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Lo que la diseñadora Ingrid Picanyol aprendió del punk

La responsable de la imagen gráfica de marcas como Oysho y Minuet y del estudio de Patricia Urquiola defiende una creatividad de alto riesgo y “body neutral”, es decir, “sin prejuicios, sin condiciones, abierta a la auténtica diversidad”

Ingrid Picanyol.
Ingrid Picanyol.Vicens Giménez
Miquel Echarri

Ingrid Picanyol fue punk en la adolescencia y, en cierto sentido, aún lo sigue siendo. A los 16 años dejó su hogar de Torelló, en la comarca barcelonesa de Osona, para formar una banda de jóvenes descarriadas que hacían versiones de La Polla Records y en la que ella “gritaba, insultaba y tocaba el bajo”. También, detalle crucial, se hizo cargo de pergeñar los flyers de los conciertos del grupo con sus por entonces “muy rudimentarios” conocimientos de herramientas como Photoshop e Illustrator.

Ese fue su primer contacto con el diseño gráfico, el oficio que ejerce como profesional independiente desde hace 10 años y con el que, según nos cuenta, mantiene “una muy intensa relación de amor-odio”.

Hoy conserva del punk el ímpetu, la alegría, el gusto por la aparente simplicidad y la resistencia a ser etiquetada. En especial le causa perplejidad que, en esta era de identidades líquidas, haya quien se empeñe en asignar a su trabajo etiquetas tan cerradas y reduccionistas como diseño “con amor”, “con perspectiva de género” o “sostenible”. Picanyol (35 años) no tiene nada en contra del afecto, el feminismo o la ecología, pero percibe en sus diseños otra serie de ingredientes que espera que no pasen inadvertidos: “Creo que hay ahí un sentido del humor bastante peculiar, muy mío, una determinada manera de mirar y entender el mundo, y también una dosis de pensamiento lateral, de capricho y de delirio”.

Responsable de la imagen gráfica del Festival de Cine de Montaña de Torelló, establecimientos como Dalston Coffee, Otra Cosa o La Oficina del Parque, estudios como el de la arquitecta Patricia Urquiola y marcas como Goa Organics, Oysho, Hidden Track Records, Minuet, Miansai o los vinos ecológicos de Jaume Jordà, Picanyol incurre una y otra vez en un diseño desprejuiciado y de alto riesgo, pero considera que los verdaderos audaces son sus clientes: “Yo me limito a pensar sin inhibiciones y proponer soluciones creativas a necesidades concretas. Son ellos los que me compran la idea, por poco convencional que resulte, apuestan por ella y la defienden en entornos con frecuencia muy competitivos”.

Criada en una ciudad de 15.000 habitantes a algo más de una hora de carretera de Barcelona, “muy lejos y, a la vez, muy cerca de casi todo”, Ingrid debe su nombre de pila a un abuelo “con alma de artista” que falleció muy poco después de que ella naciese: “Me bautizó en honor a su actriz preferida, Ingrid Bergman, y ya vaticinó que yo iba a ser una niña rubia, de ojos azules y que me acabaría dedicando a alguna actividad creativa. De alguna manera, mi abuelo proyectó en mi vida sus propias inquietudes”.

Su hermano mayor, grafitero, le inculcó una sana insolencia y el interés por el arte urbano. Quiso ser fotógrafa, psicóloga o profesora de filosofía, pero acabó encontrando en el diseño gráfico una opción profesional “realista” (aclara que la suya era una familia “muy humilde”) y compatible con sus inquietudes estéticas. Con apenas 21 años, antes de concluir su etapa formativa en la Escola d’Art de Vic, entró en un estudio, Suki Design, en el que se asomó al diseño “desde la cocina”, empapándose de la inevitable tensión entre “creatividad, pragmatismo y rutina” que está en la esencia del oficio. Poco después descubrió el trabajo “estimulante y rupturista” de un estudio de Banyoles, En Serio, y sufrió su primera crisis de identidad profesional, “porque era aquello lo que yo quería hacer, pero aún no sabía cómo”.

Guiada por aquel impulso, creó su propio estudio en Barcelona en 2014 y ha seguido concibiendo desde entonces su carrera como una sucesión de saltos sin red: “Entre mis experiencias formativas más intensas destacaría los dos periodos en que me fui ‘de colonias’ profesionales a Nueva York y a Ciudad de México”. En la Gran Manzana, trabajando para RoAndCo y Javas Lehn Studio, pasó seis meses “inolvidables, estimulantes a todos los niveles”, aunque un tanto lastrados por la necesidad de sobrevivir en una de las urbes más caras del planeta con un exiguo sueldo de 15 dólares diarios.

Varias etiquetas de botellas de vino diseñadas por Ingrid Picanyol.
Varias etiquetas de botellas de vino diseñadas por Ingrid Picanyol.Vicens Giménez

Mirando atrás, Picanyol concluye que su vida no ha perdido nunca la inercia frenética del punk. Arrancó a toda mecha y ha ido quemando etapas a velocidad de vértigo: “Nunca he tenido tiempo de pararme a soñar, mirar o envidiar”. Los raros momentos de introspección reflexiva le han llegado últimamente, en su faceta de profesora de Arte y Diseño en la escuela barcelonesa La Massana: “La docencia me ha servido, sobre todo, para reafirmarme en mi intuición de que el diseño gráfico es algo más que la respuesta técnica a una serie de condicionantes prácticos, que lo que de verdad marca la diferencia es la parte de ti, de tu identidad y tu visión de las cosas, que sepas dejar en cada proyecto”.

Este esfuerzo por “imprimir tu propia huella” le parece irrenunciable, pero también le resulta agotador. De ahí que se plantee tirar la toalla un mínimo de dos o tres veces por año. “Hasta que aparece en el horizonte otro proyecto que me entusiasma y me devuelve la pasión por el trabajo”.

En la última edición del sevillano OFFF Festival, Picanyol fue una de las invitadas a la mesa redonda Ladies, Wine & Design, a la que acudió a hablar de perspectiva de género y del movimiento body positive aplicado al diseño gráfico. Por esto último apostó en su día la diseñadora, pero hoy considera que “se trata de una perspectiva que ya se ha quedado obsoleta, porque seguía poniendo el foco en el cuerpo de las mujeres, cuando la verdadera superación de estereotipos sería más bien una actitud body neutral”, es decir, “sin prejuicios, sin condiciones, abierta a la auténtica diversidad”, que es la que hace que la vida resulte “interesante”. Esa es otra de las lecciones que Ingrid Picanyol aprendió del punk.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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