Gervasio Deferr, gimnasta bicampeón olímpico: ‘Así viví los Juegos’
El atleta catalán de 43 años es uno de los grandes deportistas españoles de la historia. Luego las sombras se incorporaron a su vida. Lo contó todo, lo bueno y lo malo, en el libro ‘El gran salto’, base de la serie homónima de próximo estreno. Aquí rememora la inolvidable experiencia de vivir unos Juegos desde dentro
Descubrí lo que eran unos Juegos Olímpicos en Barcelona 92. En la ciudad había una energía tan bonita, tan única… Yo solo tenía 11 años y me enamoré de todo ese movimiento, de lo que supuso en la gente. Era todo energía positiva, era magia, era ver cómo de repente toda mi ciudad cambiaba.
Era fácil darse cuenta de la grandeza de lo que allí se estaba organizando, y un día me dije: yo quiero ir a unos Juegos Olímpicos. Y me pregunté: ¿qué hay que hacer?, ¿qué hay que ganar para poder ir? Cuando mi entrenador me lo explicó, yo entendí que el summum de cualquier deportista era eso, eran los Juegos. Era donde estaban los mejores. Y yo con solo 11 años quería estar allí, ser uno de ellos. Me dije: un día ganaré, un día seré campeón olímpico. Lo dije sintiendo la magia que estaba transformando mi ciudad.
Tuve la suerte de que aquel año yo entrenaba en La Foixarda, un gimnasio de la federación catalana en la zona de la plaza de España, en Barcelona. Estaba justo al lado del estadio Serrahima. Allí estábamos todos, era un lugar rocambolesco, un auténtico laboratorio deportivo y de talento. Veías a decenas de deportistas, todo lleno de aros olímpicos, de voluntarios…, aquello era una auténtica pasada. Y me enamoré del movimiento olímpico. Y terminé diciéndole un día a mi padre que quería tener la oportunidad de dejar de estudiar e intentar ir a unos Juegos. Sabía que, por edad, podía llegar a Sídney. Él me dijo que adelante, que sin problema. Así que en ese momento dejé de estudiar y me centré en el deporte. En llegar a lo que quería.
Y un buen día, ese momento llegó. El seleccionador tenía que decidir quién estaba en el equipo oficial, en el equipo olímpico español. En ese momento yo era subcampeón del mundo, había ganado varias Copas del Mundo. Entonces, dijeron mi nombre. Ahí me explotó el pecho. Para mí, ir era algo absolutamente mágico, era algo con lo que llevaba soñando años.
Y no, no era una casualidad. Era el fruto de mucho trabajo. Y para mí era una gran responsabilidad, no podía fallar a mi familia, habíamos hecho una apuesta fuerte, lo había dejado todo para ser el mejor. Y lo conseguí.
Cuando ocurrió, sentí que se había hecho justicia. Sí, lo sentí. Llevaban toda la vida diciéndome que era el rebelde, el molesto, el que nunca se calla, el que no quería entrenar, el que se peleaba con los entrenadores…, y sin embargo, cuando hubo que pronunciar mi nombre para el equipo, nadie lo dudó. No era tan malo, ¿verdad? Y ahí me dije: voy a demostrarlo, voy a demostrar que merezco estar ahí.
“Todo se magnificó en la Villa Olímpica”
A medida que se acercaba el momento de acudir a esos Juegos me fui aislando, me fui centrando únicamente en aquello. Entrenar, trabajar, concentrarse. Veía a mi familia tan solo algunos fines de semana, porque otros tenía que competir, o permanecer concentrado en Madrid. A mi novia, durante muchas semanas, solo la podía ver alguna tarde que tenía libre, unas pocas horas. Pero aquel era un sacrificio que estábamos haciendo todos, todos estábamos unidos en ese mismo esfuerzo.
No fue fácil. Pasé mucho tiempo así…, pero llegó el momento.
Todo se magnificó en la Villa Olímpica, la energía que había allí era impresionante. Yo no caminaba…, yo iba flotando. Era brutal todo lo que rodeaba a ese lugar; la ilusión, la pasión por ser los mejores. Ibas paseando y te encontrabas banderas de todos los países, deportistas de todo el mundo en las calles, no dejabas de reconocer a compañeros, a otros atletas que habías visto en España, pero que aquí se convertían en amigos, en personas muy cercanas. Me pasó en mis primeros Juegos Olímpicos [donde ganó el oro en potro] y también en Atenas [repitió oro en la misma disciplina], donde aún fue todo más bestia, porque yo estaba revalidando mi título y la gente lo sabía. Vivir todo aquello en directo era una pasada.
Y allí ibas… poco a poco. Primero, debutabas, y decías: he competido en mis primeros Juegos Olímpicos y lo he hecho bien, a ver si consigo estar en la final. Y una vez que te plantabas en ella empezaba otro proceso; el de querer ganarles a todos, porque no había más oportunidades. Era esa o ninguna, era entonces o nunca. Y gané. La sensación fue mágica, única, sigo sin tener palabras para describirlo.
Me sentí muy arropado, aunque no tenía a mi familia cerca. No habían podido ir por cuestiones económicas, pero yo estaba acostumbrado a no poderles tener, aunque ellos, espiritualmente y de corazón, estaban allí, conmigo. Una llamada de unos minutos con mi madre me valía, me daba esa fuerza. Bueno, me daba fuerza eso y tener cerca a la familia de mi compañero Víctor Cano. Siempre viajaban con él y para mí fueron como mis tíos, me arroparon mucho, al igual que todo el público. Me sentí muy querido por todo el mundo. Sentí su cercanía en todo momento, su fuerza. Les sentía conmigo.
Aquello fue un sueño, un sueño que continuó cuando llegamos de vuelta a España. Yo no esperaba aterrizar y tener a 500 personas esperando, queriéndose hacer fotos contigo, preguntando… Fue abrumador, fue bonito.
¿Y ahora? Pues me encantaría que se celebrasen unos Juegos Olímpicos en España. Yo viví ese Barcelona de 1992 y fueron una pasada, fueron lo que me llevaron hasta aquí. Y quiero tenerlos de nuevo, implicarme al máximo y vivirlo desde el otro lado, ver cómo se organizan, sentirlos míos. Quiero tenerlos aquí.
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