Vestir un ‘picasso’, calzar un ‘hirst’: cómo el arte se infiltró en nuestra indumentaria
La exposición ‘Textiles de artistas’ llega a la Fundación Barrié de la Maza de A Coruña para contar un siglo de moda y decoración intervenidas por el arte.
En mayo de 2003, la inauguración del Fashion and Textile Museum causó sarpullidos primaverales entre los miembros de ciertos círculos académicos de la capital británica. “Es un ejercicio de autocomplacencia, una empresa frívola”, sostenía la historiadora del traje Aileen Ribeiro, con los medios de la época como altavoz. “Carece de toda relevancia, como su fundadora”, sentenciaba. Casi dos décadas después, la aludida tiene algo que decirle a la que fuera profesora del departamento de Arte de la Universidad de Londres: “Es cierto, sentía que no se le echaban cuentas a mi trabajo. Así que o lo ponía yo en valor o no lo iba a hacer nadie. Y aquí sigo trabajando, que es lo importante”. Zandra Rhodes termina su declaración entre risas. La que ríe última. Su museo es hoy santo y seña de Bermondsey Village, tan distinguible como el cercano Tower Bridge, una mole naranja y rosa en el paisaje gris amarronado de la orilla sudeste del Támesis. Un almacén industrial de los años cincuenta al que le sacó los colores el arquitecto mexicano Ricardo Legorreta en el que fue su primer proyecto en Europa. Rhodes tuvo que vender su casa en la zona de Notting Hill y luego embarcarse en una campaña de donaciones para adquirirlo, a sugerencia de su íntimo Andrew Logan, escultor, joyero y artista de la performance de dimensiones tan fabulosas como la propia diseñadora. Un empeño de siete años y cinco millones de libras. Desde 2008 está adscrito al Newham College, lo que lo convierte en uno de los centros educativos con mayor proyección de la ciudad, amén de laboratorio de investigación y documentación textil y fábrica de ideas. Algunas de las exposiciones de moda con mayor enjundia de los últimos tres lustros han salido de allí. La de más largo recorrido está a punto de llegar a España.
Se titula Textiles de artistas y, entre el 12 de marzo y el 19 de junio, contará lo que el arte contemporáneo le debe al vestir cotidiano —al menos en términos de alcance masivo— en la Fundación Barrié de la Maza de A Coruña, que retoma así su hilo expositivo dedicado al diseño y confirma de paso la localidad gallega como destino para ver moda. Concebida originalmente en 2014, esta será su octava parada, tras pasar entre otros por el American Textile History Museum de Lowell (Estados Unidos), el Museo Textil de Toronto (Canadá) y el de Arte Moderno de Shanghái (China). Una ocasión única para “observar cómo la gente de a pie ha podido entrar en contacto con el arte moderno culto, de manera personal e íntima, a través de la ropa de diario y los accesorios del hogar”, dicen Geoff Rayner y Richard Chamberlain, directores de la galería Target de Londres y comisarios de la muestra. En total, cerca de dos centenares de piezas firmadas por Matisse, Dufy, Chagall, Braque, Calder, Moore, Picasso, Dalí, Miró, Vasarely o Warhol, entre prendas singulares y telas decorativas que “refrendan la cualidad que poseen los tejidos como medio para combinar arte y producción en serie”, subraya Dennis Nothdruft, jefe de exposiciones del Fashion and Textile Museum. Fauvismo, cubismo, surrealismo, expresionismo, abstracción, op y pop art en versión prêt-à-porter. Pero ¿hablamos de genuina expresión artística o de mundano arte popular/decorativo? He ahí la cuestión.
“Puede decirse que sí, algo de esnobismo hay en cómo se ha considerado el diseño textil desde la esfera del arte. Aunque yo no necesito tratamiento de artista, que tampoco soy una pintora que estampa telas. Estoy orgullosa de ser diseñadora textil, que además suena bastante más exótico”, concede la fundadora del museo londinense. El de Zandra Rhodes (Chatham, Reino Unido, 1940) es un caso paradigmático: iba para artista, pero terminó como diseñadora porque necesitaba ganarse la vida. “Jamás pensé en dedicarme a la moda, aunque la llevara en los huesos [su madre fue modista de pruebas en Worth, casa de alta costura parisiense]. Quería estudiar dibujo, que era lo que me gustaba. Por eso fui a la escuela de arte”, relata. Barbara Brown, una de sus profesoras en el antiguo Medway College of Design y afamada creadora textil de Heal’s Fabrics —manufactura beneficiaria del movimiento Arts and Crafts de finales del siglo XIX—, le cambió las perspectivas. “Por ella me enamoré de esta profesión. El problema es que cuando comencé, a principios de los años sesenta, nadie me compraba los diseños. Para salir adelante tuve que aprender a hacer patrones y así confeccionar vestidos con mis telas”, continúa. En 1969, ya establecida con etiqueta propia, sus creaciones llegan al Vogue de Diana Vreeland y se le abren las puertas del mercado estadounidense. El resto es historia de la moda. Pero ¿y del arte? “¡Por qué no!”, exclama Rhodes, cuyo legendario vestido de novia punk de 1977 tiene su sitio en la colección permanente del Met neoyorquino. “Para mí, la moda es una forma de arte. Si desde hace 30 años se incluye en la programación de los museos es por alguna razón. Por otro lado, la línea entre arte y espectáculo es muy delgada. Fíjate en Damien Hirst”.
Por supuesto, Textiles de artistas también le hace los honores a la luminaria de los Young British Artists, la generación que puso patas arriba el mercado del arte en los noventa. Es la concesión de la muestra a la práctica artística seriada de este siglo, junto al trazo emocional de Howard Hodgkin impreso en textil-hogar por la firma de decoración Designers Guild, las salpicaduras conceptuales de las prendas-lienzo del estadounidense Sterling Ruby (colaborador habitual de Raf Simons y con marca propia de moda, S.R. Studio. LA. CA.) y los motivos inspirados en los cuadros de El Bosco que la propia Rhodes ideó para la colección primavera/verano 2017 de Valentino (la primera de Pierpaolo Piccioli en solitario).
Hirst contribuye con uno de los tapices de jacquard que le produce HENI Editions y con un pañuelo de su serie de accesorios estampados para Alexander McQueen. El diseñador ya había muerto cuando se dio la entente, en 2013, pero el que una vez fuera el artista más caro del mundo catalogó la colaboración como “un enlace hecho en el cielo”. Sus diseños textiles para Prada, The Row o Levi’s suenan en realidad a eco de Warhol, cuando aceptaba trabajos comerciales de forma indiscriminada si había buen dinero de por medio.
Aquella intención de dinamitar la “errónea línea divisoria” entre las bellas artes y las artes aplicadas propugnada a principios del pasado siglo por los intelectuales del Círculo de Bloomsbury en la empresa decorativa Omega Workshops (como antes William Morris y después la Bauhaus) es, para el caso, lo que cuenta de verdad en la muestra. La visión/práctica de unos artistas que, en lugar de limitarse a licenciar sus obras para ser reproducidas en serie, decidieron convertirse en arte y parte del proceso creativo. Como Sonia Delaunay con sus vestidos simultáneos, que liberaban el color de la forma. Como Nigel Henderson y Eduardo Paolozzi en su cooperativa textil Hammer Prints. Como Pablo Picasso, que hasta persuadió a Dalí, Calder, Miró y Léger para que se involucraran en el diseño de la colección Modern Masters del fabricante de tejidos estadounidense Dan Fuller. “Ponga una obra de arte en su casa”, que decían Vanessa Bell y Robert Fry. También si es una pieza de Ikea con estampado de Zandra Rhodes.
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