Jacques Cavallier, femenino floral
LA ÚLTIMA vez que ocurrió algo así se inauguraba el Festival de Cine de Cannes. Las Naciones Unidas iniciaban su andadura y Albert Camus terminaba de redactar La peste. Era 1946, el mismo año en que Frank Capra estrenaba el clásico del cine ¡Qué bello es vivir! En aquella fecha, la firma Louis Vuitton lanzó la que sería su última fragancia.
La última hasta ahora.
Setenta años después, la casa francesa, fundada en 1854, regresa al mercado de los aromas. Lo hace sin reparar en gastos, con una propuesta por cada década de vacío: siete perfumes ideados por una de las más destacadas narices del momento, Jacques Cavallier.
Extremadamente pulcro, con un acento inglés contagiado de su francés materno; de pelo cano y voluminoso, las formas redondas encajadas al milímetro en su traje a medida. El creador de más de 120 fragancias de lujo a lo largo de una extensa carrera recibe en la terraza de la sede de la marca en el Pont Neuf. La panorámica marea: sobre el horizonte gris pizarra de los tejados de París despuntan Notre Dame, la Torre Eiffel, el Sacre Coeur. “Please, come here”, dice. Y las vistas desaparecen. Todos los ojos se posan en la caja que abre para revelar el secreto que ha venido guardando durante un largo tiempo: un alumbramiento múltiple con los nombres de Rose des Vents; Turbulences; Dans la Peau; Apogée; Contre Moi; Matière Noire y Mille Feux.
“La filosofía de todos ellos está relacionada con las flores y dedicada a la femineidad”, se arranca Cavallier, que ha pasado los últimos cuatro años imbuido en este proyecto, para el que ha creado “entre 85 y 90 perfumes”. “Aunque reduje esa cantidad fácilmente hasta la actual”, se consuela. Cada uno con acordes y notas completamente diferentes, todos comparten una misma “ambición”: “Sorprender sin resultar extravagantes”. El perfumista ha recorrido el planeta, de Francia a China o Latinoamérica, en busca de las más excelentes materias primas. En las límpidas botellas que contienen sus creaciones, obra del diseñador Marc Newson, residen destilaciones, extracciones o absolutos (un proceso realizado con CO2) de flores como el lirio de Florencia, del que se necesitan más de seis toneladas de sus raíces para producir un kilo de material, o de productos en apariencia insólitos como el cuero, presentado en infusión, “como se hacía hace dos siglos en Grasse”.
En aquella ciudad del sureste de Francia, núcleo histórico de la creación de fragancias, se encuentra el taller desde donde Cavallier ha dirigido sus operaciones. LVMH, el multimillonario conglomerado al que pertenece Louis Vuitton, compró para la ocasión el caserón Les Fontaines Parfumées, llamado así en recuerdo de la primera fuente de la localidad, donde se lavaba el cuero en un agua con mirto y lentisco que después se transportaba en canales, exhalando su olor por las calles. El enclave no podría haber sido más propicio para activar la memoria olfativa de Cavallier, quien, descendiente de una familia dedicada a la profesión, nació a 200 metros de aquel lugar en 1962. “De niño recuerdo ver este portón de hierro, tan misterioso”, cuenta. “A principios de los setenta, un día que iba en coche con mi padre, él me explicó que se trataba de una perfumería que había cerrado tiempo atrás. Hace cinco años, cuando me reuní con el entonces presidente de Louis Vuitton, Yves Carcelle, para convertirme en la nariz de la firma, me habló de esta casona que habían adquirido en el centro de Grasse. Lo miré en un mapa, pero no sabía de qué edificio me estaba hablando. Hasta que de repente me acordé, y supe que esto no podía ser mera coincidencia”.
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