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CARTA BLANCA
Columna
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A Fadrique Enríquez, almirante de Castilla

Escribiste dos cartas, dos misivas de un anciano al señor del mundo en las que osa advertirle contra la ciega soberbia que infunde el poder

EPS 2335 CONFIDENCIAS CARTA BLANCA LORENZO SILVA

No eras ningún santo. Que les pregunten a los de Málaga, a los que quisiste cobrar para tu enriquecimiento una tasa que los llevó a proclamar fugazmente una república, la primera que se conoció por estos lares. O a los capitanes que te conquistaron y saquearon el feudo de Torrelobatón, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, por quienes no moviste un dedo para evitar que los descabezaran en Villalar, hace ya cinco siglos.

Y sin embargo, frente a la hoja de servicios de otros, en la que se cuentan mezquindades sin interrupción, en la tuya hay algo más. Intentaste reconducir los ánimos inflamados, tanto los de los tuyos como los de aquellos corajudos rebeldes, hacia un posible arreglo pacífico. Cuando esa vía fracasó, y los enemigos de tu señor, el joven y arrogante emperador Carlos V, quedaron derrotados y a merced de su escarmiento, reclamaste para ellos clemencia; incluso te adelantaste a concedérsela como virrey a algunos, aunque luego el monarca te desautorizara. Y como él perseverara en su encarnizamiento, te tomaste la molestia y el riesgo de escribirle dos cartas que podemos leer aún hoy, dos misivas de un anciano servidor al señor del mundo, en las que osa advertirle contra la ciega soberbia que infunde el poder.

Tu pluma no es como la de Maquiavelo. Te excusas por la vejez del desorden de tus ideas, pero en ellas viene a articularse una teoría del arte de gobernar que se opone a la del florentino con la autoridad de quien salvó para su soberano un reino que tenía perdido, y que comienza por rebatir la idea maquiavélica por antonomasia: el príncipe debe preferir, sostienes, ser amado a ser temido, gratificar y perdonar a degollar y castigar. Cantas al amo de Europa las verdades que nadie se atreviera a decirle: que fueron malos consejeros los que le empujaron a ponerle al pueblo impuestos y cargas que no podía soportar, que lo son los que le invitan a satisfacer sus antojos, a vivir en el dispendio y en el lujo, a creerse por encima de toda ley. Ante el Supremo Juez, le recuerdas, tendrá que responder como el más pequeño de sus súbditos, y como príncipe, antes que dejarse halagar por ser tratado como alteza o majestad, debería esmerarse en ser acreedor a que lo nombraran por su capacidad de sacrificio y su esfuerzo, porque a aquel que es señor de muchos se le impone la penosa carga de perder el sueño por más gente y más causas que quien no es señor de nadie o lo es sólo de unos pocos.

Así le hablaste, desde la atalaya de tu vejez, al césar de tu tiempo, y a través de él a cuantos sobre otros mandan. Poco le cuesta leer una carta a un joven de 20, le dijiste, menos que subir a un caballo para ir a la batalla a los 60 como hiciste tú por él. Si hubieras sido inglés o estadounidense todos sabrían de ti. Como eras castellano, ni Castilla hoy de ti se acuerda.

El escritor Lorenzo Silva es autor de Castellano (Destino).

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