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Un recorrido con siglos de historia por Sant Mateu, entre iglesias, palacios, murallas y vinos

Los maestres de la Orden de Montesa se instalaron en este municipio castellonense que se convirtió en un importante centro comercial, ganadero y artesanal a partir del siglo XIII. Ese poso histórico se mantiene en un patrimonio monumental que lo dota de un poderoso atractivo turístico

Sant Mateu Castellón

Sant Mateu es la capital histórica de la comarca castellonense del Maestrat. A pocos kilómetros de Castellón de la Plana, su importancia como núcleo administrativo y de servicios de la zona está fuera de toda duda. Hasta la época moderna fue el centro de un amplio territorio que se denominaba Real Maestrazgo de Santa María de Montesa y de San Jorge de Alfama. De las cuatro grandes órdenes militares de España, Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, esta última era la propia de la Corona de Aragón. Fue fundada por Jaime II en el siglo XIV y participó activamente en la expulsión de los árabes de la Península. Es una orden cisterciense y su origen hay que buscarlo en la persecución a los templarios, acusados de toda clase de crímenes y herejías.

Aunque la Orden de Montesa tenía su sede central en la ciudad del mismo nombre, sus maestres se instalaron en Sant Mateu, donde tenían la mayor parte de sus propiedades. He aquí la clave de la expansión económica y social de Sant Mateu, llamado desde las profundidades medievales a convertirse en un centro político y religioso de primer orden. En varias ocasiones, la villa albergó la celebración de Cortes (1370, 1421, 1429 y 1495) y fue testigo del final del Cisma de Occidente, en 1429. En esa fecha, el sucesor del cismático Papa Luna (refugiado en Peñíscola), Clemente VIII, renunció a regañadientes al papado en beneficio del papa romano Martín V.

Por todo ello, Sant Mateu se convirtió en un importante centro comercial, ganadero y artesanal. Desde allí se exportaba la lana de los rebaños de la zona a los telares de Prato y Florencia, en tierras italianas. Mercaderes como Rossi, Comí y Datini desarrollaron una economía lanar de las más importantes de Europa. Según señala una fuente local, la propia historiografía italiana certificó la importancia económica de esta zona: “Mudos hubiesen quedado los telares de Florencia de haberles faltado la lana de Sant Mateu”. Con el dinero de la lana se propició la construcción de la iglesia arciprestal, que alguien denominó explícitamente “la catedral de los mercaderes de la lana”. Esta bonanza propició la pujanza local durante los siglos XIII, XIV y XV, época en que la villa albergó una Universidad de Humanidades y escuelas de griego, pintura, orfebrería y cantería.

Con este poso histórico, es lógico que el patrimonio monumental de la ciudad cause impresión. Una visita de un solo día quizá no sea suficiente para poder admirar con la atención que merece cada uno de sus edificios singulares, comenzando por la iglesia arciprestal, joya del gótico valenciano, aunque con elementos románicos (como una portada del siglo XIII). Entroncando con esa época está también la interesante iglesia de Sant Pere, dedicada a San Pedro y San Pablo, y que ha sido rehabilitada para devolver su estilo original por debajo de la farfolla barroca. La visita puede continuar con la iglesia y convento de las Agustinas, que comunica con la Torre de la Vedella, un resto importante de la muralla primigenia de la villa. Las agustinas han sido las inquilinas perpetuas del lugar, excepto durante la Guerra Civil, cuando los militantes anarquistas de la CNT decidieron sustituirlas sin demasiadas delicadezas.

Del convento de Sant Doménec, fundado en 1360 por el maestre de Montesa Pere de Thous, solo queda el llamado Campanar de les Llàstimes, del siglo XVIII. Mucho más completa se conserva, por ejemplo, la ermita de Sant Cristófol, del siglo XIII, a poca distancia del santuario de la Virgen de los Ángeles.

Por lo que atañe a la obra civil, no hay que dejar de visitar la Plaça Major, contundentemente medieval, el Ayuntamiento o Cort Nova (palacio gótico del siglo XV) o el Carreró dels Jueus (callejón de los judíos). Este último formaba parte del call o aljama, el barrio donde los hebreos se hacinaban a pesar de su importancia económica y cultural, antes de la expulsión definitiva decretada por los Reyes Católicos.

Y todavía no hemos terminado: quedan los palacios Borrull, del Marqués de Villores o de los Maestres de la Orden de Montesa, y, desde luego, las murallas (un hito de la arquitectura militar). También los museos: la Colección Museográfica de Paleontología Joan Cano Forner, el municipal, el arciprestal, el etnográfico y el del vino. Este último es de reciente creación y homenajea la gran tradición vinícola de Sant Mateu, solo interrumpida por las plagas de la filoxera y el mildiu en el siglo XIX y, luego, por la política de arranque de viñas con la entrada de España en la Unión Europea.

La antigua Cooperativa Agrícola San Isidro tuvo que cerrar sus puertas por esta interrupción radical del cultivo de la uva, pero, recientemente, en su mismo edificio (de gran interés arquitectónico) ha abierto sus puertas el Centro de Interpretación del Vino y la Bodega Besalduch & Valls. Lo más interesante de la actividad de la nueva bodega es la recuperación de una marca vinícola conocida como Carló. Se trata de un mosto medieval legendario, que se exportaba a través del puerto de Benicarló (de ahí su nombre) desde el Maestrat a toda Europa. Era lo que se bebía en la ceremoniosa corte de Francia o en las quisquillosas sobremesas del zar de Rusia. Su desaparición, a principios del siglo XX, ha sido ahora subsanada por el esfuerzo de Besalduch & Valls.

Tanta historia puede hacer olvidar que Sant Mateu sigue siendo (con sus poco más de 2.000 habitantes) un centro administrativo de su región con un poderoso atractivo turístico. Sus numerosos restaurantes, donde apreciar los productos comarcales (los langostinos de Vinaròs, las alcachofas de Benicarló, el queso de Coves de Vinromà, la trufa de Els Ports…), pueden ser el final de provechosas excursiones, por ejemplo, al impresionante patrimonio arbóreo de su término municipal. Como en otros municipios del Maestrat, aquí hay localizados centenares de olivos milenarios, muchos de ellos plantados por los romanos, tal como circulaban por la cercana Via Augusta.

En Sant Mateu, en efecto, 2.000 años de historia nos contemplan. Y toda ella puede caber en un simple sorbo de vino.

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