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San Agustín, una visita a la misteriosa “biblioteca en piedra” más importante de América Latina

En este pueblo del sur de Colombia espera el Parque Arqueológico, el mayor conjunto de monumentos religiosos y esculturas megalíticas de Sudamérica. Patrimonio mundial desde 1995, hoy una iniciativa trata de recuperar los tesoros expoliados del lugar

Parque Arqueológico de San Agustín (Colombia)
Una de las estatuas precolombinas en el Parque Arqueológico de San Agustín (Colombia).GETTY IMAGES

San Agustín bebe del Magdalena y ambos alumbran culturas milenarias. El curso del río se desprende en este punto del sur de Colombia y riega un territorio de 1.500 kilómetros, atravesando áreas de huaqueros y desembocando en el Caribe, mar de piratas. Y ejerce de espina dorsal, aupado por otro nacimiento fundamental: el de la civilización más antigua del país latinoamericano. Es aquí, en un valle en el departamento de Huila que parece untado de compota vegetal, donde se estableció el pueblo en cuestión, cuyo origen se remonta a 33 siglos antes de Cristo.

Tierra y agua se unen en este municipio de algo menos de 35.000 habitantes. A sus atractivos naturales se le añade una de las necrópolis más asombrosas del continente. El mayor conjunto de monumentos religiosos y esculturas megalíticas de Sudamérica, según la Unesco, que en 1995 declaró el Parque Arqueológico de San Agustín patrimonio mundial. Aparte de sus dimensiones, las centenares de tumbas encontradas en la región son reliquias arqueológicas, cada una con una escultura única tallada en piedra y un sepulcro que rinde homenaje a curiosas deidades como rito funerario.

Recorrer esta joya geográfica e histórica puede acotarse a unas horas, pero disfrutarla en su conjunto requiere más tiempo. A la visita del Parque Arqueológico, situado a pocos kilómetros del centro del pueblo, habría que añadirle una tarde en alguna de las plazas que ofrece el casco urbano de San Agustín. Allí se reúnen artesanos de otros rincones del país, gente local y extranjeros tomando café, tanteando diferentes tipos de empanadas caseras o probando jugos de frutas como la gulupa, parecida al maracuyá. También es recomendable el paseo por los cañones que enmarcan al río, coronados por vírgenes que velan por nuestra seguridad y olvidándonos de épocas pretéritas. Dejando, en suma, que los tupidos cerros de tonos verdes obren el milagro de la quietud.

Ambiente en la plaza principal del pueblo colombiano de San Agustín.
Ambiente en la plaza principal del pueblo colombiano de San Agustín.Ron Giling (Alamy)

Inspirándonos libremente en los famosos versos del poeta Bertolt Brecht, hay quien está un día en San Agustín y sale noqueado por su inmensidad; hay quien permanece dos, y se maravilla de la riqueza del lugar; y hay quien aguanta alguno más: ese es quien se plantea empadronarse. Porque este rincón colombiano va abriéndose al foráneo como el cielo en el transcurso del día. Recibe con un desayuno encapotado y luego saca sus mejores cartas, hasta dejar que en la calma de la noche se ilumine alguna barra con música y licor. Siempre con una temperatura que ronda los 20 grados y se almidona de un viento húmedo con el aroma especial de la cordillera andina.

Pero antes vayamos al talismán. Viajar hasta aquí tiene un sentido principal y es ese lugar de 78 hectáreas que fue la cuna de una civilización aún por descubrir. El Parque Arqueológico está entre el municipio de Isnos y San Agustín. Se puede acudir en cualquier medio de transporte habitual, como una moto o un taxi, o incluso andando. Es donde se concentran más tumbas, protegidas de la lluvia y los intrusos en senderos marcados. Es la gran toma de contacto con esta civilización y, como nota curiosa, hasta hace poco los turistas podían fotografiarse abrazando las esculturas.

Varios visitantes observan una de las esculturas funerarias en el Parque Arqueológico de San Agustín.
Varios visitantes observan una de las esculturas funerarias en el Parque Arqueológico de San Agustín.Daniel Romero (VWPics / Alamy)

En la entrada está el museo Luis Duque Gómez, llamado así en honor al arqueólogo y académico colombiano que llevó a cabo las excavaciones y registros. Dentro se puede ver la magnitud de la cultura San Agustín y algunas de sus costumbres: esta comunidad, instalada entre las fértiles ondulaciones del Alto Magdalena, se dedicaba fundamentalmente a la agricultura. La caza y la pesca, debido a la orografía del terreno, se complicaban. Los riscos que acompañan al paisaje no ayudaban. A esta arteria fluvial, de hecho, se la conocía en la antigüedad como “el río de las tumbas”. Aparte de cultivar maíz, yuca o maní y residir en chozas circulares, los integrantes de esta población poseían una cuidada jerarquía, con el chamán o jefe de la tribu en el pico de la pirámide. Tenían también notables aptitudes para la escultura.

Fue esta disciplina la que floreció en los templetes funerarios, escoltados en algunos casos por dólmenes. Cada tumba es un monumento megalítico que atesoraba, en ocasiones, objetos de cerámica, madera y orfebrería. En la finca principal se contabilizan unos 130, con diferentes diseños. Están distribuidos en montículos hasta el llamado Bosque de las Estatuas, donde se disponen juntas 35 figuras en sus respectivos sepulcros. Las esculturas exhiben figuras antropomórficas o felinas, con animales o utensilios domésticos como ornamentos y unas siluetas que van desde cuerpos alargados hasta representaciones triangulares. Los cincelados se mantienen en muy buen estado. Puede distinguirse lo que parecían ser guerreros, con objetos bélicos entre las manos, los que sostienen herramientas parecidas a un mazo o un martillo, los que tocan instrumentos musicales y los que muestran el vientre abultado y elementos místicos como una calavera. Cambian de unas a otras el volumen de la cabeza y sus características: en algunas, los ojos son enormes y visten una especie de casco. En otras, lucen pupilas entrecerradas y prendas sobre ellos. Llegando casi a la parte más alta del espacio cercado está la fuente ceremonial, un abanico de canales que discurre sobre piedras cinceladas con forma de anfibios. Era, supuestamente, un lugar de culto.

Y decimos supuestamente porque todo lo que rodea a San Agustín se cubre con una funda de misterio. Según las investigaciones posteriores, el pueblo tiene una etapa arcaica que abarca aproximadamente desde el año 3300 hasta el 1000 antes de Cristo. Más adelante, se especializan en la alfarería y avanzan hasta el siglo III de nuestra era, donde se introducen las ceremonias funerarias y estos montículos aderezados con dólmenes u ofrendas bajo la estatua. En este desarrollo también se percibe más sofisticación en el esculpido, dotando de color o toques realistas cada rostro.

Entorno natural en el que se encuentra el Alto de las Piedras, cerca de San Agustín (Colombia).
Entorno natural en el que se encuentra el Alto de las Piedras, cerca de San Agustín (Colombia).Prisma / Dukas Presseagentur / Alamy

Todo esto se descubrió por primera vez en el siglo XVIII. Según las explicaciones del parque, uno de los primeros testigos fue el franciscano español Juan de Santa Gertrudis, que llegó al continente en 1755. Este religioso recorrió entre 1757 y 1767 lo que entonces se consideraba el Virreinato de Nueva Granada y a su vuelta publicó el ensayo Maravillas de la naturaleza, donde describía San Agustín. Más tarde fue Francisco José de Caldas, célebre científico colombiano, quien aportó nuevas visiones al relatar su hallazgo en 1808. El empujón definitivo vino a mediados del XIX, cuando un geógrafo italiano, Agustín Codazzi, encabezó una comisión sobre el parque y recopiló en ilustraciones lo referente a esta cultura. Los dibujos, en manos de Manuel María Paz, se imprimieron en una obra titulada Ruinas de San Agustín.

Con la llegada del siglo XX y en pleno auge de los exploradores europeos que pululaban por América, se dio impulso a la excavación, pero también al expolio. A Bogotá, la capital colombiana, ya se trasladaron algunas estatuas y piezas de cerámica para ser expuestas. Y entre 1913 y 1914, el Museo Antropológico de Berlín envió al arqueólogo alemán Konrad Theodor Preuss para analizar la comarca. Fue el primero en tomar fotografías y, según se ha visto después, en tomar prestadas algunas figuras para el Museo Etnológico de la capital alemana. Este ejercicio de huaquerismo —extraer tesoros de las huacas o tumbas prehispánicas— mermó a partir del 20 de noviembre de 1935, cuando el lugar se declaró oficialmente como Parque Arqueológico.

La protección no impidió que continuara el saqueo, pero sí que alentó a los estudios del lugar. Tanto por parte de expertos extranjeros como de colombianos, como el citado Luis Duque, que durante las décadas de 1960 a 1990 fue director del parque y realizó múltiples incursiones en la zona. De esos años es la ampliación a otros puntos que ahora incluye la entrada de acceso. Uno de ellos es Alto de los Ídolos, a unos cinco kilómetros y considerado uno de los conjuntos funerarios mejor conservados de la cultura agustiniana: se observan enormes figuras que dotan de cualidades humanas a animales salvajes.

Un poco más lejos, a 17 kilómetros, está el Alto de las Piedras, con bastante extensión y variantes que muestran la sacralidad del embarazo o las conjuras de los chamanes. En El Purutal y La Pelota se pueden ver aún un puñado de estas figuras que mantienen el color original. Y de vuelta al municipio, una parada en El Tablón permite intuir el alcance de esta cultura: las tumbas están entre parcelas privadas. Mención aparte requiere La Chaquira, un posible broche a la excursión: se trata de una enorme piedra tallada en vertical frente a uno de esos estrechamientos del río. Exhibe tres caras simultáneas en posible adoración: un jaguar que otea el horizonte, un rostro que mira al norte y un ente femenino que vigila el sur. Bajo su sombra se absorbe perfectamente esa atmósfera del Magdalena, con impresionantes caídas de agua y un cauce caprichoso.

En la Antigüedad, el Magdalena era conocido como “el río de las tumbas”.
En la Antigüedad, el Magdalena era conocido como “el río de las tumbas”. Daniel Romero (VWPics / Alamy)

Recuperación del expolio

Tras el cambio de Gobierno en Colombia, el fin de la pandemia o la paulatina vuelta del turismo, hay quien está intentando dotar de más protección al Parque Arqueológico de San Agustín. Martha Gil y David Dellenback, responsables de la iniciativa Puebloescultor.org, no solo han investigado sobre su origen o desarrollo, sino que encabezan una demanda para que se devuelvan todas las estatuas halladas en el exterior. El huaqueo, ya decíamos, tuvo aquí una gran repercusión. Y, como dice la escritora peruana Gabriela Wiener, también es una forma de violencia: “Convierte fragmentos de historia en propiedad privada para el atrezo y decoración de un ego”.

Ha habido un gran progreso, explican estos estudiosos que residen en un terreno cercano, a pesar de que se sienten “aislados” del “cuidado estatal”. El parque, apuntan, tiene “muchas amenazas”, pero en los últimos meses se han adelantado los trámites. “Las maletas se están empacando y ha habido negociaciones diplomáticas para que no se quede ninguna, lleguen aquí y no se pongan trabas por parte de las colecciones privadas”, comentan. Ya están organizando algunas actividades con escuelas y esperan dar, en breve, la bienvenida a sus secuestrados (e inertes) vecinos. “San Agustín ha estado muy abandonado y se ha mantenido gracias a la gente de aquí”, protestan. Se ha dado, arguyen, “un expolio impresionante de arqueología, con la respuesta muy tibia de la Administración”. “Lo que llamamos el pueblo escultor es solo una parte pequeña. Aparte, esta cultura armaba viajes y terminó marchándose porque el mundo cambió”, describen sobre su historia.

Esculturas precolombians en el yacimiento de San Agustín, que se encuentra a unos 1.800 metros de altura.
Esculturas precolombians en el yacimiento de San Agustín, que se encuentra a unos 1.800 metros de altura.Oscar Espinosa (GETTY IMAGES)

Gil y Dellenback inciden en que San Agustín es un “museo del saqueo”. “Fuimos testigos en los años ochenta de un chorro de robos”, ilustran. Este problema, analizan, no es una rémora de otros periodos. “Vino primero por los huaqueros y luego por los arqueólogos. Ellos, en vez de reponerlo, se lo llevaron. Es un sinsentido. Luego se estableció una visión europea, prolongada por el turismo. Porque el problema que tenemos es que el colonialismo no es el pasado, sino el presente: Latinoamérica todavía se enfrenta a estructuras que son propias del colonialismo”, exponen.

Ese colonialismo les lleva en estos momentos hasta Berlín. Aunque puede haber centenares de piezas en el exterior, en la capital alemana se congregan 35 esculturas del mencionado Konrad Theodor Preuss. “Es representativo porque fue un ladrón honrado. Es resto está donde los ricos y eso no se sabe si se vendió o repartió. Esperamos poder dar un mensaje de justicia y celebrarlo junto a la comunidad”, afirman. Esa lucha ya está en marcha. Porque, tirando de nuevo de Gabriela Wiener, “los museos no son cementerios, pero se les parecen” y ellos quieren que sus raíces sigan vivas aunque saben que, como decía el famoso coronel de García Márquez, “de ilusión no se come, pero alimenta”.

“Realmente somos fieles herederos de la conquista. Ahora estamos más optimistas y sabemos que la repatriación se va a dar. El problema es qué va a pasar cuando regresen. Nunca vamos a salir de la época de la colonización para ocultarlos. No queremos ilustrar la vuelta como un momento histórico, enseñar las estatuas como una victoria, pero sí otorgarles la importancia que tienen para el lugar, porque esto es la biblioteca en piedra más importante de América Latina”, sentencian.

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