Jacobo Siruela: “La aristocracia no ha tenido que esforzarse; y eso crea decadencia”
Editor de culto en Siruela y Atalanta, el hijo díscolo de la Casa de Alba es un intelectual al que la herencia materna convirtió en agricultor. Apuesta por recuperar la humanidad frente a la dictadura de la tecnología. Le visitamos en su casa, en el campo salmantino
Un editor convertido en agricultor. Conocido como el verso suelto de su familia, Jacobo Fitz-James Stuart Martínez de Irujo (Madrid, 66 años), conde de Siruela, hijo de la última duquesa de Alba, es un ensayista preocupado por evitar perpetuar las enseñanzas más rígidas de la tradición. Quiere erradicar la dicotomía entre lo espiritual y lo material que simplifica el mundo. Nos recibe en su nueva casa del campo salmantino: sin ángulos rectos, ocre como la tierra y diseñada por él entre 2.300 hectáreas. “Hay lobos salvajes, buitres y zorros. Esto es un pulmón. Las encinas pequeñas solo se encuentran en una dehesa viva”.
¿Qué le interesa de los sueños?
Son reales mientras duran. Con 22 años descubrí a Jung y la psicología analítica me lo abrió todo. En El mundo bajo los párpados (Atalanta, 2010) trato de ampliar el campo de visión. El racionalismo y el cientificismo —no la ciencia, sino la ideología de la ciencia— me parecen muy limitados.
¿Interesarse por los sueños es escapismo?
Al revés. Revelan cosas importantes sobre ti y sobre el mundo. Actuamos por oposiciones y soy partidario de conciliarlas. La racionalidad es un propósito porque el mundo no es racional. Mucho de lo que pensamos viene del imaginario. Trato de mirar las formas viejas con ojos nuevos, no lo nuevo con ojos viejos. Es la filosofía de Atalanta [la editorial que dirige con Inka Martí].
¿Siempre ha sido lector?
Empecé con Tintín y tuve lecturas erráticas hasta que con 18 años descubrí a Borges. El Aleph e Historia universal de la infamia me cambiaron la vida.
¿Estaban en la biblioteca de su casa?
Desde luego que no.
¿Cambiar su forma de mirar alteró la relación con su familia?
No. Siempre he sido muy independiente. No soy un erudito, pero sí tengo una cultura amplia porque mi curiosidad ha sido amplia.
Cuando era un personaje de la movida, ¿tenía tiempo de leer?
Cuando se tiene una pasión se desarrolla. Lo que pasó fue que conforme fue creciendo mi primera editorial [Siruela] casi solo podía leer lo que publicaba. Estaba insatisfecho y decidí vender. Hace 22 años me recluí en l’Empordà y empecé a leer en serio.
El dinero le ha permitido ser un editor ambicioso.
Tampoco tanto. He editado lo que he querido. Empecé con literatura medieval y la gente decía: “Este adónde va”. Pensé, si todos hacen novelas, sacaré relatos; si publican actualidad —cosa muy provinciana—, apostaré por algo fundamental; como todo el conocimiento se basa en la racionalidad, decidí investigar la imaginación como forma de conocimiento.
¿Qué nos ha llevado a elegir entre razón y sentimiento, entre Ilustración y Romanticismo?
Habría que volver a contar la historia del arte abstracto, por ejemplo. Lo inauguran dos mujeres, Hilma af Klint y Georgina Houghton, haciendo espiritismo. Sería anecdótico si esos cuadros que pretenden pintar el mundo interior no nos deslumbraran. Pintan lo invisible.
¿Por qué tenemos miedo al conocimiento subterráneo?
La gente desprecia el esoterismo sin conocerlo. Newton, que no era ningún imbécil, estuvo 10 años estudiando la alquimia. También Paracelso. Hay un pensamiento metafísico muy serio detrás de la cultura. Pero se opone al relato moderno.
¿La modernidad ha esquematizado el conocimiento?
Exacto. La Ilustración tenía que quitar de en medio a la Iglesia, que tenía mucho poder, y desarrollar un nuevo mito: el del progreso. Todo lo que no es material y no se puede cuantificar se consideró subjetivo. El problema no es de la ciencia, sino de la ideología de la ciencia, que acaba siendo dogmática y simplificadora. Se racionalizó el conocimiento para sacarlo de manos de la Iglesia y se entregó a otro poder.
¿El económico?
Cuando la aristocracia pasa a un segundo o tercer orden, llega la burguesía, cuyo primer valor es el dinero. Es en lo que estamos.
¿Por qué lo espiritual no es fuente de conocimiento?
Quien lo defiende está desprestigiado. Victor Hugo o Madame Curie no hablaron por miedo a dañar su imagen pública. Suena a superstición. Pero en el fondo, despreciándolo, están incurriendo en una superstición. Para creer que las maravillas de la naturaleza provienen de la nada y del azar hay que tener una fe gigantesca. Yo no la tengo. Quien la tiene obvia lo que Aristóteles llamó el primer motor: lo inefable. Las personas que lo han penetrado tienen mucho que contar. Es un relato más enriquecedor que el del azar, la necesidad, la materia y el vacío.
¿Cada siglo tiene su manera de soñar?
Sí. Los sueños están influenciados por la cultura. La modernidad no comprendió el lenguaje de los sueños hasta que los psicólogos y los psicoanalistas empezaron a hacerlo.
¿El conocimiento le ha liberado de prejuicios?
Evidentemente. El prejuicio es lo contrario del juicio.
¿De qué prejuicios le ha liberado?
No lo sé. Yo hace 40 años era otro.
¿El conocimiento lo ha distanciado de su estirpe?
No. Mi pasión por la lectura no me ha distanciado de nadie. Mi abuelo materno —me llamo Jacobo por él— inculcó a mi madre la lectura.
¿Era lectora la duquesa de Alba?
Mucho. No era nada intelectual, leía novelas y libros de arte. Mi abuelo era un erudito. Su madre, precisamente la condesa de Siruela, era una intelectual amiga de la condesa de Pardo Bazán.
¿Sus hermanos leen sus libros?
No.
¿Le produce frustración?
[Se ríe]. Ninguna. Creo que son lectores de libros de historia. Mis temas son muy raros para ellos. Pero eso debe pasar no solamente en mi familia…
Como editor publica saberes descuidados y también libros sobre la Casa de Alba.
Esos sí los han leído.
¿Incluso la historia del gran y sanguinario duque de Alba?
Bueno, ese libro lo rescaté. Es historia real, no una hagiografía. Vamos a ver, las circunstancias eran duras: un militar del siglo XVI no es un intelectual de salón del siglo XIX. Pero fíjate, el tercer duque de Alba era amigo de Garcilaso de la Vega. Cabalgaban por estas tierras. Y su esposa, la duquesa de Alba, amiga de Teresa de Ávila, santa Teresa de Jesús.
¿Su madre leyó alguno?
Es que, claro, mis libros incluso a algunos intelectuales les pueden parecer… no diría disparatados pero sí un poco extravagantes porque tratan de cosas que no son usuales.
Ella tampoco era usual.
No. Lo que pasa es que no me gusta hablar de mi familia.
¿Qué le transmitió?
Ella pintaba y me puso un profesor. Hice incluso exposiciones de niño. Me transmitió el sentido de la libertad. Lo que pasa es que luego la gente libre…, con la libertad de los demás no te creas…
El segundo marido de su madre, Jesús Aguirre, dijo de sí mismo que “había conseguido la beca Alba”. ¿Se llevaba bien con él?
Teníamos poca relación. No se dio.
Ahí su madre demostró amplitud de miras.
¿En qué sentido?
Casándose con un exjesuita pasando del qué dirán.
Bueno… Ella se casó. Si no se hubiera casado hubiera sido otra cosa.
¿Usted no está casado con Inka Martí?
Sí. Pero también viví con una mujer 10 años sin casarme.
¿Esta finca le tocó en la herencia materna?
Evidentemente. Es la ironía de los dioses: que un editor se haya tenido que convertir en agricultor.
¿No podía elegir?
Bueno, no. Son unas fincas muy bellas. Además, Inka y yo creemos que el mundo debe ir hacia la ecología. Hoy los dos temas fundamentales son: la naturaleza —nos estamos destruyendo destruyéndola— y la tecnología: la única promesa que da la modernidad.
¿Quién se ocupaba de las tierras?
Administradores. Mi padre hizo una labor extraordinaria. Pero murió en 1972.
¿Qué recuerdo tiene de él?
Muy bueno. Era muy discreto. De familia vasca. Actualizó las fincas y llevó la colección de arte con rigor, pero murió a los 52 años. Él era el orden y yo lo contrario. Me independicé a los 23 años. Carácter es destino, decía Heráclito. Es lo que te conduce en la vida.
¿Cómo es su carácter?
Sobre todo curioso. Quise viajar. Circunscribirme a una esfera social limitada me aburría.
¿Cómo viajaba?
En los setenta un poco en plan hippy. Tenía el pelo largo.
¿Con mochila?
No. A los 23 me fui a Londres.
¿Tuvo que trabajar de camarero como tantos españoles?
No, no. No pasé por eso. Tenía una pequeña herencia de mi padre. Al regresar me casé y tuve a mis dos hijos.
Luego lo dejó todo para irse al campo.
Sí. Me dicen que ahora mucha gente joven quiere hacerlo. Estaría bien. El campo está despoblado.
¿Cómo ha educado a sus hijos?
He intentado que se saquen las castañas del fuego. Para mí fue importante buscarme la vida. ¿Por qué ha decaído la aristocracia? Porque no ha tenido que esforzarse. La falta de esfuerzo crea la decadencia. Mi familia es de las pocas que han mantenido su patrimonio a lo largo de 500 años.
El gran objetivo de la aristocracia.
Sí. La hacienda, no el dinero.
Ya leemos que nunca tienen liquidez.
Sí. Cuando hacía la revista El Paseante veía a Cioran en París. Decía que le encantaba hablar con gente de la aristocracia porque conocían la dimensión más profunda de la existencia: el aburrimiento.
¿Ha sentido prejuicios por ser aristócrata?
No he hecho caso. He escogido a mis amigos. No me tienta la vida social, pero tampoco soy un anacoreta. Me gusta más bien la vida privada. La sociedad de tu país te crea pocas sorpresas.
¿A Inka la conoció en l’Empordà?
La conocía de antes.
La conocía toda España, daba las noticias durante los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Sí, claro. Ha sido la pareja con la que he podido realizar, digamos, parte de mi destino. Nos complementamos en la parte espiritual y en la de trabajo. En fin, es un poco como la media naranja.
¿Cuántas veces se puede cambiar de vida?
Bueno, la esencia de la vida es cambio. Si no hay cambio, tu vida es pobre. La comodidad no me ha interesado mucho.
¿Es más culto que noble?
Bueno, realmente pertenezco a la república de las letras. Eso no quiere decir que haya rechazado mi origen. El título no lo utilizo por una razón sencilla: en el mundo en el que me muevo nadie tiene. Sería grotesco.
Le conocen como Jacobo Siruela.
Me cambié los apellidos y Fitz-James Stuart es impronunciable en España. Mi madre nos dijo que el apellido se iba a perder y preguntó quién quería cambiárselo. Lo hicimos Carlos y yo. Algún hermano dijo que yo estaba rechazando a mi padre. Para nada. Me siento más identificado con los Fitz-James Stuart, la casa de mi infancia es el palacio de Liria.
¿Qué recuerda?
El jardín cuando nevaba. Era un niño buenísimo. Jugaba solo con mis soldaditos. Al tener hermanos por arriba y por abajo desarrollé mi propio mundo.
¿De qué hermano ha aprendido más?
Me siento muy próximo a Eugenia. Y a Carlos, que es muy generoso. Cuando voy a Madrid me quedo en la misma habitación en la que dormía de pequeño.
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y de un huerto claro donde madura el limonero”. En el palacio de Dueñas nació Machado.
Sí. Alquilaban una parte. Ahora es un museo. Es imposible mantener ese patrimonio. Lo que ha sucedido en todas las grandes familias europeas: con el tiempo pierdes todo. Llevaba mucho ganado de entrada. Por supuesto, es un privilegio.
¿Un privilegio que le parece justo?
¿Por qué me va a parecer injusto? Soy hijo de mis circunstancias. Eso tiene cosas buenas y cosas malas. Al vivir en un palacio la vida familiar es más distante. Recibí una educación victoriana, dura.
Con lo campechana que parecía su madre.
Ella recibió la misma. Agradezco ser bilingüe, pero mi infancia fue como del siglo XIX. He vivido en tres siglos. Igual en una familia humilde hay una felicidad basada en el calor que no había en la mía.
¿No fue feliz?
Nuestra niñez no fue fácil. En la cumbre de la sociedad he visto verdaderos desgraciados. Se habla de lo exterior, rara vez del interior. Y realmente el desarrollo de tu vida parte del interior.
¿Vota?
Sí, claro, pero mi acción política es esta finca. El gran arte solo regresará con el redescubrimiento de la naturaleza. La naturaleza es la vida y lo vivo regula la temperatura de la tierra. Si la matamos, la temperatura sube. Lo estamos viendo. Así va a ser el siglo XXI: cambios climáticos y pandemias. Y todos buscando la vacuna para seguir como siempre en lugar de entender que la tierra necesita un cambio radical. He visto cómo se gasea el trigo, el pan que vamos a comer. Gran parte de las enfermedades provienen de la alimentación.
¿Reciben ayuda de la PAC [política agraria común]?
Como todos los agricultores.
Recibirán mucha.
Evidentemente, cuanto más terreno tienes… Nuestro reto es que la ecología sea rentable.
¿Lleva una vida sana?
Pensaba que sin humo la vida sería vacía. Bebía vino todos los días. Ahora poco y bueno.
Cuesta creer que haya bebido malo.
No, pero ahora bebo lo mejor: Borgoña. No tiene químicos. Aquí el sol sube los grados del vino. Tenemos que asumir que el progreso, que es nuestro mito, nos está destruyendo. Ha tenido cosas buenas. Pero la única evolución que propone es la tecnológica. El ser humano va a involucionar si todo está basado en la tecnología y no en la evolución humana.
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