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Un bosque-jardín, una pastelería ‘gourmet’ y otros rincones que descubrir en Luarca

Conocida como “la Villa Blanca de la Costa Verde”, la localidad asturiana cuenta con uno de los cementerios más bonitos de España y por sus callejuelas destacan restaurantes con buen producto

Luarca

Asturias atesora cientos de playas escondidas, recortados acantilados, magníficos palacios y casas de indianos, restaurantes y chiringuitos donde probar su deliciosa gastronomía y disfrutar de paisajes de ensueño. Esta es una de las razones por las que, año tras año, gana adeptos que una vez pisan territorio astur quedan hechizados por su belleza para siempre. Si hablamos del mar Cantábrico, naturaleza y un paisaje privilegiado, existe un sitio en la costa occidental asturiana que merece una visita: Luarca.

Conocida como “la Villa Blanca de la Costa Verde” y puerto ballenero desde la Edad Media, esta localidad ofrece su mejor cara desde la carretera que conduce al faro. Situado cerca de este, en un promontorio conocido como La Atalaya, espera uno de los cementerios más bonitos y fotografiados de España. Su situación privilegiada sobre el Cantábrico y los maravillosos monumentos funerarios que encierra lo convierten en uno de los puntos más visitados de la villa. Construido a principios de 1800, en él está enterrado uno de los luarqueses más ilustres, Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina.

Si se sigue descendiendo en dirección al puerto, nos encontramos con la Mesa de Mareantes, monumento que recuerda donde el gremio de marineros se reunía para tomar decisiones relativas al oficio, como salir a faenar o no, según el estado de la mar. También aquí hay 14 paneles de cerámica de Talavera que narran la historia de la villa, desde el siglo IX al XIX. Estamos en el antiguo barrio de pescadores y el más antiguo de Luarca, El Cambaral.

El cementerio de Luarca en un promontorio conocido como La Atalaya.

Por unas empinadas escaleras, rodeadas de casas blancas de tejados grises, se baja al puerto que, con forma de concha, recibe con sus barcas preparadas para salir a la pesca del calamar, la merluza o el pixín (rape). Manjares que después se pueden disfrutar en alguna de las animadas terrazas, bares o sidrerías del muelle. La Montañesa del Muelle puede ser un buen sitio para probar alguno de estos platos. “Aunque se demandan mucho los pescados de la zona, nuestra especialidad es la caballa en escabeche”, cuenta Eugenio Fernández, su dueño. Y añade: “Además de gente de aquí, también tenemos muchos peregrinos, ya que estamos en el Camino de Santiago, y aunque de noviembre a marzo está la cosa más floja, nosotros abrimos todo el año”.

Para los amantes de la playa, Luarca cuenta con tres arenales urbanos conocidos como Primera, Segunda y las Salinas, y en el entorno de la villa se encuentran encontran varios que, aunque parezca mentira, en agosto pueden estar casi desiertos. Barayo u Otur son buenas opciones aunque, eso sí, hay que tener cuidado con las corrientes.

El mirador de El Chano en la localidad de Luarca, en Asturias.

Otro de los alicientes que esperan a algo menos de cinco kilómetros de la villa es el bosque-jardín de La Fonte Baxa, en la aldea de El Chano. Tiene una extensión de 10 hectáreas y es uno de los más grandes de España y de los más importantes de Europa. Esto se debe a las variedades botánicas que contiene, gran parte de ellas traídas de distintas partes del mundo. Su cercanía al mar, que se ve —y se escucha— durante toda la visita, hace que este lugar sea un sitio muy especial. José Rivera, creador de Panrico, y su segunda esposa, Rosa María Pardo, fueron los fundadores de este idílico lugar. Hoy Beltrán Pedregal Pardo, hijastro del empresario, y su pareja, la fotógrafa de moda Elena Olay, viven a caballo entre Madrid y Asturias y se encargan de promocionar y “poner en valor” el bosque-jardín, que comienza en la playa de Luarca donde, además, hay un aparcamiento con más de 200 plazas.

“Hemos creado una marca para dar a conocer los productos asturianos, tenemos velas hechas con cera de abeja, miel, aceite de camelias del jardín y cerámica asturiana del rayu, recuperada por unos artesanos utilizando los diseños que se hacían antiguamente”, cuenta Beltrán mientras espera al resto del grupo para comenzar la visita guiada. “También hemos editado el libro Retrato de un Jardín con fotos de Elena y textos escritos por mí. En la dirección de arte hemos contado con Paloma Lorenzo, y nos sentimos especialmente orgullosos del resultado”.

Fuente dentro del bosque-jardín de La Fonte Baxa en Luarca (Asturias).

Empieza la visita y nos sumergimos en un precioso jardín que transporta a países lejanos, con árboles de distintos rincones del mundo. Quizá porque sus dueños trajeron muchas de estas especies ya crecidas, el vergel parece mucho más antiguo de lo que es, ya que solo cuenta con 30 años de vida. Rododendros, azaleas, hayas, araucarias, bambúes, un paseo de abedules, y camelias, infinidad de especies de esta flor acompañan durante todo el paseo, al igual que el Cantábrico, siempre a la vista.

El recorrido está jalonado por abundantes elementos ornamentales como fuentes, esculturas y restos arquitectónicos traídos de diferentes lugares, algunos de gran valor. Beltrán se detiene en un punto que describe como el hueco de los deseos. “Meted la mano hasta el fondo y pedid lo que queráis. Yo creo mucho en la energía del jardín, por las piedras, los árboles que vienen de diferentes lugares y porque aquí han pedido deseos miles de personas, y yo estoy seguro de que estos se van acumulando, y se cumplen”, dice entre risas. “Lo que queremos es que atraiga al turismo y así pueda haber un relevo generacional en estas zonas de Asturias más abandonadas”, concluye Beltrán. La entrada cuesta cinco euros o diez con visita guiada, la cual merece la pena para entender la historia y el significado de muchas de las plantas y objetos que nos iremos encontrando a lo largo de las dos horas que dura el paseo. La compra debe hacerse a través de su página web.

Abandonamos este oasis para dirigirnos al siguiente destino: el cabo Busto. A algo más de 15 minutos en coche se llega a este precioso faro, lugar emblemático de la costa asturiana construido en 1858. Hasta él también se puede acceder por una bonita senda costera caminando unos 18 kilómetros con espectaculares miradores al Cantábrico. Una sucesión de playas casi inaccesibles, como Portizuelo, la preferida del citado premio Nobel, Bozo o la playa del Cabo. La más conocida y accesible es el arenal de Cueva.

La playa de Bozo en el cabo Busto (Asturias).

Hace casi 12 años que a Busto no solo se va a ver el cabo. Entre los praos y las construcciones de este pequeño pueblo que no llega a los 300 habitantes, se encuentra una casa pintada de blanco y rojo, con un jardín delantero muy arreglado. Aquí, un joven pastelero, Jhonatan González, prepara con mimo unos dulces que se han hecho famosos en todo el Principado por su sabor y alta calidad.

En la pastelería Cabo Busto siempre hay coches y gente haciendo cola. “Yo hago los pasteles que a mí me gustaría comer”, cuenta González, que añade que la gente prefiere los individuales, los que están en la vitrina. “En ellos jugamos con las frutas de temporada, me encanta que tengan un toque de acidez”. En esa vitrina todo dice “cómeme”: chocolate, avellana, queso, pistacho, arroz con leche. “La idea es que mis pasteles los pueda comer todo el mundo. En mi casa siempre los había los fines de semana y me encantaría que se recuperase esa tradición”, concluye el joven pastelero que intenta ajustar los precios al máximo, ya que por 2,50 se puede probar cualquiera de sus delicatessen. Atención llambiones. No defrauda.

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