Jacques Cavallier-Belletrud, el perfumista detrás de Louis Vuitton: “Vamos a recordar y a ser recordados por el olor”
Desde su cuartel general en Grasse, este nariz decide a qué huele la marca de lujo francesa por excelencia. Alérgico a las prisas y las copias, cree que las concesiones al mercado malogran el talento. Suelta frases contundentes y huye del lenguaje pseudoliterario que abunda en la industria
Este hombre guarda en su cerebro 5.000 aromas. Ha entrenado toda la vida para reconocerlos, memorizarlos y registrarlos. Su padre desarrolló la misma virtud que aprendió a su vez de su abuelo. Nuestro hombre, Jacques Cavallier-Belletrud (Grasse, 61 años), pertenece a la quinta generación de una familia de perfumistas, una dinastía de noses de cinco siglos que ya prepara la sucesión. En estos días, Cavallier ha empezado a entrenar el cerebro de su hija Camille.
¿Un perfumista nace o se hace?
Se entrena con un método similar al de aprender un idioma: memoria, ensayo, error y vuelta a empezar. Se empieza memorizando durante un mes el olor de cinco materias primas, por ejemplo: pachuli, rosa, musk, limón y vainilla. Este proceso debe repetirse a diario con disciplina y rigor. Al mes, si se pueden identificar, ordenar, mezclar y volver a separar las esencias, el entrenamiento va por buen camino. Entonces hay que replicarlo otras 999 veces hasta conseguir memorizar 5.000 esencias.
¿En cuánto tiempo se entrena un cerebro?
Calculo que en 15 o 20 años, cualquiera que se someta a esa disciplina tendrá un cerebro de nariz, pero hay que refrescar la memoria oliendo esencias a diario.
El cerebro de Cavallier empezó a entrenarse a los ocho años, casi el mismo día que le dijo a su padre que quería ser perfumista como él. “Para mí era un mago, olía aquí y allá, mezclaba cosas, frotaba y salía dinero. Probablemente para sacarme de mi error me puso a trabajar duro. Cada noche me daba varios secantes sumergidos en esencias; al amanecer debía entregarle por escrito una descripción detallada de cada una”. El método funcionó. A inicios de los años noventa, un joven Cavallier creó L’Eau D’Issey para Miyake y removió los cimientos del mercado, que dio un brusco volantazo hacia el minimalismo. L’Eau D’Issey hoy se estudia como una obra maestra de la perfumería moderna.
En 2012, cuando Louis Vuitton decidió volver a crear fragancias —no lo hacía desde 1946— lo nombraron maestro perfumista con centro de operaciones en Les Fontaines Perfumées, una majestuosa casa con un vergel habitado por 350 especies de plantas. De niño, Jacques pasaba todos los días al salir del colegio por esta casa de imponentes puertas de hierro, ¿dónde podría estar mejor entonces el maestro Cavallier? De alguna manera el círculo se cerraba. En Grasse está lejos de las prisas de París, pero conectado al nervio creativo de la maison. En su despacho, le acompañan varias esculturas de su amigo Virgil Abloh, exdirector creativo de Louis Vuitton fallecido en 2021, y a medio leer la biografía de Churchill de Francois Kersaudy.
¿Cómo es la fragancia que merece un frasco de Louis Vuitton?
Tiene que sorprender. Y eso es arriesgado, porque la disrupción es un error si nadie la entiende. Lenin dijo que para hacer la revolución había que estar un paso por delante del pueblo, pero sin pisarlo porque entonces te mataban. Y la creación es mantener ese equilibrio, siempre al borde de la ruptura pero sin caer.
¿Qué fragancias tienen el fracaso asegurado?
Curiosamente, no fracasan las que huelen mal sino las que no dicen nada. Las que se olvidan, las que son como el hilo musical de un ascensor.
¿Qué es lo peor que le puede pasar a un perfumista?
Un perfumista se malogra cuando quiere complacer a todos: para el mercado asiático pongo frescura; para el estadounidense, frutas; para el europeo, mucho pachuli. En Louis Vuitton creo fragancias de lujo para celebrar buenos momentos, no quiero gustar a todos… si lo consigo, fantástico, pero un perfume no es una mercancía, es memoria. Vamos a recordar y a ser recordados por el olor. No es banal. Casi todos podemos recordar la colonia de nuestros padres.
¿Cómo elegir una fragancia?
Como a una pareja. Hay que experimentar un tiempo, viajar, probar de día, de noche, con ropa y sin ella, y presentársela a los amigos antes de meterla en tu casa.
¿Un buen perfume tiene que ser caro?
Si es bueno, probablemente. Nuestro precio se dispara por la altísima calidad de las materias primas. Por ejemplo, somos los primeros compradores de oud [una madera resinosa oscura fragante] del mundo porque queremos usar el auténtico. Estuve tres años buscando y lo encontré en Bangladés. Compramos muchos kilos y sí, por supuesto, es carísimo.
La colección Cologne Perfume fue la primera de la maison en inaugurar la fluidez de género, ¿sigue habiendo fragancias puramente masculinas y femeninas? Cada vez menos, pero cuando tengo dudas de si una fragancia debe ir al rango masculino o al femenino siempre la llevo al masculino. Las mujeres son más inteligentes y suelen usar la fragancia que les gusta. Todavía es difícil que un hombre sea tan libre.
¿Cómo es Pacific Chill, su última creación para Louis Vuitton?
La idea me vino en Los Ángeles, tomando un zumo de vitaminas de esos que tanto les gustan a los californianos. Digamos que es una colonia detox, expresa la emoción del bienestar. Trabajé con la grosella negra y la frambuesa y una mezcla de semillas de cilantro, albahaca, menta y esencia de naranja. Entra como un relámpago en la piel.
Dice usted que por el olor sabe cómo le va a ir el día, ¿a qué huele uno de los malos?
Fuerte, muy seco y eléctrico.
¿Y los buenos?
A limpio, a una piel que te gusta.
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