Todo se viene abajo
¿Quién diría que un bloque de ese material inexpugnable puede ser tan vulnerable como la cadera de usted o la mía?


Los edificios están hechos a nuestra imagen y semejanza. La historia de la arquitectura es la del cuerpo humano. Los inmuebles tienen ojos, boca, oídos, tienen piel y vísceras y sistema nervioso y cara y culo, pero tienen también, como nosotros, sus debilidades. Fíjense en el hormigón armado, por ejemplo, cuya patología más común es la fisura. Decimos “hormigón armado” y parece que estamos hablando de algo indestructible, eterno. ¿Quién diría que un bloque de ese material inexpugnable puede ser tan vulnerable como la cadera de usted o la mía? Puede carbonatarse también, con la consiguiente aparición de escaras y fracturas. Puede sufrir aluminosis cuando contiene cantidades importantes de alúmina. Puede morir (y matar, claro, como el de la imagen), un edificio puede morir, no importa su grado de vascularización o inervación, ni el material de que esté hecho, ya que hasta la dura piedra enferma en ocasiones y se deshace entre los dedos como un grumo de sal.
El edificio de la foto —que colapsó parcialmente y cuyos restos fueron luego derruidos de manera controlada— se hallaba en Miami, uno de los puntos neurálgicos del llamado “primer mundo”, donde mucha gente no cree en la muerte. El alcalde de la localidad donde se produjo el desastre declaró, atónito, que “los edificios no se caen sin más”. Se caen sin menos, nos dieron ganas de añadir, como se caen las figuras de autoridad más potentes de nuestras existencias. Colapsan los padres y las madres, colapsan los maestros y hasta los generales de división se vienen abajo cuando menos lo esperan ellos mismos. Al romperse, muestran sus vísceras, sus arterias, sus nervios y su fragilidad, que es la nuestra.
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