500 años de arte en la Galería de las Colecciones Reales: el museo más esperado
Retrasos y vaivenes políticos han jalonado el devenir de este proyecto, cuyo origen se remonta a 1998 y que ha costado 170 millones de euros a las arcas públicas: un edificio colosal y unos contenidos fascinantes listos para estrenarse
La Galería de las Colecciones Reales está lista para su apertura. Este es el titular y, más que el titular de una importante noticia cultural — que lo es sin duda —, podría serlo de una nueva incorporación al Libro Guinness de los Récords: la de la infraestructura museística más esperada, comentada, criticada y retrasada. Lo del retraso se cifra exactamente en ocho años. El mastodonte de granito, hormigón, roble y cristal, proyectado por los arquitectos Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla y excavado en la roca junto al Palacio Real de Madrid, entre el Campo del Moro y la plaza de la Armería, para albergar los tesoros artísticos de los reyes españoles durante 500 años, tendría que haber abierto sus puertas en 2015. Antes, en 1999, hubo otro proyecto ganador, del Estudio Cano Lasso, pero el primer concurso fue impugnado por uno de los participantes — el arquitecto Antonio Vázquez de Castro — y en el segundo ganaron Tuñón + Mansilla. En aquel 2015, Patrimonio Nacional, institución impulsora del museo desde 1998, lo recibió en estado de revista. Pero en aquel 2015 también prosiguió todo un psicodrama político-diplomático-cultural atravesado por cuatro presidentes de Gobierno (José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez), cuatro presidentes de Patrimonio Nacional (José Rodríguez-Spiteri, Alfredo Pérez de Armiñán, Llanos Castellanos y Ana de la Cueva), dos directores de museo (José Luis Díez y Leticia Ruiz), un rey emérito (Juan Carlos I), bloqueos repetidos, ataques mutuos y toda la desidia política y administrativa del mundo.
Patrimonio Nacional lo define como “el proyecto cultural y turístico más importante en España en décadas”
El día 28 de junio es en principio la fecha señalada por Presidencia del Gobierno para la apertura de la galería, en presencia de los reyes Felipe y Letizia, aunque el adelanto de las elecciones generales para julio puede variar los planes. Hay que recordar que Patrimonio Nacional depende orgánicamente del Ministerio de la Presidencia, y hay que recordar que el 1 de julio arranca la presidencia española de la Unión Europea. Y no hace falta ser Guillermo de Baskerville para intuir que este icono de 40.000 metros cuadrados, 145 metros de largo, una altura superior a seis pisos y un presupuesto cercano a los 170 millones de euros —”el proyecto cultural y turístico más importante en España en décadas”, tal y como lo define en su página web Patrimonio Nacional— era un escaparate privilegiado para los fastos de esa presidencia. Con lo cual se cumpliría el infalible axioma: todo es política, la cultura también.
Durante tres días hemos entrado en este apabullante contenedor de arte e historia y hemos recorrido sus galerías de más de 1.600 metros cuadrados: una para los Austrias (1516-1700) —austeridad dentro de un orden—, otra para los Borbones (1700-1808 / 1813-1868 / 1874-1931 / 1975-hoy) —esplendor a raudales— y otra para las exposiciones temporales —la primera será En movimiento, sobre la historia de los carruajes reales—.
La colección abarca desde los Reyes Católicos hasta Alfonso XIII, con un leve prolegómeno en forma de varias piezas del tesoro visigótico de Guarrazar, del siglo VII. Lo primero que llama la atención es el feliz matrimonio de los volúmenes, las escalas y las perspectivas. Todo es gigantesco y, sin embargo, todo es aéreo en el edificio de Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla (fallecido en 2012), donde el contexto es esencial y donde la propia construcción será sin duda una de las obras estrella a visitar, con sus contraventanas infinitas, sus rampas inacabables y sus vistas al Campo del Moro y la Casa de Campo. Cristos crucificados, pinturas monumentales, tapices de artistas mayores, carrozas doradas y un valiosísimo abanico de artes decorativas hasta un total de en torno a 700 piezas cobran aquí un nuevo sentido expositivo.
Luis Pérez de Prada, director de Inmuebles y Medio Natural de Patrimonio Nacional, explica así desde un punto de vista técnico el sentido del conjunto arquitectónico: “Con semejante grandiosidad de superficie, su presencia urbana debería ser mayúscula, pero no es así desde la parte alta, sí desde la parte baja. Esa contraposición de las dos imágenes totalmente distintas es muy atractiva, enseña la Galería de forma discreta al visitante cuando pasea por la ciudad y a la vez tiene esa presencia masiva que permite completar esa cornisa de Madrid que forman el Palacio Real, la Armería, ofreciendo, si se mira desde el paseo de Extremadura y el río Manzanares, una imagen de continuidad al basamento del Palacio Real. Como decían Tuñón y Mansilla en su proyecto, es ‘un muro habitado’ que toma referencias de lo que es un edificio del siglo XVIII hasta la modernidad máxima de uno del siglo XXI”.
Leticia Ruiz, directora de la Galería, conservadora de prestigio y antigua responsable de Pintura Española del Renacimiento en El Prado, considera todo un acierto el cambio del concepto “museo” por el de “galería”: “El museo nos podría haber puesto ante un problema, porque —la ley así lo dice— es un lugar al que están adscritos legalmente unos fondos. ¿Pero qué fondos tendríamos que haber adscrito? ¿170.000 obras? Eso nos hubiera metido en conflicto con muchos de los Reales Sitios y con las Fundaciones Reales. ¿Cómo les vas a decir a las monjas del convento de las Descalzas que su colección pertenece al museo? Con todo esto ha habido susceptibilidades bastante lógicas que ha habido que atemperar”.
La responsable de la Galería considera que ha habido “críticas desmesuradas e injustas” acerca de una hipotética descapitalización del patrimonio artístico en poder de los diferentes Reales Sitios, y considera imprescindible recordar que estos tesoros no pertenecen a cada uno de ellos, sino al conjunto del Patrimonio Nacional: “Si en el palacio de La Granja, por ejemplo, hay 12.500 piezas y 45 de ellas se traen a la Galería, ¿estamos descapitalizando La Granja? No creo. Entonces, el concepto galería apunta a lo que podría ser una gran sala de exposiciones permanentes de la propia institución”, argumenta Leticia Ruiz.
En todo ello, redunda la actual presidenta de Patrimonio Nacional, Ana de la Cueva, a punto de cumplir dos años en el cargo. La ex secretaria de Estado de Economía y Apoyo a la Empresa, una economista y funcionaria pública que fue nombrada en ese cargo por la actual vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño, contempla la nueva Galería de las Colecciones Reales como un organismo vivo y en gran medida de carácter movible y rotatorio. “Queremos que sea una galería de verdad y que un tercio de las piezas roten, porque las galerías se caracterizan por eso, porque las obras expuestas cambian, y aunque aquí habrá una parte de ellas estables, el público se encontrará con obras que estaban en otros sitios, o que estaban en los almacenes, o en lugares religiosos de clausura, y que irán y vendrán”.
No todo el mundo contempla con la misma pasión el cambio de denominación —y concepto— de Museo de las Colecciones Reales a Galería de las Colecciones Reales. José Luis Díez se puso al frente del proyecto del Museo de las Colecciones Reales en 2014, al que llegó tras dejar su puesto de jefe de Conservación de Pintura del XIX en El Prado. En 2020, y cuando ya se llevaban cinco años de retraso en la apertura, cesó en el cargo, dejando a medias su plan de museografía que, por cierto, contemplaba cerrar el recorrido con el Retrato de la familia de Juan Carlos I, de Antonio López, obra que seguirá en el Palacio Real. “El proyecto que se va a abrir no tiene nada que ver con el que yo hice, este no es el mío y, por lo tanto, no quiero opinar sobre él. El cambio de museo a galería no es que me suene bien ni mal, me suena a distinto. Una cosa es un museo y otra cosa es una galería. El Diccionario de la RAE lo explica claramente”, justifica de forma sucinta Díez, que prefiere no pronunciarse más al respecto.
Y hablando del Retrato de la familia de Juan Carlos I: nunca una pintura que no estará en un museo dio tanto que hablar de ella cuando se habla de ese museo. Patrimonio Nacional lo encargó a Antonio López a finales de 1993 y el artista de Tomelloso, con su personal e intransferible forma de afrontar la obra de arte, tardó dos décadas en culminarlo. Los incómodos hechos de la historia reciente se han encargado de aportar los últimos toques al lienzo, que, finalmente, no engrosará las colecciones de la Galería. El rey emérito y su mochila de hazañas poniendo el broche dorado a una infraestructura cultural que ha costado 170 millones de euros a las arcas públicas no parecía el escenario más recomendable.
El ‘Retrato de la familia de Juan Carlos I’ de Antonio López es una obra fallida, no tiene cabida aquí” (Leticia Ruiz, directora)
Ana de la Cueva aclara que la decisión de no incluir a Juan Carlos I en esta galería de reyes y reinas tiene que ver con la naturaleza misma de las Colecciones Reales: “Esas colecciones son conceptualmente lo que son, obras adquiridas y coleccionadas por los reyes a lo largo de la historia según sus gustos personales y sus inversiones. Pero en el siglo XX, esas colecciones no son colecciones reales como tales porque no pertenecen ni al rey emérito ni a Felipe VI, son inversiones que ha hecho el Estado, y esto es importante entenderlo, porque además permite comprender lo que es una monarquía parlamentaria frente a una monarquía absoluta. En cuanto al cuadro de Antonio López, está expuesto en el Salón de Alabarderos del Palacio Real, y no hay ninguna intención de quitarlo de ahí”.
Tesis que apoya la propia directora de la Galería: “Lo contempló la anterior dirección, pero es que, de verdad, no tiene cabida aquí, no tenía sentido dentro de este discurso. En puridad, las Colecciones Reales terminan con la reina Isabel II. Y luego vino esta idea de ir comprando arte contemporáneo con dinero público… ¿A santo de qué? Ese cuadro de Antonio López se encargó en otro momento de la historia de España, y de la historia del rey, y de la familia real, y el resultado es lo que es. Para mí, un cuadro fallido. Pero está expuesto en un sitio supervistoso del Palacio Real, el Salón de Alabarderos, aunque hay gente que sigue pensando que lo escondemos”.
Para la presidenta de Patrimonio Nacional, el nuevo espacio artístico debería ser, según sus palabras, “una especie de escaparate de los Reales Sitios, una invitación para que la gente los visite”. Punto interesante en todo este asunto. Desde luego, ese carácter rotatorio de las colecciones va a obligar a los responsables de Patrimonio Nacional, entre otras cosas, a tener que tratar y negociar con las administraciones locales y autonómicas por las que se extienden los Reales Sitios (Comunidad de Madrid, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Islas Baleares, Extremadura y Andalucía). Tarea a menudo nada fácil la del tú a tú entre la Administración central y las periféricas.
Las dos responsables de este nuevo y descomunal centro de arte e historia insisten además en la necesidad —y el deseo— de colaborar estrechamente con el Museo del Prado. ¿Sinergias? ¿Intercambios? ¿Cesiones temporales? El tiempo lo dirá, aunque evidentemente quedaron lejos los tempestuosos tiempos de 2014 en que el entonces presidente de Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Spiteri, montó una descomunal zapatiesta político-cultural al reclamar al Prado la “devolución” de obras maestras como El jardín de las delicias y La mesa de los siete pecados capitales, ambas de El Bosco; El Descendimiento, de Rogier van der Weyden, o El lavatorio, de Tintoretto, todas ellas de titularidad de Patrimonio Nacional, con el fin de incorporarlas al Museo de las Colecciones Reales (por aquel entonces, sí, “museo” y no “galería”). Zapatiesta de tales dimensiones que, en octubre de 2015, tras cesar en sus funciones Rodríguez-Spiteri, el Gobierno nombró presidente a un experimentado jurista en cuestiones de gestión cultural, académico de Bellas Artes y eterno apaciguador de broncas político-culturales, Alfredo Pérez de Armiñán, que nada más llegar al cargo anunció que no reclamaría esas obras al Prado.
Pérez de Armiñán fue siempre un decidido partidario de la cooperación mutua entre El Prado y el Museo de las Colecciones Reales. Algo en lo que incide la actual presidenta: “La colaboración con otros museos será fundamental, nosotros no competimos con ellos, sino que somos un complemento magnífico, con El Prado tenemos una historia común”, aclara Ana de la Cueva, que matiza: “Lo que nos diferencia es que no somos un mero museo de pintura o de escultura, sino que contamos con una apabullante diversidad de artes decorativas: tapices, alfombras, relojes, cómodas, cristalería, porcelanas, piezas litúrgicas…”. Pese a todo, el visitante podrá contemplar un buen puñado de maravillas pictóricas de Velázquez, Goya, Caravaggio, Patinir, El Greco, Juan de Flandes…
En cualquier caso, Pérez de Armiñán cesó en el cargo en 2020 y fue relevado por la política socialista Llanos Castellanos, que duraría en su puesto menos de año y medio, al ser sustituida por Ana de la Cueva y pasar a ocupar la dirección adjunta del gabinete de Presidencia en La Moncloa. El lector ya lo habrá percibido: la presidencia del Patrimonio Nacional ha sido, en la última década, una suerte de pimpampum en el que han jugado su papel factores que poco o nada tendrían que ver con un organismo de interés público con dos misiones básicas: servir a la Corona en su tarea de representación y servir a la ciudadanía ofreciéndole la contemplación del patrimonio artístico. Entre Nicolás Martínez Fresno, que estuvo al frente de Patrimonio Nacional entre 2010 y 2012, y Ana de la Cueva, nombrada en 2021, la institución ha contado con cinco presidentes en apenas una década. Para ser un organismo acostumbrado a funcionar con tempo histórico, en este tiempo su presidencia, y en consecuencia sus procesos de trabajo, se antojan bien coyunturales.
La diferencia entre las Colecciones Reales españolas y las que posee un país como el Reino Unido, por ejemplo, radica en la titularidad. Las españolas son de los españoles. Las británicas, del rey. Y poner el acento en esa diferencia es otra de las misiones que se han autoimpuesto los responsables de Patrimonio Nacional. “El relato de la Galería de las Colecciones Reales”, explica De la Cueva, “es contar que aquí se exhibe lo que atesoraron los reyes a lo largo de cinco siglos, pero a diferencia del Reino Unido o Francia, en España se hizo un proceso por el que todas estas colecciones se convirtieron en públicas. Muchos españoles no conocen que hay un organismo que, desde la República, gestiona de forma conjunta ese patrimonio. La República decidió respetar estas colecciones e incorporar en su Constitución que la obligación del poder público era custodiarlas, y no hacer caja con ellas”. En 1940, Franco cambió “Patrimonio de la República” por “Patrimonio Nacional”.
En tres semanas, la flamante Galería de las Colecciones Reales verá por fin la luz, en concreto la que el sol proyecta entre el Madrid de los Austrias y el río Manzanares. Que abra, por fin, sus puertas, ya puede considerarse un logro. Solo que a veces los logros se hacen esperar. En este caso, ocho años. ¿Será verdad el agorero dicho popular que sostiene que las cosas de palacio van despacio? Al que podrá, ahora, oponerse otro: nunca es tarde si la dicha es buena.
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