La tecnología despierta la competencia por las obras de arte ‘durmientes’
Los nuevos instrumentos tecnológicos democratizan el negocio de la búsqueda de obras mal atribuidas a costa de las galerías y los marchantes tradicionales.
Todos los días, durante décadas, la anciana hacía el mismo camino. Atravesaba el salón y seguía el pasillo que desembocaba en la cocina de su casa en Compiègne, una ciudad al norte de Francia. Ignoraba que esos pasos valían 24,1 millones de euros. ¿El secreto? Un anodino panel, similar a un icono, de unos 20 × 20 centímetros, colgado cerca de los pucheros. Esa obra, pintada al temple, era Cristo burlado, de Cimabue (1272-1302). Representa la transición del icono a la pintura. Historia del arte. Una pieza rarísima del autor florentino perteneciente a un conjunto del que solo se conocen dos obras en el mundo. Repartidas entre la Frick Collection (Nueva York) y la National Gallery (Londres). El Estado galo ha declarado a la tablilla tesoro nacional y ya forma parte del Louvre. Su descubridor es el marchante Eric Turpin. Famoso porque halló en 2014, en un desván francés, un lienzo (Judith y Holofernes) atribuido —con enormes dudas— a Caravaggio. Pese a todo, lo compró (el precio nunca se reveló, aunque se habló de 30 millones de dólares) el gestor estadounidense de fondos de alto riesgo y multimillonario Tomilson Hill.
Desciende el ocaso sobre esta era de durmientes: piezas mal atribuidas o sin atribución. En la jerga del arte se llaman sleepers y eran una fuente de ingresos esencial para un mercado que apenas llega a los 1.000 millones de dólares anuales y cuyo valor ha caído un 37% desde 2013. Jordi Coll —responsable del Ecce Homo de Caravaggio aparecido en una subasta madrileña— ha dejado de despertarlos. “La competencia, con las nuevas tecnologías, parece interminable; no merece la pena. El futuro es la venta privada”, reflexiona. Ahora infinidad de programas en el teléfono inteligente advierten de atribuciones, precios actuales o lienzos similares. La tecnología sustituye a la mirada. Y los coleccionistas saben los costes “reales” de compra del galerista. Es como jugar al póquer con las cartas boca arriba. “Internet permite a todo el mundo descubrir durmientes”, aventura Eric Turpin. Resulta difícil con las nuevas aplicaciones que grandes obras pasen inadvertidas. Al contrario. Crece la velocidad por conseguir las piezas y también la competencia entre marchantes y coleccionistas. “Y, desde luego, interesan esos durmientes, más o menos importantes, dictados por las modas y capaces de suscitar un clamor, a menudo basado en fines publicitarios. Lo que no entra en esta categoría puede seguir durmiendo hasta el próximo cambio de gusto”, critica Giuseppe Porzio, profesor en la Universidad de Nápoles.
Nunca la competencia había sido tan fuerte ni tan fácil la búsqueda. “Imposible negarlo: cada vez aparecen más competidores. Pero existen durmientes, lo que falta es dinero para comprarlos”, sostiene el galerista Nicolás Cortés. Él cree aún en el desconocimiento. Pura paradoja. “Ni las casas de subasta ni los expertos saben mucho”, defiende. Quizá porque ha descubierto óleos de Zurbarán, Maíno, Ribera, Goya, Artemisia Gentileschi, Orazio Gentileschi o Caracciolo. Se aferra a la imposibilidad de ser excelente en una profesión sin esfuerzo. “No utilicé herramientas de búsqueda ni aplicaciones para encontrar el Salvator Mundi”, revela Robert Simon, uno de los descubridores (junto con Alexander Parish) de la tabla atribuida hoy a Leonado da Vinci. “Lo importante es poseer los conocimientos y la memoria visual necesaria para reconocer el estilo de un artista entre obras sin identificar”. Existe una guerra entre el viejo oficio de intuir y el nuevo de iluminar una pantalla.
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