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Pamplinas
Columna
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La palabra ‘nepobaby’

Los ‘nepobabies’ son esos hijos de papá o mamá famosos que aprovechan su ‘hijitud’ para copiarles las carreras

Angelina Jolie junto a sus hijos en la presentación de 'The Eternals' en 2021.
Angelina Jolie junto a sus hijos en la presentación de 'The Eternals' en 2021.Karwai Tang (WireImage / Getty I
Martín Caparrós

Hay una palabra que avanza rauda, a cara y pecho descubiertos, a paso redoblado hacia la fama del lugar común. El New York Magazine la declaró, hace un año, su palabra del año. La palabra se puso de moda porque dice algo que no sabíamos decir, o no sabíamos que sabíamos decir. Hace un año yo no la conocía; en estos meses la he escuchado y leído varias veces. La palabra nepobaby parece responder a una realidad reciente y habla, en realidad, de una de las más viejas.

Porque ahora llaman nepobabies a todos esos hijos de papá —o de mamá— famosos que aprovechan su hijitud para hacer carreras allí donde mamá —o papá — hicieron la suya. La palabra empezó a usarse hace muy poco en Hollywood, faltaba más; la idea es inmemorial.

Seguramente hubo, tan antaño, tiempos en que ser hijo de tal o cual no definía las vidas: cada quien vivía la suya como mejor podía. Pero después los hombres y mujeres salieron de las cavernas y se inventaron grupos con jefas o jefes. Es probable que, al principio, los eligieran por su astucia, su fuerza, sus habilidades, o sea: para que les sirvieran. Después los jefes se volvieron hombres y ambiciosos, necios, y usaron su poder para pasárselo a alguien cercano: un hijo, un hermano, un entenado. Entonces los demás imitaron su ejemplo: quien tuviera una vaca o una faca también quiso dejársela a sus descendientes. Así, casi sin darse cuenta, inventaron la herencia.

La herencia es una de las bases del sistema: la idea de que cuando alguien consigue algo puede y debe legárselo a su prole. La herencia es el esqueleto de la propiedad y es, cada vez, origen de codicias y disputas. (Por eso, entre otras cosas, la Iglesia de Roma, siempre precavida, prohibió que sus agentes engendraran.) La herencia es uno de esos conceptos tan establecidos que parecen lógicos o, incluso, naturales. Y no tiene nada que ver con la naturaleza pero no se discute; se puede discutir, si acaso, qué porcentaje de esos bienes le entregará al Estado quien los recibe como pago por el mérito irrefutable de ser hijo.

Está claro: los nepobabies son esos hijos de estrellas de diversas pantallas que consiguen, por ser hijo de, el lugar que sus padres, que no lo eran, tuvieron que ganarse por sus méritos. La diferencia es que heredan algo más etéreo que otros herederos: un lugar en el set, en el micrófono, en el poder, en la atención del público. La herencia material está aceptada; la inmaterial, la de los nepobabies, se discute, y la palabra suena desdeñosa, casi insulto. Nos parece normal que se leguen bienes pero no carreras: como que los bienes se poseen y pueden depositarse en bancos, y en cambio los talentos y apariencias se despilfarran, no pueden transmitirse. Pero vivimos en un mundo donde la riqueza se concentra más y más, se acumula en manos de unos pocos, y el nepobaby es la versión show business de este globo inflado donde los hijos de los ricos son muy ricos: ahora los hijos de los famosos son famosos.

Y la palabra nepobaby es obviamente un anglicismo, aunque llegue del latín vía nepotismo —que viene de nepos, sobrino, y de los años mil y poco, cuando no había papa que no tuviera un “sobrino” para ordenarlo obispo o regalarle un monasterio.

Un anglicismo bien armado, con la gracia de juntar latín cultito e inglés de andar por casa, que ya se está imponiendo. Salvo quizás en algunos países, donde hay un nepo por excelencia, su Excelencia. No hay nepobaby más nepobaby que un principito o principita que, hija de su papá, sigue su ruta y se convierte en reina. Es curioso: muchos ciudadanos que ensalzan esta vía la denigran cuando el baby no es hijo del rey de un reino sino de un rey de la pantalla. Quizá les desagrada que el uso y abuso de la sangre, aristocráticos por definición, se nos democratice.

La idea, otra vez, parece nueva pero es una antigualla. Vivimos en un país que se rige por el nepo, que siempre —salvo un breve lapso— se rigió por él: donde el sistema es nepo. Muy lejos de nosotros, por supuesto, cualquier conato de criticarlo o reprocharlo: el señor Dios, en su infinito saber, sabrá por qué lo hizo e, incluso, por qué no lo deshace. El señor Dios, sabemos, lo sabe casi todo y, por si acaso, nunca nos lo cuenta.

¡Y viva el nepobaby!

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