_
_
_
_
la imagen
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Todo se viene abajo

¿Quién diría que un bloque de ese material inexpugnable puede ser tan vulnerable como la cadera de usted o la mía?

Vista exterior del edificio derrumbado el pasado 24 de junio en la ciudad de Surfside, al norte de Miami Beach, Florida (EE.UU.).
Vista exterior del edificio derrumbado el pasado 24 de junio en la ciudad de Surfside, al norte de Miami Beach, Florida (EE.UU.).Giorgio Viera (Efe) (EFE)
Juan José Millás

Los edificios están hechos a nuestra imagen y semejanza. La historia de la arquitectura es la del cuerpo humano. Los inmuebles tienen ojos, boca, oídos, tienen piel y vísceras y sistema nervioso y cara y culo, pero tienen también, como nosotros, sus debilidades. Fíjense en el hormigón armado, por ejemplo, cuya patología más común es la fisura. Decimos “hormigón armado” y parece que estamos hablando de algo indestructible, eterno. ¿Quién diría que un bloque de ese material inexpugnable puede ser tan vulnerable como la cadera de usted o la mía? Puede carbonatarse también, con la consiguiente aparición de escaras y fracturas. Puede sufrir aluminosis cuando contiene cantidades importantes de alúmina. Puede morir (y matar, claro, como el de la imagen), un edificio puede morir, no importa su grado de vascularización o inervación, ni el material de que esté hecho, ya que hasta la dura piedra enferma en ocasiones y se deshace entre los dedos como un grumo de sal.

El edificio de la foto —que colapsó parcialmente y cuyos restos fueron luego derruidos de manera controlada— se hallaba en Miami, uno de los puntos neurálgicos del llamado “primer mundo”, donde mucha gente no cree en la muerte. El alcalde de la localidad donde se produjo el desastre declaró, atónito, que “los edificios no se caen sin más”. Se caen sin menos, nos dieron ganas de añadir, como se caen las figuras de autoridad más potentes de nuestras existencias. Colapsan los padres y las madres, colapsan los maestros y hasta los generales de división se vienen abajo cuando menos lo esperan ellos mismos. Al romperse, muestran sus vísceras, sus arterias, sus nervios y su fragilidad, que es la nuestra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_