Joyas en movimiento: el regreso de los autómatas mecánicos
Visitamos los talleres suizos donde la firma Van Cleef & Arpels y el maestro artesano François Junod idean algunos de los objetos más complejos y extravagantes del mundo
Para llegar al taller de François Junod hay que subir a la parte más alta de Sainte-Croix, una localidad de 5.000 habitantes encaramada en el valle del Jura, en Suiza. El constructor de autómatas más famoso del mundo nació aquí en 1969 y lleva 25 años en este edificio que ha ido expandiéndose con anexos, ampliaciones y empleados. Una de las estancias parece el taller de un juguetero: hay cabezas antropomorfas, lápices, papeles, virutas de madera y engranajes de latón desperdigados por las mesas. En otra sala, el trabajo mecánico se desarrolla entre máquinas de impresión 3D y herramientas de relojero. El estudio personal del fundador, un altillo con vistas a los Alpes, custodia objetos prodigiosos que accede a mostrarnos.
En su versión más esencial, sus ingenios caben en la palma de una mano. Son mecanismos de cuerda con discos de latón, alambres y trozos de madera o cartón que, al girar la llave, evocan un movimiento aparentemente sencillo: el aleteo de unas alas, unos ojos que se abren y cierran, una boca que parece hablar. En su versión más sofisticada, las creaciones de Junod son tan extraordinarias que resulta casi imposible verlas en directo. Desde 2022, la casa de joyería y relojería Van Cleef & Arpels instala algunas de las que desarrolla junto a él en el salón anual Watches and Wonders, en Ginebra. Allí el público puede contemplar estos objetos que un encargado activa cada 15 minutos. Por ejemplo, una fuente con nenúfares donde se encuentran dos pájaros enamorados, un ciclamen del que emerge un colibrí o una mariposa. Todo se mueve, desde la superficie del agua hasta los ojos de los animales.
Los autómatas que Junod crea para Van Cleef & Arpels llevan a gran escala las prohibitivas técnicas de joyería y esmaltado de la casa. De hecho, estas piezas son las únicas de toda la feria cuyo precio no llega a hacerse público. Son objetos de coleccionismo de los que apenas se producen un par de modelos al año. Desde la firma confirman que varias de ellas se han vendido, pero no dan más detalles. En su taller, frente a una maqueta en cartón del ciclamen presentado en 2023, el artesano cuenta que el punto de partida siempre es el exterior: el diseño de la pieza final y la historia que cuenta. “Las proporciones son importantes. Si hay un pájaro, debe tener el tamaño y el peso adecuados. Hacemos muchas pruebas y prototipos. Después creamos las maquetas definitivas y, por último, el mecanismo que va en el interior, y se adapta a la estética, nunca al revés”.
Junod no solo es un maestro de la complejidad. También posee sentido del humor y una fina sensibilidad surrealista. Cuando comenzó, en los años ochenta, la mayoría de los constructores de autómatas se limitaban a replicar conceptos del XIX francés: arlequines, escribientes, músicos. El suizo llevó el oficio a otro nivel. Una de sus obras maestras es un homenaje a Alexander Pushkin de 80 centímetros de altura. Recuerda a los autómatas más famosos del mundo, que creó Jaquet Droz a finales del siglo XVIII y que hoy se conservan —una clavecinista, un escritor y un dibujante, aún en funcionamiento— en el Museo de Neuchâtel. El Pushkin de Junod, presentado en 2010 y adquirido por un misterioso coleccionista, es un escritor capaz de redactar a mano poemas dadaístas con tinta y papel gracias a un sistema de cientos de discos que se combinan aleatoriamente para generar casi 1.500 combinaciones distintas. Es una proeza elaborada con materiales humildes, como madera, cartón, tejido, alambre y latón.
Pero sus creaciones para Van Cleef & Arpels, con quien empezó a colaborar hace 15 años, son harina de otro costal. No es lo mismo mover un pájaro de papel que uno de joyas. “El oro pesa mucho”, confiesa Junod. “Por eso intentamos que, en los pájaros, las plumas sean muy ligeras y delgadas”. Es ahí donde entran en juego los talleres de joyería y ornamentación de Van Cleef & Arpels, expertos en delicadísimas operaciones con materiales preciosos. En ellos no hay espacio para la improvisación. Ni siquiera se puede acudir a los socorridos faldones para ocultar los mecanismos. “Estos objetos están en un punto intermedio entre la alta relojería y la alta joyería, así que los gemólogos de la maison eligen raras piedras ornamentales para la base”, explica Nicolas Bos, presidente y consejero delegado de la casa. “La experiencia en movimientos mecánicos de François Junod se combina con el trabajo de lapidarios, grabadores, joyeros, talladores de piedras, esmaltadores, lacadores, relojeros y ebanistas”, enumera.
Todos esos oficios se concentran en los talleres de relojería en Meyrin, junto a Ginebra. Allí trabaja una legión de artesanos. La especialidad de la casa son las denominadas Complicaciones Poéticas, relojes con esferas intrincadamente decoradas en las que la hora se indica a través de pequeñas animaciones mecánicas: unos enamorados que se encuentran con un beso sobre un puente, una bailarina que ejecuta un paso de danza, flores que se abren y cierran o una diminuta mariposa que aletea de forma aleatoria, como si estuviera viva. Son teatros en miniatura. “Nuestros objetos siempre encierran una historia”, cuenta Rainer Bernard, director de investigación y desarrollo de relojería de la casa que ha invitado a El País Semanal a conocer su trabajo artesano.
Uno de sus proyectos más ambiciosos es un planetario que se inspira en las mesas astronómicas del siglo XVIII. Su corazón mecánico anima las órbitas de los planetas en torno al sol, que siguen la misma evolución en tiempo real de los astros que representan, y que son en sí preciosos objetos de joyería. Si el usuario quiere conocer la hora, debe activar un mecanismo y una estrella fugaz se detiene en el punto exacto del dial correspondiente a la hora. “Son un modo perfecto de crear historias con las tecnologías que amamos, toda la artesanía asociada a la relojería y a la joyería, el esmaltado y la creación de autómatas”, explica Bernard. No parece casualidad que su regreso se produzca precisamente ahora que se supone que la inteligencia artificial y las tecnologías virtuales han desterrado la mecánica para siempre. Sus mecanismos de cuerda, ajenos a la electricidad, despliegan su propia mística. “Hay algo mágico en el movimiento”, reflexiona Junod. “Es una programación, pero el público lo vive como un espectáculo. Se abre la flor, sale la mariposa, aletea, regresa, la flor se cierra, el carillón sigue sonando y luego termina. Y la gente pide verlo otra vez, y otra, y otra”.
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