Tesoros del Baix Empordà
De sus calas deslumbrantes y antiguos enclaves de pescadores hasta mágicas villas medievales y el ondulado perfil del Montgrí, una ruta por la costa y el interior de la comarca catalana
El paisaje que describió el escritor catalán Josep Pla (1897-1981) guía un periplo en dos etapas por esta región de Girona que pasa por las calles empedradas de Pals y salta a las Illes Medes
1. Una trilogía medieval, marítima y sensual
Visita a tres localidades bajoampurdanesas que mezclan su historia e impronta feudal con placeres gastronómicos y un litoral que atrapa por su belleza
Por Toni Montesinos
En 1942, Josep Pla publicaba Viaje en autobús, una de sus singulares crónicas viajeras en las que pretendía captar el pálpito de las gentes comunes. De repente, hacia la mitad del libro, hablaba de cómo al despertarse en una fonda de Malgrat de Mar recordaba haber tenido un sueño: se veía a sí mismo como un rentista en Palafrugell (su pueblo natal) en 1905, con cuatro duros diarios, toda una fortuna para él; visitaba el mercado y desayunaba salmonetes y vino, rematando todo con café, copa y puro. En el sueño seguía bebiendo, comiendo, tertuliando, paseando: “El paisaje de los alrededores de Palafrugell es muy fino, tiene formas y colores de una suave delicadeza”, decía este autor, que reivindicaba la ociosidad, pero que solo viajó para trabajar, para escribir.
He aquí la que sería su vida ideal: consagrarse a los placeres y la observación. Y la zona del Empordà le resultaba incomparable. De hecho, existe una Ruta Pla que nos llevaría al pequeño Pals, que destaca por su recinto gótico, de callecitas empedradas y compuesto por una muralla, la Torre de las Horas —antaño conjunta con su castillo, de entre los siglos IX y XIII—, más la iglesia de San Pedro, cuya primera referencia histórica data de 994. Hoy el pueblo está lleno de coquetas tiendas y es una gustosa parada para comer en alguno de sus 30 restaurantes.
Estos se benefician de una gastronomía asentada en los arrozales desde el siglo XV. De hecho, aparte de poder degustar el tradicional arroz de Pals a la cazuela, es posible conocer el ciclo de este cereal y presenciar de cerca su medio natural. En este sentido cabe citar el mirador Josep Pla, desde donde se aprecian los arrozales, junto a la playa, las montañas del Montgrí o el perfil de otro pueblo medieval como Peratallada, declarado conjunto histórico-artístico y bien cultural de interés nacional.
El lugar conserva su aspecto feudal, con portales y ventanas de arcadas y escudos que ornamentan las fachadas, e incluso fosos; en su plaza central se puede acceder al castillo fortificado, en el que está integrado el palacio, del siglo XIV, y vemos la Torre del Homenaje, en el centro del recinto amurallado, que se levanta unos 10 metros sobre una base de piedra natural. Asimismo, en la parte elevada del pueblo puede visitarse la iglesia románica de Sant Esteve, donde se conserva el sepulcro-osario de Gilabert de Cruïlles i de Mallorca (siglo XIV), un personaje de trayectoria apasionante como caballero, militar y político, que fue nombrado señor de la Baronía de Cruïlles, Peratallada y Begur.
Esta última localidad podría ser la tercera y definitiva parada en este recorrido por el medievo catalán, pues también cuenta con un nutrido pasado arquitectónico. La iglesia de San Pedro, del siglo XII, o el castillo, que fue destruido en varias ocasiones —la última en 1810, durante las guerras napoleónicas—, comparten las calles de Begur con edificaciones posteriores, como la Torre del Mas Mauri de Vall del XVI. Por su parte, la Torre de Mas d’en Pinc sería ejemplo de lo que habían sido las masías tradicionales catalanas de esa centuria, y que ocupó Carmen Amaya en 1961 hasta su muerte, dos años más tarde.
Baile y feminidad
Leyenda del flamenco, de la que Orson Welles dijo que era la mejor bailaora del mundo, Amaya tuvo una andadura estelar en toda América —llegó a actuar en la Casa Blanca, invitada por el presidente Roosevelt— y acabó desarrollando una gran complicidad con Begur. Hasta el punto de que, viéndose fatalmente enferma, declaró que quería acabar sus días ahí. Y lo hizo por todo lo alto: actuando en un festival en agosto de 1963 (fallecería en noviembre), con la presencia de personalidades como Salvador Dalí y Gala.
Cuando se cumplieron 40 años de su muerte, el Ayuntamiento hizo erigir una estatua en su honor en la plaza de Forgas, desde donde se pueden ver las hermosas playas que tanto alabó Pla. En calas como Sa Riera, Illa Roja o Racó se puede tomar algo frente a una postal marítima excelsa en uno de los cuatro chiringuitos —como La Gandula— que hay a pocos metros del agua. “Inolvidables combinaciones de tierra y mar, de bravura y delicadeza, de geología y sensibilidad”, escribía Pla en un libro dedicado a Cataluña de 1961 sobre ese entorno.
Este hombre, que conocía al dedillo las tres localidades del Baix Empordà que estamos recorriendo, encontraría sobresaliente un lugar para alojarse que destaca por encima de otros en la zona. Se trata de La Bionda, un hotel boutique situado en el centro de Begur, alojado en un edificio del siglo XVII restaurado por los responsables de Quintana Partners Studio, Benito Escat y Pol Castells. El trabajo, llamativo y exquisito, ha recibido el Premio Condé Nast Traveler 2021 al mejor hotel de diseño, y presenta una narratividad digna de comentarse: la historia de ocho mujeres que durante los años treinta se distinguieron por su talento creativo, sus habilidades deportivas o la lucha social; cada una de las habitaciones recibe el nombre de una de ellas y guarda un libro que glosa su vida.
Así lo explica la joven emprendedora Carla Lloveras, cuya oferta hotelera no se parece a nada conocido; tanto en la planta baja, donde hay un amplio salón y un honesty bar (para servirse uno mismo), como en el patio exterior con invernadero para sus maravillosos desayunos, cada detalle simboliza, cuenta algo. Hay guiños a la película Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson, en la elección de colores, en la recepción o en el ascensor. Un diseño entre moderno y vintage que crea un curioso ambiente de confort y belleza, incluso de sensualidad, que inspira el sueño de prolongar la estancia allí.
Toni Montesinos es autor de ‘El realismo ficticio. Con lecturas de narradores españoles e hispanoamericanos’ (Alfar, 2021)
2. Cómo disfrutar de una naturaleza protegida a pie, en bicicleta o en el fondo del mar
Más allá de calas y pueblos con encanto, la comarca gerundense también invita a la acción. Por ejemplo, buceando en las aguas de las Illes Medes, pedaleando por los parajes del Bajo Ter o recorriendo el antiguo Camí de Ronda, entre acantilados y fabulosos atardeceres
Por Victoria Zárate
A orillas del cálido Mediterráneo y penetrada por las aguas del río Ter, la tradición histórica y literaria que envuelve a esta comarca de Girona solo se deja ensombrecer por una naturaleza que permanece inmutable al paso del tiempo. Circundada por los parques naturales de las Illes Medes, el macizo del viejo Montgrí y los pinares olorosos de Les Gavarres, es ese destino dibujado en la mente de los que ansían aventurarse por la Costa Brava más allá de su herencia daliniana, las playas atestadas de turistas y pueblos medievales como Forallac y Peratallada; con ganas de poner a prueba su buen tono y regalarse puestas de sol y unas vistas vertiginosas solo viables si nuestros pies nos conducen por abruptos senderos hasta ellas. La ausencia de inviernos duros que favorece el mar, con temperaturas suaves todo el año —a excepción de los meses estivales— permite adentrarse por su rica biodiversidad a pie, en bici o incluso bajo el agua, anclada en espacios naturales protegidos que abarcan más de un tercio de su superficie total.
Desde la playa de L’Estartit, un antiguo pueblo de pescadores que ahora goza de gran actividad turística, se puede divisar gran parte de los siete islotes que forman las Illes Medes; ese archipiélago del Mediterráneo occidental ajeno a la masa humana por su condición de reserva natural protegida. Para muchos, el mejor lugar para practicar submarinismo en estas aguas por sus praderas de posidonia y cavidades submarinas, donde moverse entre corales, estrellas de mar, gorgonias, pulpos y langostas. Incluso algún delfín podrá darle la bienvenida —bien en carne y hueso o en forma de estatua, si atraviesa el túnel del Dofí en la isla Meda Petita—, y se puede nadar entre los restos del Reggio Messina, un naviero hundido en 1991. Y es que históricamente las Illes Medes han sido destino de naufragios de diversas civilizaciones que ansiaban su situación estratégica frente a la Península. La mayor de las islas, Meda Gran, contiene vestigios de lo que podría haber sido una necrópolis de la Antigua Grecia.
En paralelo a su ajetreada vida subacuática, el archipiélago bien merece un recorrido por sus tierras de nopales, parras y algarrobos, inhabitadas en la actualidad pero que durante la Edad Media sirvieron de refugio a piratas. Martín I de Aragón quiso frenar la invasión corsaria con un monasterio regentado por los Caballeros del Santo Sepulcro, ahora sepultado bajo el mar. El faro original de 1930, en cambio, sigue en funcionamiento gracias a la energía solar. Paraíso también para los observadores de aves, cuentan con la segunda colonia de ardeidos más grande de Cataluña y su cielo descubierto lo dominan gaviotas patiamarillas, compartido con halcones peregrinos y vencejos que ensordecen con sus graznidos. Para acceder a las islas, se puede hacer con embarcación privada o a bordo de la línea marítima desde L’Estartit, L’Escala o Roses.
De regreso a la Península, cambiamos el traje de buceo por una bicicleta para recorrer el Bajo Ter. Esta ruta sobre ruedas que comprende una parte del curso del río nacido en los Pirineos con desembocadura en el Mediterráneo, permite ejercitar los músculos con la vegetación silvestre del litoral como fondo. De fácil acceso, solo se precisa seguir las señales del sendero que comienza en la oficina de turismo de L’Estartit, inicio de un recorrido de unas dos horas por espacios naturales como la antigua desembocadura, Ter Vell, o las dunas de La Platera. El punto álgido lo pone la Gola del Ter, donde el agua dulce del río emulsiona con la salada en su salida al mar, y que acoge grandes atardeceres en su playa infinita, libre de complejos hoteleros. Uno de esos lugares en el que ralentizar cada segundo entre tonos púrpuras, dorados y el inminente plata cuando sale la Luna.
El guardián del Empordà
No muy lejos aguarda el macizo del Montgrí, el gran guardián del Empordà que permanece paciente a que subamos hasta su cumbre para obsequiarnos con la mejor panorámica de la región. Entre ruinas de ermitas, dunas y flora intermitente se dibuja su forma ondulada, objeto de múltiples metáforas: las de un dragón o el cuerpo de un obispo dormido son las más populares. Si partimos del Camino de las Dunas, en Torroella de Montgrí, durante un trayecto de apenas una hora llegaremos hasta el castillo inacabado que corona la montaña. Esta fortificación finalizada a principios del siglo XIV resiste el paso del tiempo con orgullo y seduce en lo alto de su muralla con una vista que abarca desde la bahía de Roses y Serra de Rodes hasta las Medes y la desembocadura del Ter.
Con los pies en calor es el mejor momento de emprender el Camí de Ronda, el antiguo camino que bordea la Costa Brava entre las localidades de Blanes y Portbou, y que comunicaba las playas del litoral con los pueblos de la zona. Accesible en parte solo para senderistas por el gran número de bajadas y subidas que conlleva, se popularizó en la postguerra por el control del estraperlo —la llamada “ronda” — que solía realizar la Guardia Civil en la frontera marítima. Con dos versiones —una circular y más larga, de 140 kilómetros recorridos en ocho jornadas, y otra lineal de 43 kilómetros que se resuelve fácilmente en dos días de marcha—, se puede realizar cualquier día del año y discurre entre acantilados que brindan bonitos atardeceres y calas en las que practicar snorkel. El comienzo de esta ruta en Palamós hacia Llafranc recompensa con un baño en cala S’Alguer, rodeada de portones de colores y deliciosos tentempiés. La Blava, en Calella de Palafrugell, una antigua casa de pescadores reconvertida en restaurante, es ese lugar entrañable en el que pararse a repostar y comer marisco fresco interpretado por una carta estrictamente mediterránea.
Un bonito recuerdo que llevarse de vuelta a casa, además de los paisajes, baños en aguas cristalinas y paseos a pie y en bici, se materializa al llegar a La Bisbal, la capital del Baix Empordà, conocida por sus talleres de cerámica y tiendas de antigüedades. Esta escapada al interior de la comarca en la que finaliza nuestro viaje visita tiendas de artesanía como Sampere y lugares tan singulares como Última Parada, un espacio multidisciplinar rodeado de obras de arte, muebles antiguos y objetos decorativos donde despedirnos de este entorno idílico con un aperitivo de productos de proximidad en su jardín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.