Las viñetas vitalistas de Juanjo Sáez
El historietista Juanjo Sáez destapa la cara más íntima y cruda del duelo por la pérdida de sus seres queridos en ‘Para los míos’. Seis años de reflexiones y desahogos que tratan de reivindicar, más que nunca, la vida
La guarida del dibujante Juanjo Sáez se encuentra en pleno barrio de La Sagrera, en Barcelona, la ciudad donde nació hace 49 años. Las amplias vidrieras amarillas tiñen de ese color cada rincón de la casa. El jersey del artista tiene un tono mostaza, a juego con el sofá en el que se acomoda esa mañana. Han pasado 15 años desde la última vez que publicó algo inédito y está nervioso, emocionado. Sobre la mesa reposa un ejemplar de su nueva obra, Para los míos (Temas de Hoy). Seis años de escritos íntimos que, en realidad, no iban a ser un libro.
En 2008 las muertes de su abuela y de sus padres se precipitaron una detrás de otra, sin tiempo para asimilarlas. Una amiga, que había pasado por algo parecido de niña, le dijo: “¿Sabes lo que hago yo? A veces escribo cartas a mi madre, y me sirve”. Al principio, el método no convenció a Sáez, hasta que un día probó. Sintió cómo se liberaba del peso que le oprimía y recuperó una comunicación imposible que su mente percibía como verdadera. El resultado son cuatro cuadernos de tapas negras atestados de bocetos y palabras que hoy descansan apilados sobre una mesa redonda. Un manuscrito lleno de preguntas y respuestas sobre la pérdida y el dolor que le han llevado a recordar el valor de la vida y que ha querido compartir en forma de libro con todo el mundo.
La prensa diaria y la publicidad son responsables del idioma directo y claro, propio de los eslóganes, que ha marcado el estilo del historietista. “Trabajar tanto tiempo en publicidad me ha servido para entender cómo transmitir un mensaje. Es muy importante la síntesis de la idea en una frase”. Las viñetas en los diarios le han obligado a plasmar sus ideas de forma rápida en un espacio muy pequeño.
Sáez recuerda perfectamente el momento en que descubrió ese lenguaje: “Me regalaron de chiquitito un libro, lo tengo por ahí, el de Peter Pan…”. Se levanta hacia la estantería del salón, donde asoman los lomos de las obras colocados por colores, con un gran tomo de cómic de Manolito Gafotas color naranja que destaca sobre la colección. Lo encuentra en cuestión de segundos, con una encuadernación amarilla —cómo no—, que desprende al abrirse ese aroma antiguo de los libros maduros: “Mira, era una cosa extraña; adaptaciones de Disney donde se intercala texto y cómic, contando lo mismo”. Descubrir la edición de Peter Pan de la Colección Cinelandia abrió para Sáez una puerta al noveno arte que no ha cerrado desde entonces. Esa doble didáctica en distintos idiomas —imagen y texto— fue reveladora para él. En especial tratándose de un niño con dislexia —diagnosticada ahora, como adulto— que vivía con dificultades de aprendizaje sin comprender muy bien por qué. Hasta que dio con las historietas: “Y pensé: ostras, esto es lo mío. Yo aquí sí que me entiendo”.
A su familia, en cambio, le costó entender aquello como una profesión. Al principio, su madre, modista, y su abuelo, pastelero, sufrían por la incertidumbre del oficio (“les daba miedo por mi futuro”) y no lo veían claro. “Los muñecos y estas cosas que hacía yo… ‘Las cosas del nene’, decían, y después matizaban: ‘Le va muy bien, y le pagan, eh”, ríe. Así que en 2006, Sáez les escribió El Arte. Conversaciones imaginarias con mi madre (Astiberri). Un diálogo con su progenitora en el que le explica por qué se dedica a dibujar.
La combinación de imagen y texto es lo único en lo que cree Sáez. No termina de fiarse del sentido completo de ambas por separado. En esta línea, Sáez ve una clara analogía entre el cómic y el cine, ambos lenguajes posmodernos de fácil comprensión, y que las ideas calen en el espectador requiere poco esfuerzo. La diferencia es que el cine ha llegado más lejos; se ha impuesto como el medio más grande para transmitir ideas: “La película lleva más recorrido de experimentación. El tebeo, muy poco. Aunque lo llamen novela gráfica, si lo abres, sigues viendo la viñeta, el bocadillo, la secuencia. Todavía queda mucho camino que no se ha explotado porque bebe demasiado de las referencias de otras disciplinas, sobre todo del cine”.
No quería un libro sombrío, quería que fuera muy vital, alegre, de celebración de la vida
El dibujante conoce bien el séptimo arte. Se aventuró en el mundo audiovisual con dos series: Arroz pasado (Filmin y Amazon Prime) —por la que ganó el Premio Ondas en 2010 y con la que más tarde editó un libro— y Heavies tiernos (Filmin). En esta segunda ocasión, como las pautas no van con él, quiso hacerlo a su manera —como todo—, así que fundó su propia productora (La Productora de Juanjo Sáez) para hacer realidad ese proyecto. Una rebeldía crónica en su carrera que le ha hecho dar alguna que otra vuelta en la prensa diaria: “Me han echado de todas partes. Ahora me echan menos”. Se aprendió el truco: “Me fijé en el Roto y vi que hablaba de temas más generales”. Porque las primeras historietas de Sáez eran muy locales, sobre personas de Barcelona a las que señalaba por su nombre. “La movida barcelonesa de los noventa. Pero, si llevas eso a la prensa, te liquidan”. Ya no tiene la necesidad de ser tan combativo, aunque el guerrero que fue sigue presente: ha empezado una campaña en sus redes sociales con el hashtag #copywars para denunciar la copia como práctica de ciertos artistas en el mundo viñetero. Esta vez no puso nombres. Cuenta que la edad le ha calmado. “Antes hubiera dicho: ‘Este me copia’, y todo el mundo se hubiera enfadado. Ahora lo dejo ahí y el que lo pilla, para él”.
Sáez tardó seis años en preparar el libro para respetar su tiempo de digestión y que escritura y cicatriz emocional avanzaran en paralelo
La sencillez ha sido el recurso de Sáez para abordar grandes temas como el tiempo, la soledad, la rabia, el éxito, el miedo, la felicidad, el amor o la libertad. También en este último libro. Quería que fuera un cuento que explicara las cosas más complejas de la forma más simple posible; sin pretensiones.
La historia es tan fiel al pensamiento que no se sujeta a las reglas más ortodoxas de la redacción. Las ideas se suceden y la voz cambia de receptor y de registro sin previo aviso. Esa particularidad le hizo dudar sobre si debía convertir este diario en una novela. Pero en medio del proceso descubrió que el vaso comunicante con sus seres queridos se había ensanchado y ya no solo se dirigía a su familia, sino a todas las personas. Y decidió seguir adelante.
Tardó seis años en prepararlo porque se propuso respetar sus tiempos de digestión, con los descansos necesarios, de forma que escritura y cicatriz emocional avanzaran en paralelo. La espera ha sido imprescindible para evitar que el libro se contagiara por el dolor del duelo. Aunque las subidas y bajadas emocionales sí ocasionaron algún paréntesis en la elaboración de la obra. Uno de ellos duró un año, hasta que se compró una pantalla táctil de dibujo y el color transformó los bocetos. El relato se empapó así de la energía que le faltaba al dueño. “No quería un libro sombrío, sino muy alegre, de celebración de la vida”.
El cómic ha sido el instrumento para convertir su experiencia dolorosa en un ejercicio artístico e intentar despertar en el “lector-espectador”, como él define, sentimientos y reflexiones tan complejos como universales. Que entre en el mundo de las cosas que él sintió. Sáez define Para los míos como el lugar donde reconecta con las cosas importantes. “La vida es vivir, no hay nada más que eso”.
Siempre que este barcelonés publica un libro se promete que será el último; piensa que ya lo ha contado todo. Quizá sea consecuencia de una obra tan ligada a su vivencia personal. Pero hasta ahora los juramentos anteriores han sido en vano. Segundos después de decir: “El último siempre es el último”, empieza a cavilar una idea para una nueva obra: “Contar cómo se ve la vida desde fuera, desde la ventana. El concepto de la vida contemplativa”, y tras una breve pausa precisa: “Pero ahora hay que vivir, claro”.
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