Terror invisible: así es la nueva ola de ultraderecha que defiende pasar a la acción

Las fuerzas de seguridad alertan de un fenómeno global soterrado que trasciende a los esquemas clásicos. En base a ideas compartidas en internet, se mueven en torno al supremacismo blanco, la salvaguarda de la cultura cristiana occidental, la sumisión de la mujer y las teorías de la conspiración

Un despliegue policial sobresaltó a los 200 vecinos de Pobla de Cérvoles el 11 de septiembre de 2020. En un operativo conjunto, Mossos d’Esquadra y Guardia Civil tomaron el pequeño municipio, ubicado en el límite entre Lleida y Tarragona, para detener a un joven llegado al pueblo meses atrás. En paralelo, otro grupo policial detenía en Alicante a su compinche. Ambos habían comprado dos casas en Pobla en las que pasaron el confinamiento de la pandemia sin llamar la atención. Vivían de manera autosuficiente, cultivaban marihuana y apenas salían para comprar comida. Imposible suponer que los dos arrestados planeaban un atentado de signo ultraderechista: en las casas guardaban armas de fuego, una biblioteca de propaganda extremista y 15.000 dólares en metálico.

La investigación había partido un año antes, cuando los agentes hallaron en un foro de internet un manifiesto titulado Iron Pills, un proyecto de vida heroico. En él se exponían algunas de las claves de la nueva ultraderecha: “¿Somos nazis? No, no somos nacionalsocialistas. Somos racistas, pero no tenemos ideología política porque hemos descartado la vía política”, rezaba el texto redactado por los dos jóvenes detenidos tras meses de seguimiento.

Fue el final de una aventura que tenía como fin “pasar a la acción” y a la que invitaban a sumarse a varones blancos “dispuestos a comprometerse” para “unas hipotéticas guerras raciales”. Según los Mossos, ya debatían objetivos: “Nosotros no encajamos en este sistema que nos niega la existencia y la identidad. Buscamos su destrucción para la creación de algo nuevo”, dice, a modo de síntesis, el final de la declaración de intenciones de este germen de milicia. Se trata del caso pionero de terrorismo de la nueva ultraderecha en España.

“En gran parte de Europa es, desde hace tiempo, el peligro terrorista número uno, por encima del yihadismo. En España el nivel de amenaza no es tan elevado, pero porque trabajamos para prevenirlo”. Quien habla es un miembro de la Comisaría General de Información (CGI) de la Policía Nacional dedicado a investigar y vigilar movimientos extremistas. “¿Preocupados? Sí, mucho. Hay un problema, aunque la mayoría de la sociedad no sea consciente de ello”, explica. “Nos pagan por preocuparnos y ver más allá. Por eso nos ponemos en lo peor. No somos reactivos, somos una unidad de Inteligencia. Trabajamos para que eso no suceda”.

Un responsable de la Comisaría General de Información de los Mossos d’Esquadra coincide en lo invisible de esta amenaza. Al no trascender a los medios, no se tiene la sensación de peligro: “Antes del 11-M nadie pensaba que pudiera pasar algo así. Al día siguiente, todo el mundo parecía que ya sabía lo que iba a suceder”.

De arriba abajo: Anders Behring Breivik hace el saludo nazi a su llegada al juicio en Noruega; el estadounidense Elliot Rodger, y, a su derecha, Stephan Balliet, acusado de matar a dos personas en la sinagoga de Halle (Alemania).
De arriba abajo: Anders Behring Breivik hace el saludo nazi a su llegada al juicio en Noruega; el estadounidense Elliot Rodger, y, a su derecha, Stephan Balliet, acusado de matar a dos personas en la sinagoga de Halle (Alemania).Ole Berg-Rusten (AFP / Getty Ima

Esta alarma ha alcanzado cotas mucho más elevadas en países como Alemania, Francia, Reino Unido o los países nórdicos. Solo un ejemplo: en Berlín, el ministro del Interior anunció en mayo de 2021 que la ultraderecha era ya la principal amenaza para la seguridad del país, por delante del terrorismo yihadista. La declaración llegó tras una lista de atentados que se han cobrado 23 muertos en las dos últimas décadas. En diciembre de 2022, 3.000 policías alemanes participaron en una operación que desarticuló un grupo extremista que planeaba dar un golpe de Estado por “medios militares” para derrocar al Gobierno federal.

Pero ¿qué es exactamente lo que inquieta a la Policía? ¿Qué diferencia hay con la violencia de extrema derecha ya vista en décadas anteriores? Cuando se habla de ultraderecha, el imaginario colectivo suele viajar rápidamente a cabezas rapadas, neonazis o nostálgicos de regímenes totalitarios. No lo perciben así, al menos como potenciales terroristas, los cuerpos de seguridad, conscientes de la evolución de un fenómeno en aumento, un fantasma más oscuro y menos conocido que habita en internet, que trasciende causas e ideologías y que, en ocasiones, cobra forma humana y ataca. Por eso para los investigadores es muy importante hacer distinciones en las etiquetas.

Consideramos extrema derecha aquella que puede llegar a estar en el ámbito parlamentario. Son ideas extremas que no obstante se encuadran dentro de la legalidad. Más allá de eso se encuentra la ultraderecha, un concepto que no excluye la violencia y que busca subvertir el sistema”. La explicación la da un responsable de los Mossos d’Esquadra. “A su vez, dentro de la ultraderecha distinguimos dos ramas. La primera: neofascistas, nacionalsocialistas sobre todo. Operan en bandas y grupos urbanos. Hacen activismo, pintadas, panfletos, manifestaciones y, ocasionalmente, practican la violencia. La segunda la componen extremistas de distinta índole, más difusa. Es un fenómeno reciente y ante posibles atentados terroristas es el que más nos inquieta”. La Policía Nacional coincide y sintetiza: “Hay una ultraderecha que busca lucrarse, ganar dinero. Y hay otra que no. Nos preocupan ambas, pero sobre todo la segunda”.

Esta segunda, la nueva ultraderecha, no tiene un esquema jerárquico ni grupal. Son, en realidad, una amalgama de corrientes de pensamiento, ideas y teorías que conviven y se comparten, en su casi totalidad, de forma virtual. Es un amplio paraguas que se estructura en algunas ideas esenciales: supremacismo y nacionalismo blanco, misoginia y homofobia extremas, antisemitismo y rechazo frontal a la inmigración, especialmente a la relacionada con el islam.

Aceleracionistas, Incel y teorías de la conspiración

El supremacismo blanco tiene su versión más extrema en una corriente llamada aceleracionismo, que defiende la necesidad urgente de pasar a la acción mediante la violencia. Acelerar desde el pensamiento hasta los hechos. Es decir, propone y explica cómo atacar un sistema que, según su lógica, ha fracasado y es necesario subvertir. “Es lo más preocupante ahora mismo en Europa”, afirma el investigador de los Mossos d’Esquadra. Es una evolución del nazismo, una postura nihilista que no cree en el principio de autoridad y que considera que en Occidente todo está podrido: hay que arrasar todo e instaurar un nuevo orden. Buscan una guerra racial que desemboque en la creación de un etnoestado blanco y de tradición cristiana.

En España y gran parte de Europa el supremacismo blanco tiene una estética vinculada a lo templario y también a la mitología escandinava. Trascienden la típica imagen de esvástica o fascista tradicional. Tanto es así que hay corrientes denominadas White Yihad o Sharia Blanca que aplaudieron la toma de Kabul por los talibanes, ya que coinciden en sus preceptos ultraconservadores. Paradójicamente, suelen anhelar una Europa vinculada de manera profunda al cristianismo como tradición, no como religión, y rechazan de manera frontal cualquier tipo de inmigración, especialmente la musulmana.

La misoginia es el otro gran pilar que sostiene las nuevas corrientes de ultraderecha. Tiene su expresión más extrema en el movimiento Incel (célibes involuntarios, según sus siglas en inglés). Se trata de un ideario desarrollado en Estados Unidos que expresa un odio visceral a las mujeres. Culpan al feminismo del fracaso afectivo y sexual de algunos hombres y se han organizado en espacios virtuales (conocidos como la manosfera) dedicados a compartir su frustración y reivindicar los derechos de los varones. Los incel creen que existe una pirámide sociosexual dominada por las mujeres y los machos alfa a la que se subordina el resto de los hombres. También rechazan al colectivo LGTBI y reinterpretan la película Matrix (1999). Según ellos, la simulación de la realidad que en ese filme otorga una píldora azul mantiene al hombre subyugado por la mujer. Ellos proponen “tomar” la red pill, la píldora roja de la película, que permitía alcanzar el mundo real. O sea, invitan a sus fieles a abandonar la matrix en la que supuestamente viven y son manejados los hombres. Desde hace un tiempo también ha cobrado intensidad una teoría más extrema llamada black pill o píldora negra, según la cual la apariencia física marca la vida de una persona por encima de cualquier otra circunstancia. Es decir, si nos has nacido agraciado físicamente, no tienes nada a lo que aspirar.

Los MGTOW (hombres que siguen su propio camino, según sus siglas en inglés, u hombres a su bola, en la traducción libre al español) son una corriente dentro del odio misógino, con la diferencia de que estos son hombres célibes de forma voluntaria, como expresión final del separatismo de la mujer. Todos estos movimientos han ido creciendo a medida que lo ha hecho el feminismo.

La manifestación violenta de esta tendencia tuvo su apogeo en 2014, en la localidad californiana de Isla Vista, cuando el estudiante Elliot Rodger mató a 6 personas e hirió a otras 13, después de acudir a una fiesta dispuesto a perder su virginidad; resulta que no solo no la perdió, sino que acabó recibiendo una paliza por molestar a las chicas. Al día siguiente, perpetró la masacre y después apareció muerto tras haber publicado un manifiesto en el que culpaba a las mujeres por rechazarlo. Hoy es idolatrado en la manosfera. Más tarde se produjeron otros atentados en Europa, como el de Hanau (Alemania) en 2020, cuando Tobias R. asesinó a 10 personas, incluida su madre, y luego se quitó la vida. También dejó otro texto de 25 páginas para la posteridad. Al año siguiente, en Plymouth (Inglaterra), Jake Davison, vinculado a los incel, disparó hasta la muerte a cinco personas, incluida una niña de tres años, y también a su propia madre. En su canal de YouTube desarrollaba la teoría de la black pill.

Janine Wissler, del partido Die Linke (La Izquierda), durante la conmemoración de las nueve víctimas el tiroteo masivo de Hanau, Alemania.
Janine Wissler, del partido Die Linke (La Izquierda), durante la conmemoración de las nueve víctimas el tiroteo masivo de Hanau, Alemania. Thomas Lohnes

Las teorías de la conspiración son el tercer gran factor que alimenta la nueva ultraderecha. La pandemia de la covid desató hipótesis de todo tipo, pero ya antes existían idearios como QAnon, proveniente de Estados Unidos y que sostiene que las élites del mundo están constituidas en una suerte de club satánico y pedófilo (como difundió la conspiración del Pizzagate, que trataba de conectar a políticos del Partido Demócrata con una supuesta trama de abuso infantil). Teorías como la del Gran Reemplazo, según la cual existe un plan preconcebido para sustituir a la población blanca de Europa por musulmanes y otros inmigrantes no blancos, han alcanzado algunos discursos de candidatos a gobiernos europeos.

La Orden de los Nueve Ángulos, una secta pagana aria, o el ecofascismo, una reivindicación totalitaria del medio ambiente, son otras de las ideas que completan este crisol de la ultraderecha contemporánea. En la base, en el fondo, casi siempre aparecen los judíos, señalados como los culpables de todos los males. Por ejemplo, la corriente Incel sostiene que el feminismo es un invento judío. El antisemitismo es, tal vez, la idea más común de entre todo este abanico de pensamientos fanáticos.

“Lo diferencial de estas ideas es que no están cristalizadas en su expresión bélica en una o dos grandes organizaciones, como ocurre con el yihadismo, que encuentra un espacio en el ISIS o Al Qaeda”, explica un responsable de la CGI de los Mossos d’Esquadra. “Son pensamientos que viven en internet y no paran de ser compartidos y mutar”.

A todo ello le acompaña el hecho de que “la radicalización es hiperindividual, o sea, que no se identifican con un grupo”. Lo cuenta Anna López, doctora en Ciencias Políticas y experta en el ascenso de las ultraderechas en Europa. “Un individuo va de un grupo a otro sin problema”.

Es lo que un policía define como “capacidad líquida”: los procesos de radicalización son invisibles en tanto virtuales, y tiene vocación global, por lo que los extremistas acomodan a su propio contexto un mismo ideario. La consecuencia es que pueden ser captadas personas que, en realidad, no padecen estos supuestos problemas. Ocurrió en Nueva Zelanda en 2019. El australiano Brenton Tarrant mató a 51 personas en dos mezquitas, a pesar de que en ese país no hay problemas de convivencia ni tampoco una presencia masiva de musulmanes. Tarrant hizo suyas ideas supremacistas que absorbió en internet y actuó en su comunidad de acuerdo con lo que había percibido en lugares como Francia o Bélgica. De hecho, la investigación demostró que había hecho un trabajo de campo para hacer el mayor daño posible en el lugar de su entorno donde existiera menos presión policial. En su proceso, Tarrant viajó por diversos lugares de origen templario en España, y en el arma que utilizó se pudo leer, entre otros, el nombre de don Pelayo.

“Hasta hace poco, el fascismo se circunscribía a cada Estado o nación. Sin embargo, el aceleracionismo promueve una identidad que trasciende fronteras y que aúna a una población blanca supremacista”, cuenta un responsable de la Policía Nacional. “Es un terrorismo colmena”.

La sopa de odio

Estos enredos de corrientes de pensamiento radical, que se esconden en internet y que son compartidos desde todos los rincones del mundo, suponen un desafío mayúsculo para los servicios de inteligencia e información. La mayoría de esa enorme sopa de odio se queda en lo virtual, pero existen individuos que completan su proceso de radicalización y pasan a la acción terrorista.

Anna López intenta trazar un perfil de estos individuos a partir de su experiencia: “En un 85% de las ocasiones es un hombre, joven y normalmente con problemas para socializar”. El retrato robot mantiene llamativos paralelismos con el de los lobos solitarios del terrorismo yihadista. “Los individuos más radicalizados que nos encontramos”, retoma el responsable de los Mossos d’Esquadra, “tienen tendencia a la adicción. Pasan muchas horas en casa, frente al ordenador, consumiendo propaganda. En ella encuentran alivio y una explicación a su enfado y frustración. Suelen sentirse agraviados por su incapacidad a la hora de adaptarse al sistema y de socializar, porque normalmente han sido buenos estudiantes y han hecho todo lo que se supone que tenían que hacer para tener éxito”.

A partir de ahí hacen suyo un relato que les resulta balsámico. Se acomodan en el victimismo. “Las mujeres no les hacen caso por culpa del feminismo, ese invento de los judíos; no logran buenos empleos por culpa del capitalismo, no socializan por culpa de los inmigrantes, etcétera. Encuentran un sentido a su agravio construyendo enemigos palpables”, razona el investigador. Y añade: “Este perfil de potencial terrorista no ha pertenecido a grupos ultras o bandas nazis, no comparte siquiera su estética. No tiene recorrido delincuencial ni experiencia en la calle. No ha socializado. Está suscrito a propaganda supremacista, pero la consume desde la privacidad que otorga su casa e internet”.

“El problema es que estas ideas van a más”, retoma Anna López. “Lo que está sucediendo es idóneo para crear terroristas. Europa está ante un gran desafío que no va a parar de crecer. En España, las fuerzas de seguridad están trabajando muy bien, con más de 3.000 sitios web vigilados. Pero falta mucha información. Los ciudadanos no son conscientes de la dimensión del problema. Apenas hay informes institucionales que analicen este asunto. Sí tenemos informes de transparencia de Facebook y en ellos vemos que los discursos de odio crecen de forma imparable. Solo Facebook borra un millón de mensajes de odio al día en el ámbito global”.

Un detenido el pasado año en Monforte de Lemos (Lugo) por su presunta participación en la organización neonazi 'Combate 18'.
Un detenido el pasado año en Monforte de Lemos (Lugo) por su presunta participación en la organización neonazi 'Combate 18'.Europa Press News (Europa Press via Getty Images)

Aquellos que completan el proceso de radicalización y deciden pasar a la acción suelen mostrar unos patrones y comportamientos muy similares. La decisión de planear un atentado aparece por un detonante. “Puede ser un hecho que les marque: desde un desprecio o agravio personal o la construcción de una mezquita en su barrio hasta el conflicto entre Hamás e Israel o un atentado que han visto en algún lugar del mundo”, explican desde los Mossos.

De hecho, los atentados yihadistas en suelo europeo ponen en alerta máxima a las autoridades que vigilan a radicales de ultraderecha. En cada ataque de signo islamista se multiplican los mensajes de odio. La realidad es que el terrorismo de ultraderecha no está tomando forma para dar el relevo al ya conocido yihadista: se trata de una suma, una nueva amenaza para Europa.

El caso de Anders Breivik fue el primero en mostrar la verdadera dimensión de esta amenaza. Breivik mató a 77 personas en Noruega en julio de 2011. “Se convirtió en catalizador para que pusiéramos el foco en el estudio de la ultraderecha: con 23 años y desde un ordenador se había empapado de teorías supremacistas y quiso liquidar a los jóvenes que iban a propiciar que la Europa blanca se acabara”, cuenta Anna López.

Un año después, en España se abortó un intento de ataque inspirado en aquella tragedia. A pesar de que las redes vivían tiempos incipientes, la Policía descubrió que Juan Manuel Morales, un estudiante mallorquín, vertía opiniones radicalizadas en su blog, con referencias a la masacre de Columbine (Colorado, Estados Unidos, 1999, 13 víctimas) y al propio atentado de Breivik. Cuando lo detuvieron, encontraron en su casa 140 kilos de explosivos comprados por internet, con los que pretendía, según la Policía, sembrar de bombas la Universidad de las Islas Baleares. Se financiaba a través del juego online y en la documentación hallada expresaba ideas supremacistas y proclamaba su odio a los universitarios. Fue condenado a cuatro años por tenencia de explosivos.

El paso final antes de pasar a la acción es escribir un manifiesto. Es, de nuevo, una conducta repetida y replicada, en la que dejan constancia de su ideología y tratan de darle máxima difusión a su decisión. Los manifiestos suelen incorporar casi siempre una frase que constituye una idea fundacional para los aceleracionistas. Se trata de una premisa escrita por David Lane, líder supremacista blanco y escritor estadounidense fallecido en 2007: “Debemos asegurar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para los niños blancos”. La frase, construida con 14 palabras, aparece constantemente en el contenido virtual de ultraderecha. A veces, su representación se reduce al número 14.

Como si fuera un juego

Tras publicar el manifiesto llega el ataque, que se reviste, casi siempre, de estética de videojuego: fusil, equipación y vestimenta militar y, normalmente, una cámara con la que retransmiten en directo. Dejar constancia, ofrecer el atentado en streaming, es fundamental para ellos. Stephan Balliet emitió en directo en Twitch su ataque a una sinagoga en Halle (Alemania) en el que asesinó a 2 individuos. Brenton Tarrant, que mató a 51 personas en dos mezquitas de Nueva Zelanda en 2019, logró 2.000 visualizaciones en el primer minuto de su atentado.

“Convierten el terrorismo en una partida online”, afirma el investigador. Tanto es así que existen rankings de los terroristas que más personas han asesinado. El objetivo es batir el macabro récord alcanzado por Anders Breivik, considerado el top scorer (máximo anotador) en una lista conformada por Los Santos: entre la propaganda que la Policía se ha incautado en España destacan unas ilustraciones de estos top scorers caracterizados como santos. Estas listas, unidas a los manifiestos, intentan perpetuar el estado de radicalización. En la propaganda de ultraderecha es lo que llaman el Santo Terror. Los investigadores lo denominan efecto copycat, según el cual surgen individuos que toman la referencia de anteriores atacantes para seguir su modelo y difunden mensajes de alabanza en foros radicalizados.

La figura del incel Elliot Rodger es un buen ejemplo: este terrorista ha recibido homenajes expresos de veneración por parte de otros asesinos posteriores, como Alek Minassian, que arrolló a 10 personas en Toronto en 2018. Antes de arrancar la furgoneta, escribió en Facebook: “Saluden al caballero supremo Elliot Rodger”. Ese mismo año, Nikolas Cruz abrió fuego en un instituto en Parkland (Florida) y mató a 17 personas. Cruz había dejado escrito mensajes relativos a que “Elliot Rodger no sería olvidado”. Sus seguidores en los foros llegaron a declarar el 23 de marzo, fecha de la masacre, y también de su muerte, el día de San Elliot.

El 'sheriff' de Santa Bárbara, Bill Brown, identifica al sospechoso de asesinato Elliot Rodger (foto de la derecha) y algunas de las armas que utilizó, en una rueda de prensa en Goleta, California, en mayo de 2014.
El 'sheriff' de Santa Bárbara, Bill Brown, identifica al sospechoso de asesinato Elliot Rodger (foto de la derecha) y algunas de las armas que utilizó, en una rueda de prensa en Goleta, California, en mayo de 2014.ROBYN BECK (AFP via Getty Images)

Finalmente, y a diferencia del terrorismo yihadista, el atacante de ultraderecha no tiene como fin el martirio. Es decir, es excepcional que se suiciden. Son detenidos y pasan a formar parte de Los Santos.

Internet, su mundo

El virtual es el mundo de los radicales de ultraderecha. Redes sociales, aplicaciones de mensajería y foros son sus hábitats. En la mayor parte de los casos los mensajes y diatribas se intercambian de forma pública. Para ello utilizan, sobre todo, X (antes Twitter) y Facebook. Críticos con las normas de moderación, muchos perfiles de radicalizados migraron a Parler, una red social activa aunque bloqueada hace dos años por Apple, Google y Amazon, desde donde se organizó, según los investigadores, el asalto al Capitolio estadounidense de 2021. De ahí pasaron a Gab, una red que llegó a ser definida como “Twitter para racistas”. En España, la ultraderecha divulga sus mensajes a través de foros nacionales y, en menor medida, en otros anglohablantes como 4chan o 8kun. Pero el entorno favorito es Telegram, donde conviven decenas de canales con miles de suscriptores. Esta amalgama de canales se conoce como Terrorgram.

En todos estos espacios una herramienta se erige como la estrella: el meme. Simples, universales y, sobre todo, viralizables, los memes son la expresión más común a la hora de compartir propaganda.

Hace cinco años, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) retiró de un foro de la web burbuja.info un extenso dosier de casi 150 páginas titulado Militant accelerationism español. Contenía propaganda antisemita, misógina y supremacista. Alentaba a llevar a cabo acciones violentas y ataques terroristas e insistía en la idea de que cualquiera puede llegar a hacer mucho daño al sistema. Actos a pequeña escala que puedan provocar un efecto contagio.

Dos páginas del manifiesto retirado por el CNI en las que se invita a cometer atentados y se elogia la figura de terroristas de ultraderecha.
Dos páginas del manifiesto retirado por el CNI en las que se invita a cometer atentados y se elogia la figura de terroristas de ultraderecha.

Todos estos escenarios son vigilados por las fuerzas de seguridad en lo que se denomina patrullaje virtual. La mayoría son espacios públicos que se pueden monitorizar sin obstáculos. Es en esta primera batida donde los investigadores intentan detectar elementos potencialmente peligrosos. “Controlamos y analizamos movimientos, sus publicaciones y sus seguimientos”, explica un investigador de la Policía Nacional. Tienen protocolizadas ciertas frases, palabras y mensajes que les ponen en alerta. “No es lo mismo un fanfarrón que sube todo el día mensajes de odio que ciertos comportamientos que tenemos controlados y que son indicadores de potencial terrorismo”, afirman desde los Mossos d’Esquadra.

Cuando alguno de estos perfiles muestra ese tipo de mensajes, suele, a continuación, aislarse. Se van de los espacios abiertos y recalan en grupos privados. “Si el sujeto se radicaliza, accede a canales cerrados de Telegram o grupos privados de Facebook. Ahí no podemos entrar sin permiso judicial”, cuentan desde la Policía Nacional.

Cuando consiguen esos permisos, las fuerzas de seguridad crean perfiles falsos —los infiltrados digitales— para unirse a los grupos privados. El investigador de la Policía Nacional retoma: “Infiltrarse es problemático. Te piden fotos y hay quedadas. Te pueden pedir participar en alguna acción. Hay que ir sorteando estas cuestiones”.

En no pocas ocasiones los infiltrados policiales son detectados y expulsados. En ese momento los investigadores pierden la pista y se quedan a ciegas. “Son momentos tensos porque hay estadios de radicalización avanzados. Pero no sabes si puedes intervenir”, explican desde la Policía Nacional. “Tenemos que jugar siempre al siete y medio y llegar hasta ellos sin pasarnos. O sea: tenemos que intentar atajar antes de que llegue el ataque. Pero si entras antes de tiempo, el abogado te lo va a tumbar y se van a ir a su casa. Es una bala de plata: si fallas, pierdes”.

En estos espacios de sombra destacan los chats de videojuegos. “El gaming es probablemente el foro de radicalización más impune y difícil de vigilar”, admite el investigador.

Tan previsible como inevitable

Una de las diferencias entre Estados Unidos y Europa en cuanto a número de ataques es el acceso a las armas. Por eso, uno de los desafíos inminentes de las autoridades europeas es la impresión en 3D. “De momento no se puede imprimir un arma automática completa, siempre se necesita adquirir una aguja percutora. Pero se podrá hacer pronto. De nada sirve ya seguir el rastro de un arma si cualquiera se la puede hacer en casa”, explican desde los Mossos d’Esquadra.

Un ejemplo de la corta distancia a la acción se destapó en España en septiembre de 2020, durante la pandemia. En la Operación Odilo la Policía Nacional desmanteló en Santa Cruz de Tenerife un taller ilegal de fabricación de armas con impresoras y arrestó a un hombre de 55 años que poseía propaganda ultraderechista y que, según los investigadores, estaba ya radicalizado.

En agosto de 2022 una nueva intervención policial, la Operación Saguaro, desarticuló otro taller clandestino de impresión de armas en la provincia de A Coruña. Fue detenida una persona que compartía manuales en un canal supremacista en castellano y que tenía un subfusil AR9 prácticamente terminado.

La amenaza de la ultraderecha no siempre aparece en formas aisladas. Existen organizaciones con miembros históricos de sectores ultra. En 2022, tras una investigación de dos años, la Policía Nacional lanzó la Operación Ario contra un grupo de ideología neonazi que incitaba a la violencia en las redes y a almacenar armas a través de WhatsApp. A uno de los detenidos, que integraba el autodenominado Partido Nacional Demócrata, se le responsabilizó del ataque a una sede de una asociación LGTBI en Alcoi (Alicante).

En otras ocasiones aparecen células de formaciones de larga trayectoria internacional. Este es el caso de Combat 18, brazo armado de la histórica organización nacionalsocialista Blood & Honour, cuya rama española fue desarticulada este mismo otoño en un operativo de la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra. Un total de 16 personas fueron detenidas el pasado 17 de octubre en la que supone una de las mayores operaciones contra la ultraderecha violenta en España.

Un 'collage' con las fotos del supremacista blanco australiano Brenton Tarrant, asesino de 51 personas; Tobias Rathjen, que mató a 10 en Hanau (Alemania) y después se suicidó, y Jake Davison, que asesinó en Plymouth (Reino Unido) a cinco individuos.
Un 'collage' con las fotos del supremacista blanco australiano Brenton Tarrant, asesino de 51 personas; Tobias Rathjen, que mató a 10 en Hanau (Alemania) y después se suicidó, y Jake Davison, que asesinó en Plymouth (Reino Unido) a cinco individuos.John Kirk-Anderson (AFP / Getty

A pesar de esta operación, las fuerzas de seguridad aseguran que la situación nada tiene que ver con la de algunos países de Europa, donde existen organizaciones terroristas y hasta campos de entrenamientos. En 2020 Alemania desarticuló el Gruppe S, una banda que pretendía atentar a gran escala contra políticos, autoridades e inmigrantes con el objetivo de desencadenar una guerra civil. También en Alemania, dos años después, la Policía detuvo a 25 integrantes del Movimiento Ciudadanos del Reich, acusados de planificar un golpe de Estado.

En Suecia, el Movimiento de Resistencia Nórdico llegó a crear un partido político. Esta organización supremacista, con algunos de sus líderes en prisión, tiene como objetivo convertir los países nórdicos en un etnoestado blanco.

En Rusia, el Movimiento Imperial Ruso (MIR), nacido en 2002, está constituido como una organización paramilitar supremacista blanca y ultracristiana. Cuentan con al menos dos campos de entrenamiento, situados cerca de San Petersburgo, donde desarrollan tácticas militares urbanas. Muchos miembros del MIR están combatiendo de forma voluntaria en la guerra contra Ucrania, donde también tiene presencia una facción neofascista del ucranio Batallón Azov. En algunas zonas del Reino Unido, Países Bajos, Bulgaria y Hungría, las fuerzas de seguridad tienen localizados campos de entrenamiento de grupos neofascistas.

Según un estudio llevado a cabo por la Fundación Rosa Luxemburgo, solo en Europa existen 410 grupos, asociaciones o movimientos vinculados a la ultraderecha o a la extrema derecha, un número que ha crecido de forma exponencial en los últimos años y que amenaza con no dejar de hacerlo. “No es cuestión de si ocurrirá, es cuestión de cuándo”, afirma un miembro de la Policía Nacional en referencia a un eventual acto terrorista. “El panorama no es muy alentador y, desde luego, solo con la lucha policial no va a ser suficiente”.

Créditos

Gráficos y datos: Daniele Grasso, Jose A. Álvarez y Laura Navarro.
Ilustraciones: Sr. García.

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