Desarrollos orgánicos
La calle es uno de los grandes inventos de la humanidad como el hígado es uno de los grandes hallazgos de la evolución. No se puede vivir sin aquella ni sin este. La de la foto es una calle rota de la franja de Gaza cuya observación conmueve por la semejanza entre su esqueleto y el nuestro. Al mirarnos en ella adivinamos nuestro cuerpo desposeído de la piel y de los músculos a los que envuelve y otorga protección. Descubrimos, en fin, nuestra propia osamenta hecha pedazos. Recorrer una calle minuciosamente bombardeada viene a ser como abrir una antiquísima fosa común en la que las tibias y los cráneos y las falanges de los difuntos se han mezclado de tal modo que resulta imposible atribuir tal costilla o tal vértebra a tal muerto.
En medio de las ruinas aparece un grupo de personas buscando supervivientes entre los escombros de esa vía interfecta en la que, fruto de la deflagración, han volado por el aire las puertas y las ventanas (las bocas y los ojos, se podría decir) de las viviendas. Las camas de matrimonio y las cunas de los bebés han quedado reducidas a montones de astillas inservibles incluso para el fuego. Es posible que en el suelo de lo que era una cocina se halle la taza de un retrete mientras que en un rincón del cuarto de baño aparezca una olla exprés. Decíamos al principio que la calle era uno de los grandes inventos de la humanidad cuando en realidad debió de ser el resultado de un desarrollo orgánico semejante al de la aparición y perfeccionamiento de las vísceras en la historia de la biología. Deberíamos tener más respeto por las calles y por las vísceras, pero ya ven.
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