Medellín: urbanismo social para una metamorfosis de modernidad
La ciudad colombiana pasó de ser una de las más violentas del planeta a una de las más innovadoras y atractivas para el viajero. Ahora ofrece opciones infinitas: desde turismo ecológico sobrevolando la metrópoli hasta tomar un rico café en uno de los barrios más ‘cools’ del mundo
Ya hace décadas que nos convertimos en una civilización turística. Lo argumenta a fondo Marco d’Eramo en su ensayo El selfie del mundo (2020). Medellín lo entendió bien y apostó por una transformación que pudiera sacarle partido a este magma industrial planetario, que lo mueve todo y a todos. Por eso atrás quedan ya esas estadísticas de los años noventa que definían a la ciudad colombiana como una de las urbes con los índices más altos de homicidios por habitante del mundo.
El salto de ese pasado a este presente lo dio a base de un gran esfuerzo por reducir la violencia, mientras a la vez empoderaba a las comunidades locales, reconstruía el tejido social y fomentaba las nuevas oportunidades económicas para mejorar la calidad de vida de sus vecinos. De ahí la larva se convirtió en mariposa.
Esa metamorfosis le valió ya en 2013 el título de la ciudad más innovadora en el concurso City of the Year que organizan The Wall Street Journal y Citigroup, dejando atrás a competidoras de la talla de Nueva York y Tel Aviv. Estigmatizada en el pasado por haber sido cuna del narcotraficante Pablo Escobar, la distinción ponía en valor su moderno sistema de transporte, su política ambiental y por sus museos, centros culturales, bibliotecas y escuelas públicas. Y es que el ingrediente clave del cambio de la urbe colombiana ha sido el urbanismo social, que gira en torno al concepto del derecho a la ciudad y que tiene muy en cuenta los procesos de participación vecinal a la hora de pensar y ejecutar cada proyecto.
Subida al cielo
Una de las principales vías de innovación tiene que ver con la movilidad urbana, con proyectos estrella como las escaleras mecánicas en la Comuna 13 y el Metrocable.
Las escaleras, inicialmente, estaban pensadas sobre todo para que la gente mayor y los niños tuvieran más fácil la accesibilidad, porque ese barrio, la Comuna 13, además de ser altamente peligroso, topográficamente también era complicado por estar ubicado en laderas de montañas. Las escaleras, de 384 metros de altura (como un edificio de 28 pisos), se inauguraron en 2012, pero antes de eso el barrio había sido protagonista de ciertas operaciones militares para expulsar a miembros del crimen organizado.
Después, en un ambiente más seguro, el proyecto urbanístico dio lugar también a la renovación de algunas viviendas de los alrededores, y a la creación de arte urbano en las fachadas. Eso lo convirtió en un espacio no solo mejor para los vecinos, sino también muy llamativo para los turistas, una retroalimentación que impulsó la economía de la zona y también contribuyó a mantener la seguridad. Así, poco a poco, fueron surgiendo museos informales, cafés, tiendas de recuerdos y hasta actuaciones callejeras de rap y break dance. Ahora, ese punto es visita obligada para todo viajero que se pase por la ciudad.
El Metrocable fue el otro motor de la transformación. Es una especie de teleférico que conecta diferentes puntos de Medellín. Se puede coger para contemplar la Comuna 13 desde las alturas o, mejor aún, para llegar al parque Arví. Ese recorrido es impresionante. Primero sobrevuelas la ciudad y después, durante varios kilómetros, te adentra en la reserva forestal de los alrededores, pasando entre las copas de los árboles en un viaje casi metafísico. Una vez en el parque, se pueden realizar muchas actividades de turismo ecológico, como senderismo, avistamiento de aves o, si se quiere algo más relajado, un pícnic bajo un árbol comprando una de las cestas de comida que venden en el propio parque.
Arte y memoria
El arte al aire libre no se reduce a la Comuna 13. Uno de los espacios más icónicos de Medellín es la plaza Botero. Ahí se pueden ver hasta 23 esculturas de bronce del reconocido artista Fernando Botero, que él mismo donó a su ciudad natal. Para quien quiera ampliar los conocimientos sobre este artista, allí mismo está el Museo de Antioquia, que alberga muchas otras de sus obras, además de decenas de exposiciones más.
No muy lejos de ahí, en un lugar también pensado para la ciudadanía, se alza un ejercicio de memoria convertido en edificio. Un proyecto político, pedagógico y social: el Museo Casa de la Memoria, que fomenta el diálogo sobre lo que sucedió durante el conflicto armado en Colombia y contribuye a la reparación. “Un espacio para el reconocimiento mutuo y la construcción de paz por medio de lenguajes comunitarios, artísticos y culturales”, se describe el museo. De fuera hacia adentro, todo en él es digno de una visita. Primero, constituyó una manera de recuperar para la ciudadanía el espacio ambiental de la Quebrada Santa Elena, contribuyendo, además, a sembrar flora nativa en el área. El edificio, construido como una especie de túnel que alberga exposiciones, talleres, archivos, oficinas y un auditorio, tiene también en cuenta la eficiencia energética, consiguiendo con su estructura y movimiento de aire mantenerse a una temperatura constante de 30 grados. Y lo que se puede ver dentro, aunque es duro, ayuda al viajero a hacerse una idea de la historia de Colombia, de dónde viene y por qué es tan importante que haya conseguido llegar a su situación actual, aunque todavía quede mucho camino por recorrer.
Comer y bailar
El país es también, aunque sea un tópico, comida rica y bailes sabrosos. Así que uno no se puede ir de Medellín sin pasar por varias zonas para disfrutar de eso. En concreto por Laureles, La 70 y Parque Lleras.
La primera, Laureles, fue nombrada como el barrio más cool del mundo por la revista Time Out en 2023. Uno de sus atractivos es su diseño urbanístico, que se remonta a los años cuarenta y que fue concebido para la clase obrera, con calles circulares y en diagonal y parques que hacen que el asfalto respire. El otro son sus decenas de cafés, espacios por donde circular en bicicleta y restaurantes y bares para la vida nocturna.
Si se quiere salir de fiesta de verdad, “rumbear”, como le dicen en Colombia, la mejor opción es la Carrera 70 —más conocida como La 70— o el Parque Lleras. La 70 es una calle larga, llena de discotecas, karaokes y bares, donde acude gente de todas las edades, más bien un público local. Se puede bailar de todo: cumbia, salsa, reguetón, vallenato y mucho más. El Parque Lleras, en cambio, es un destino enfocado a un público más joven, con más mezcla de extranjeros y locales, y donde además de música latina se escuchan también tecno y géneros más internacionales. Cualquiera de las dos opciones es una buena manera de terminar la visita a Medellín por todo lo alto.
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