienen

Cosas que aprendí en el verano 44 de la vida
Underwood Archives / Getty Image
Ignacio Peyró

Cada verano, justo antes de cumplir los años, me encierro una tarde para echar las cuentas de aquello que aprendí. Son cosas que, quizá, me hubiera gustado saber antes pero que solo el tiempo pone a nuestro alcance. Habitualmente las comparto con un grupo de amigos, con el ruego de que ellos a su vez compartan las suyas. Este año las comparto con ustedes: si quieren, compartan las suyas también. Allá vamos:

—Uno tarda media vida en conocerse a sí mismo y la otra media en reponerse del susto.

—No pasa nada por tener complejo de impostor: al fin y al cabo, es algo que las malas personas nunca tienen.

—Quizá llegamos ya tarde a ser buenos, pero siempre estamos a tiempo de ser justos.

—Uno es siempre el último en saber que es un idiota, y para entonces hay mucha gente que ya nos lo ha perdonado.

—En la vida empieza pronto a ser tarde.

—Hay que orientar la vida hacia el norte de ser un abuelito plácido y no un viejo cascarrabias.

—Leer hace más sabios a algunos; a la mayoría, solo les hace más complicados.

—La fe no es tanto creer como ser fieles a lo que una vez creímos.

—Si es un halagador, es un pelota; si es un pelota, es un trepa; si es un trepa, es un judas.

—Hablar de elegancia no es elegante.

—Debemos negarnos a culpar al pasado -el colegio, la familia, el barrio malo o bueno- de nuestros males presentes, siquiera porque no sabemos si de otro modo no hubiera sido aún peor.

—Una cosa imposible hay en este mundo: que alguien deje de preocuparse tras oír “no te preocupes”.

—Olvidar la ingratitud ajena es uno de los mejores favores que podemos hacernos.

—A poco que te vaya bien te van a odiar, pero consuélate: de no haberte ido bien, tampoco iban a quererte.

—Seamos justos, aunque vayamos a acertar las mismas veces que siendo arbitrarios.

—Cualquier poesía del fracaso es una estafa.

—Es inútil preocuparse por si somos modernos o no: todos terminamos viviendo en un mundo que debe más al de nuestros abuelos que al de nuestros nietos. A todos se nos lleva nuestro tiempo por delante.

—No hay frase que más delate al idiota que “no me arrepiento”.

—Siempre te van a odiar más de lo que te quisieron.

—Dura más lo que apasiona a uno que lo que entretiene a mil. Ahí está, por ejemplo, toda la historia de la literatura.

—Todo lo que no sea criticar a los nuestros es parapetarnos detrás de ellos.

—Cualquier cosa que hagamos molestará a ese gremio irritable que llamamos los demás.

—Es mejor no hacerse la cama algún día que creerse un héroe por hacérsela todos.

—Sabemos que nos queda menos tiempo por la rabia que nos da perderlo.

—Hacer una casa da un sentido a la vida. Porque es tu nido, porque es tu herencia, pero ante todo porque es tu túmulo.

—Aprender a gozar del elogio, del halago, del triunfo: al fin y al cabo, nunca serán lo suficientemente grandes para sobrepasarnos.

—La vida, como la literatura: empezar con épica y terminar en picaresca.

—Un ideal: mirar el mundo como se ve desde la ventanilla de un taxi.

—No recordamos con menor cariño el dolor que el placer: la infelicidad de hoy es el recuerdo emotivo de mañana, y la felicidad de hoy será lo que has perdido.

—Una de las escasas misericordias que tiene el tiempo es convertir nuestras rarezas en nuestras fuerzas: el sensible que llegó a poeta, el calculín que llegó a ingeniero.

—Llega un momento en que sabes que en tu vida ya no va a mejorar nada que no seas tú.

—Una medida del éxito mundano: nunca cenar con quien no te apetece.

—No ensuciemos con coartadas culturales el placer de viajar porque sí. No busquemos la explicación intelectual a una copa de vino. No nos detengamos a examinar los besos a la luz del pensamiento ilustrado. Hay cosas que no están hechas para filosofar sino solo para agradecer.

—Ante la duda, tus padres tenían razón.

—Descubrir un placer sublime: renunciar a la última palabra.

—Hay una edad en la que los deseos empiezan a convertirse en nostalgias, y eso es triste. Pero ahora que lo pienso, hay también una botella de blanco en la nevera, y eso no lo es.

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Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, ahora dirige el centro de Roma. Su último libro es 'Un aire inglés'.
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